Se dice por ahí que España es un Estado
social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Se dice en el artículo 1º la Constitución de 1978.
Transcurridos 35 años de aquella declaración
de intenciones podemos comprobar día a día que esta intención y el resto de las
que con carácter social se contemplaban en aquel texto legal han pasado a
formar parte del empedrado que configura el suelo del infierno de las
dictaduras de apariencia democrática.
Hoy, ni la libertad, ni la justicia, ni la
igualdad, ni el pluralismo político sobreviven dentro de un sistema político, económico,
jurídico y social que, muy al contrario, tiene como valores de referencia en la
configuración de su estructura estatal y en su funcionamiento la mentira, el
fraude, la desigualdad, el abuso, la corrupción y la injusticia.
Si se hace un rápido repaso a la realidad del
funcionamiento de las instituciones que debieran estar al servicio de los
ciudadanos, que no al servicio del patrimonio de solo algunos de ellos, veremos
que la mal llamada Corona, la familia Borbón, ha hecho motivo de su vida el
mantenimiento de su apellido en el más alto sillón del estado a pesar de
haberse ganado a pulso la más alta deslegitimación social por su afán de
enriquecimiento, por su distanciamiento de la ciudadanía, por su comercial
sentido de las funciones que les corresponden, por sus tan magnificas como
vomitivas relaciones con los regímenes más totalitarios y represivos del mundo
y por sus permanentes frivolidades y escarceos cinegéticos-sexuales.
Poco cabe decir de la justicia que no esté en
la mente de todos. El sistema judicial, que no el sistema de justicia español, está
trufado de jueces y fiscales venales, partidistas, corruptos y entregados al
becerro de oro que, hoy como ayer, es el dinero y el reconocimiento social ante aquellos que los compran.
Si alguna duda cupiese sobre la metástasis cancerígena
que la corrupción ha introducido en el sistema jurídico español, esta quedaría despejada
con solo recordar cómo este sistema “fusila” tras juicio sumarísimo a aquellos jueces
que osan poner en cuestión los soportes ideológicos
y económicos en los que se basa esta neo dictadura, el franquismo y el poder
corruptor de la banca y grandes empresas.
Cuando muchos ciudadanos, convenientemente
manipulados, centran su rechazo en los políticos, en la llamada casta política,
están, a mi entender cometiendo un gran error y al tiempo un gran acierto. Un
gran error al considerar que esa casta corrupta es la culpable de todos los
males que al común de los ciudadanos nos afecta, olvidando que esa corrupción,
mental y económica, no existiría si no existiese corruptor que los induzca a
ella.
Esos mismos ciudadanos, paradójicamente,
aciertan de pleno al considerar que la casta política no les representa, pues no
son sus intereses o problemas los que ocupan trabajo y dedicación de los políticos,
sino que es su propia permanencia en el estatus, sus privilegios y la altivez lo que les
lleva a despreciar todo lo que no sea asentimiento acrítico o adulación. Esto es lo que
les ocupa su tiempo.
Los ciudadanos somos para los políticos, y quisiera
encontrar alguna excepción que confirmase esta regla, masa informe, legos en
cualquier materia en la que ellos se consideran maestros, números que han de
sostener vía impuestos sus privilegios y caprichos, entes sin personalidad a
los que se otorgan o retiran derechos según su voluble voluntad determine,
gente inferior a la que no se debe permitir que anhele libertad, igualdad y
justicia y estúpidos receptores de mentiras a los que cada cuatro años se les permite votar y luego callar.
Alguien podrá decir que existe pluralismo político
en esta pseudodemocracia. Entiendo que no es así. Cuando todos los mal llamados
representantes del pueblo, en la actual situación de hundimiento del sistema, se
afanan en ofrecerse entre ellos soluciones que refuercen los pilares que lo
sostienen, nunca nadie de entre ellos contempla la posible demolición absoluta de esos pilares
podridos y la posterior construcción de otra forma de entender, sentir y
practicar la democracia, y es que a pesar de la variedad de siglas, todas ellas están
sosteniendo y pretenden seguir sosteniendo un sistema que se ha demostrado corroído
por la carcoma de la mentira, la corrupción y hasta de la traición a lo que
ellos llaman soberanía nacional.
Si finalmente nos preguntamos por instituciones
como los sindicatos, banca, iglesia católica, policía, guardia civil y
ejercito, habremos de concluir que todos ellos han sido infiltrados con tanta o
más intensidad por la corrupción. Por esa corrupción que a todos les ha llevado
a abandonar el legítimo papel que la ley de leyes les encomendaba.
Los sindicatos venden trabajadores cooperando
a generar paro a cambio de influencia y subvenciones. La banca cambia su razón de
ser, la financiación de las actividades empresariales, por el incremento de sus
resultados y por su creciente capacidad de influir en política y en la consiguiente promulgación de leyes que les favorezcan. La iglesia católica, cada vez más alejada
del cristianismo, cambia influencia en los altos niveles sociales que les
reportan ingresos por desprecio a los menesterosos.
Y finalmente los guardianes últimos del
orden, de su injusto orden, policía armada, guardia civil y ejército, como el
resto de instituciones corrompidas, han trocado la defensa de los valores
constitucionales por la defensa de los intereses de los gobernantes. Para ellos
nada ha cambiado. Las ordenes están para cumplirlas, no para pensar si son
legitimas y ajustadas al derecho natural que no a la ley de los poderosos.
No solo no contemplan revisar su papel de
garantes de los derechos constitucionales, es que han sido y siguen siendo
instruidos en la represión del pueblo y en la defensa de una patria muerta, una
patria en la que los ciudadanos son el enemigo, una patria que con su silencio cómplice
puede ser traicionada por los gobiernos y ser entregada a los intereses de
potencias extranjeras, pero que en forma alguna puede convertirse en una patria
en la que tener la profesión de policía, guardia civil o militar produzca
tanto respeto y/o temor como entre el resto de ciudadanos los producen ser ingeniero, taxista o medico. Esa
patria no les gusta.
Todos ellos olvidan que entre los sabios
refranes que en esta tierra se han acuñado hay uno que mantiene que más vale
ponerse una vez colorao que ciento amarillo. Y a buen entendedor…..