Faltan solo cinco días para que el mapa de España se tiña totalmente de azul, según apuntan todas las encuestas, y lo que cabe preguntarse ante tal posibilidad es acerca de las reacciones que pueden darse en el interior del Psoe cuando este haya sido barrido de la gestión institucional del gobierno de la nación, de todos los gobiernos autonómicos y de la inmensa mayoría de ayuntamientos y diputaciones.
Muchos serán los que compartan la esperanza de que esa derrota total sea el punto de inflexión que genere la contestación interna y de ella surja el necesario liderazgo colectivo que reactive los valores en los que se basaba la identidad socialdemócrata del Psoe. Yo con ellos así lo deseo, pero la experiencia y el barrizal de incoherencias, traiciones y engaños y las múltiples corrupciones económicas y mentales por donde el Psoe ha deambulado los últimos años, no son, precisamente el mejor soporte sobre el que reconstruir futuro socialista.
Esta trayectoria y esos hechos son los que, en una acumulación persistente y continuada, han llevado al antiguo partido de Pablo Iglesias a ser el objeto político más rechazado por la izquierda social española dejando de ser, por lo tanto, el instrumento constitucional que todo partido ha de ser al servicio de los ciudadanos y de la pluralidad política. Consecuentemente, y sin que analista alguno lo pudiera haber anticipado, el camino de desapego, cuando no huida de su propia identidad histórica, ha provocado que en el cortísimo espacio de siete años más de cuatro millones de ciudadanos hayan rechazado la gestión de los que en vez de socialistas se autodenominaban progresistas, enviándolos a los márgenes de todas las instituciones.
Entiendo que en la actual situación es digno de recordarse que tal debacle se ha dado tan solo en una ocasión, en 1981, y con golpe de estado de por medio, la UCD sufrió semejante desastre electoral, pero entonces y a diferencia de lo que hasta el momento viene ocurriendo en el Psoe la derecha tomó rápida conciencia de su autentica identidad y rechazando su circunstancial disfraz de derecha moderada y/o centrista volvió a hacer gala de su autentico ADN político, derecha pura y dura, sin complejos y, en su fuero interno, nostálgicos del franquismo.
Hoy, tras más de treinta años de supuesta democracia constitucional, tras exactos treinta años desde que se accedió al gobierno de la nación, se puede constatar que ese Psoe se ha abandonado a la placidez institucional, a la abulia política, a esa corrupta forma de estar en política guiados por el exclusivo interés de mantenerse, de permanecer en el disfrute personal de las mieles que injustamente el sistema regala a los que con el capital son sumisos.
El tiempo ha demostrado y la derecha lo ha aprendido a la perfección, que el dominio de los menos sobre los mas, el dominio de los poderosos sobre los que de alguna forma de ellos dependen, se consigue más fácilmente y de forma más duradera con las pequeñas pero insistentes reformas que desde el poder económico se imponen a las sociedades adormecidas por el consumismo.
Ya no necesitan de guerras, pues ni oponentes ideológicos tienen. Hoy no es de recibo, no está bien visto que los poderosos impongan por la fuerza de las armas y por la represión de la ciudadanía regímenes totalitarios a la antigua usanza. Hoy desde el control absoluto de una economía globalizada pueden imponer su dominio sin generar reacciones populares que manchasen con sangre su paseo militar, esta vez solo económico.
Si como ya ha sucedido, a esa exitosa estrategia de dominación se suma la traición complaciente de la izquierda socialdemócrata, feliz de poder disfrutar de indecentes recompensas tras los servicios prestados al capital, tendremos un panorama que a los pesimistas suficientemente informados nos conduce a tener por seguro que nada cambiará en el interior del Psoe tras la previsible derrota final que el próximo día 25 los herederos del zapaterismo obtendrán en Andalucía.
Muchos serán los que compartan la esperanza de que esa derrota total sea el punto de inflexión que genere la contestación interna y de ella surja el necesario liderazgo colectivo que reactive los valores en los que se basaba la identidad socialdemócrata del Psoe. Yo con ellos así lo deseo, pero la experiencia y el barrizal de incoherencias, traiciones y engaños y las múltiples corrupciones económicas y mentales por donde el Psoe ha deambulado los últimos años, no son, precisamente el mejor soporte sobre el que reconstruir futuro socialista.
Esta trayectoria y esos hechos son los que, en una acumulación persistente y continuada, han llevado al antiguo partido de Pablo Iglesias a ser el objeto político más rechazado por la izquierda social española dejando de ser, por lo tanto, el instrumento constitucional que todo partido ha de ser al servicio de los ciudadanos y de la pluralidad política. Consecuentemente, y sin que analista alguno lo pudiera haber anticipado, el camino de desapego, cuando no huida de su propia identidad histórica, ha provocado que en el cortísimo espacio de siete años más de cuatro millones de ciudadanos hayan rechazado la gestión de los que en vez de socialistas se autodenominaban progresistas, enviándolos a los márgenes de todas las instituciones.
Entiendo que en la actual situación es digno de recordarse que tal debacle se ha dado tan solo en una ocasión, en 1981, y con golpe de estado de por medio, la UCD sufrió semejante desastre electoral, pero entonces y a diferencia de lo que hasta el momento viene ocurriendo en el Psoe la derecha tomó rápida conciencia de su autentica identidad y rechazando su circunstancial disfraz de derecha moderada y/o centrista volvió a hacer gala de su autentico ADN político, derecha pura y dura, sin complejos y, en su fuero interno, nostálgicos del franquismo.
Hoy, tras más de treinta años de supuesta democracia constitucional, tras exactos treinta años desde que se accedió al gobierno de la nación, se puede constatar que ese Psoe se ha abandonado a la placidez institucional, a la abulia política, a esa corrupta forma de estar en política guiados por el exclusivo interés de mantenerse, de permanecer en el disfrute personal de las mieles que injustamente el sistema regala a los que con el capital son sumisos.
El tiempo ha demostrado y la derecha lo ha aprendido a la perfección, que el dominio de los menos sobre los mas, el dominio de los poderosos sobre los que de alguna forma de ellos dependen, se consigue más fácilmente y de forma más duradera con las pequeñas pero insistentes reformas que desde el poder económico se imponen a las sociedades adormecidas por el consumismo.
Ya no necesitan de guerras, pues ni oponentes ideológicos tienen. Hoy no es de recibo, no está bien visto que los poderosos impongan por la fuerza de las armas y por la represión de la ciudadanía regímenes totalitarios a la antigua usanza. Hoy desde el control absoluto de una economía globalizada pueden imponer su dominio sin generar reacciones populares que manchasen con sangre su paseo militar, esta vez solo económico.
Si como ya ha sucedido, a esa exitosa estrategia de dominación se suma la traición complaciente de la izquierda socialdemócrata, feliz de poder disfrutar de indecentes recompensas tras los servicios prestados al capital, tendremos un panorama que a los pesimistas suficientemente informados nos conduce a tener por seguro que nada cambiará en el interior del Psoe tras la previsible derrota final que el próximo día 25 los herederos del zapaterismo obtendrán en Andalucía.
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