Todos, cada uno por su cuenta y todos al unísono, están releyendo El Gatopardo por ver si allí encuentran formula que les permita
aparentar que cambian algo a fin de que nada de su posición, privilegios e
impunidades cambie en el futuro.
Los hay que, monárquicos de espalda permanentemente
genuflexa, osan aconsejar la abdicación del monarca comisionista a fin de que
el delfín, compendio real y verdadero de abusos, arbitrariedades y prepotencia,
aposente su culo en el trono y con solo esta sentadilla nos puedan inundar sus
telediarios y editoriales sobre el transcendente cambio, para bien, que tal
relevo supone para parados, pensionistas, amas de casa, estudiantes,
trabajadores, becarios y esclavos en general.
Los hay también que progresistas, de no saben
qué, dicen necesitar explicaciones del presidente delincuente sobre la
corrupción pepera, como si no estuviesen al cabo de la calle sobre las mil y
una formas de financiar ilegalmente a un partido político, y en su radicalismo
de opereta bufa piden la dimisión del delincuente de la Moncloa a fin de que
los delincuentes de Génova pongan a otro
de su misma calaña en su lugar.
Otros, residentes en la izquierda más lanzada
y radical, exigen dimisión y elecciones, pues entienden que el previsible y apabullante
resultado que les supondría pasar de 11 a 50 o 60 diputados les permitiría cambiar
el mundo mundial aliados con las otras raras izquierdas, esas otras izquierdas
que indultan a banqueros delincuentes condenados y que con la derecha fascista
y delincuente cambian la constitución a fin de poner los dineros publicos a
disposición de los banqueros alemanes.
Por el mas allá de la corrupcracia autonómica
los hay, siempre los ha habido desde que el malhadado título VIII de la
constitución así lo determinó, que a mas imbecilidad y debilidad en los
gobiernos nacionales más gangas y “aportaciones” para los gobiernos nacionalistas.
De ahí las prisas por las consultas soberanas, esas que con solo ese nombre
habrían de provocar sarpullidos a aquellos que en la izquierda, sospechosa
izquierda, anteponen su nacionalismo pequeño-burgués a los supuestos
sentimientos internacionalistas y solidarios que toda gente de izquierda debiera
tener en el frontispicio de su pensamiento y de su acción política.
Mil y una componendas se andan elucubrando en
este verano de vergüenza nacional y ninguna de ellas ni está orientada ni se
orientarán a dar satisfacción a los problemas de los ciudadanos.
Tenemos cada vez más jóvenes que, expulsados
de su país, se han visto obligados a dejar atrás amigos, familia, costumbres,
cultura y proyectos vitales legítimos de desarrollar en su propio país, y si
esto es triste y descorazonador, tanto o más lo es que los que aquí quedamos solo
seamos números imaginarios o negativos para los políticos, para los oligarcas,
para los felones de la nobleza del dinero, para la monarquía comisionista y para
los que preparan sus armas por si nos rebelásemos contra la injusticia.
Andan buscando soluciones a sus miedos y a
sus desvergüenzas y ninguna de ellas pasa por la verdad, por la decencia, por
la justicia, de ahí que puede que nuestra solución les haga pasar, más temprano
que tarde, por la cárcel, sino por las guillotinas.
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