Hace poco más de un mes el monarca subrayaba en su discurso que en España la ley es igual para todos, en una clara alusión a la nada ejemplar situación jurídica en la que se encuentra el real yerno que le queda.
A estas estamos que aun no hemos podido comprobar que en este caso sea la ley tan igual para el duque como lo ha sido para Camps, Costa y sus amiguitos del alma.
Lo que si hemos podido comprobar es cuan desiguales ante la ley son los ciudadanos según estos sean ciudadanos que, de profesión policías, se solidarizan con los manifestantes del 15M o policías que muelen a palos a los manifestantes laicos del 15M.
Mientras que al policía madrileño Javier Roca Sierra se le separa del servicio y se le multa por manifestar públicamente su simpatía y coincidencia con la indignación ciudadana que en la primavera y verano pasados se evidenció en toda España, a los policías que abofeteaban y aporreaban mujeres por el simple hecho de haberse manifestado en contra del gasto publico provocado por el papa nazi, a esos funcionarios, a diferencia del anterior, igualmente policía, tras abrir un expediente informativo se concluye que sus abofeteamientos fueron ajustados a las circunstancias.
Todo el mundo vio, en su momento, las imágenes de los ataques que esos valientes servidores públicos soportaron por parte de una chica y de un fotógrafo, quienes armados de todo un peligroso arsenal de libertad de pensamiento y ejerciendo su derecho a manifestarse legalmente pusieron en grave peligro la integridad física de esos profesionales que como antaño los asaltantes del congreso, solo obedecían de forma entusiasta las órdenes recibidas.
No es baladí este ejemplo sobre la verdadera naturaleza del estado del sistema. Antaño, cuando a las cosas se las llamaba por su verdadero nombre y al sistema franquista se le calificaba de dictadura fascista, a la policía, al igual que ahora, se la tenía por un cuerpo armado y con identidad y estructura militar. Antaño, igual que hoy, ese cuerpo militar, en su inmensa mayoría, está estructurado y concebido para reprimir el ejercicio ciudadano de derechos y libertades amparados por la constitución, derechos que no se pueden ejercer desde la responsabilidad individual de cada ciudadano sino exclusivamente desde la condescendencia y la arbitrariedad de los que en cada momento detentan el poder.
Decía ayer ese presidente de gobierno de este land alemán en el que mal vivimos que la reforma laboral le va a costar una huelga. Es posible que así sea y por ello pudiera estar preocupado. Lo que no alcanza a ver es que el cumulo de abusos, arbitrariedades, expolios, corrupción y mentiras se han enseñoreado en España. No ven, o no quieren ver, que desde la corona a la justicia, pasando por el empleo, la economía, la educación, la sanidad, la vivienda y todos aquellos derechos que el estado, en un sistema democrático, debiera garantizar en igualdad de condiciones para el disfrute del conjunto de la ciudadanía, ha sido reventado por la acción de los que más tienen con la connivencia de los que se dicen representantes de los ciudadanos.
Nada va quedando de los sueños de libertad, solidaridad e igualdad con que afrontamos el futuro a la muerte del dictador. Antes por pedir libertad nos aporreaban y encarcelaban. Ahora por ejercer y de forma autorizada el derecho a manifestarnos, nos apalean. Antes, por denunciar la corrupción institucionalizada de la dictadura se perdía libertad y trabajo. Ahora los corruptos gozan de un sistema judicial que les ampara y protege. Antes la simple disidencia política, fuera de pensamiento o de acción era perseguida y reprimida. Ahora la connivencia de las derechas, con su ley electoral, impiden que la ciudadanía pueda ni tan siquiera poner en peligro su estable alternancia en el ejercicio del poder.
Antes, y desde siempre, era sabido que la justicia era el último baluarte al servicio de los poderosos. Hoy podemos comprobar que nada ha cambiado en la esencia genética del estado.
Es verdad que ya no podemos hablar de dictadura fascista, pero nadie puede negar que sobrevivimos en la dictadura del capital. Y esta, igual que aquella, dictadura es. Si aquella mantiene centenares de cadáveres en las cunetas, está ya ha expulsado del mundo de los ciudadanos plenos a casi seis millones de trabajadores. Si aquella contaba con el tribunal del orden público, esta cuenta con la audiencia nacional, y ambas, la dictadura franquista y la dictadura del capital, cuentan con los mismos cuerpos represivos.
A estas estamos que aun no hemos podido comprobar que en este caso sea la ley tan igual para el duque como lo ha sido para Camps, Costa y sus amiguitos del alma.
Lo que si hemos podido comprobar es cuan desiguales ante la ley son los ciudadanos según estos sean ciudadanos que, de profesión policías, se solidarizan con los manifestantes del 15M o policías que muelen a palos a los manifestantes laicos del 15M.
Mientras que al policía madrileño Javier Roca Sierra se le separa del servicio y se le multa por manifestar públicamente su simpatía y coincidencia con la indignación ciudadana que en la primavera y verano pasados se evidenció en toda España, a los policías que abofeteaban y aporreaban mujeres por el simple hecho de haberse manifestado en contra del gasto publico provocado por el papa nazi, a esos funcionarios, a diferencia del anterior, igualmente policía, tras abrir un expediente informativo se concluye que sus abofeteamientos fueron ajustados a las circunstancias.
Todo el mundo vio, en su momento, las imágenes de los ataques que esos valientes servidores públicos soportaron por parte de una chica y de un fotógrafo, quienes armados de todo un peligroso arsenal de libertad de pensamiento y ejerciendo su derecho a manifestarse legalmente pusieron en grave peligro la integridad física de esos profesionales que como antaño los asaltantes del congreso, solo obedecían de forma entusiasta las órdenes recibidas.
No es baladí este ejemplo sobre la verdadera naturaleza del estado del sistema. Antaño, cuando a las cosas se las llamaba por su verdadero nombre y al sistema franquista se le calificaba de dictadura fascista, a la policía, al igual que ahora, se la tenía por un cuerpo armado y con identidad y estructura militar. Antaño, igual que hoy, ese cuerpo militar, en su inmensa mayoría, está estructurado y concebido para reprimir el ejercicio ciudadano de derechos y libertades amparados por la constitución, derechos que no se pueden ejercer desde la responsabilidad individual de cada ciudadano sino exclusivamente desde la condescendencia y la arbitrariedad de los que en cada momento detentan el poder.
Decía ayer ese presidente de gobierno de este land alemán en el que mal vivimos que la reforma laboral le va a costar una huelga. Es posible que así sea y por ello pudiera estar preocupado. Lo que no alcanza a ver es que el cumulo de abusos, arbitrariedades, expolios, corrupción y mentiras se han enseñoreado en España. No ven, o no quieren ver, que desde la corona a la justicia, pasando por el empleo, la economía, la educación, la sanidad, la vivienda y todos aquellos derechos que el estado, en un sistema democrático, debiera garantizar en igualdad de condiciones para el disfrute del conjunto de la ciudadanía, ha sido reventado por la acción de los que más tienen con la connivencia de los que se dicen representantes de los ciudadanos.
Nada va quedando de los sueños de libertad, solidaridad e igualdad con que afrontamos el futuro a la muerte del dictador. Antes por pedir libertad nos aporreaban y encarcelaban. Ahora por ejercer y de forma autorizada el derecho a manifestarnos, nos apalean. Antes, por denunciar la corrupción institucionalizada de la dictadura se perdía libertad y trabajo. Ahora los corruptos gozan de un sistema judicial que les ampara y protege. Antes la simple disidencia política, fuera de pensamiento o de acción era perseguida y reprimida. Ahora la connivencia de las derechas, con su ley electoral, impiden que la ciudadanía pueda ni tan siquiera poner en peligro su estable alternancia en el ejercicio del poder.
Antes, y desde siempre, era sabido que la justicia era el último baluarte al servicio de los poderosos. Hoy podemos comprobar que nada ha cambiado en la esencia genética del estado.
Es verdad que ya no podemos hablar de dictadura fascista, pero nadie puede negar que sobrevivimos en la dictadura del capital. Y esta, igual que aquella, dictadura es. Si aquella mantiene centenares de cadáveres en las cunetas, está ya ha expulsado del mundo de los ciudadanos plenos a casi seis millones de trabajadores. Si aquella contaba con el tribunal del orden público, esta cuenta con la audiencia nacional, y ambas, la dictadura franquista y la dictadura del capital, cuentan con los mismos cuerpos represivos.