domingo, 19 de abril de 2009

APUNTE DOMINGUERO

Supongo que no seré el único quien tras haber contemplando repetidamente una situación determinada que no se acaba de entender, o tras preguntarse una y otra vez la razón de algo aparentemente extraño, repentinamente se cae en la cuenta del porqué de lo hasta entonces inexplicado o incomprendido, quedando sorprendido por la tardanza en captar lo que en ese momento se advierte como obvio.
En más de una ocasión, - casi todos los domingos-, cuando comienzo, y en ocasiones acabo, “El País Semanal” por la ultima pagina y Javier Marías con sus envidiables letras me recarga la neurona, me he preguntado sobre cuál será la razón que impone que el semanal articulo del académico ocupe el lugar que en tal publicación ocupa, el último. Y sin respuesta, siempre acabo diciéndome que si él autor nunca ha protestado ni por tan relegado puesto, ni de la compañía que tan íntimamente le sigue y que cada vez que uno de sus lectores pasa página provoca que el contacto sea tan íntimo como lo que en ella se promueve, no seré yo el que denuncie tan estrecha convivencia. Sus razones tendrán editor y autor.
Hasta hoy. Hasta que hoy, tras leerlo, y llevando años viendo lo descrito y preguntándome lo expuesto, he encontrado la respuesta que sigue y que solo a mi me aplicaría de estar en su situación.
Es más que posible que a Marías le importe un bledo situación y compañía de su colaboración semanal, pero si de mí se tratase, reclamaría al editor esa exacta situación para mis letras. Prefiero el permanente contacto con quienes del sexo y su entorno tecnológico viven y así en la vuelta de la contraportada se anuncian, que estar perdido entre exquisitos cocineros que tras dejar hambrientos a sus clientes los despluman, o rodeado de famélicas bellezas con atuendos que solo para la foto valen, o en el sumun del esnobismo, tener que aguantar el darme de morros con tan ostentosas como inalcanzables casas llenas de muebles de diseño.

Hoy he entendido que, quizás, Javier Marías valore más la compañía, -en el papel-, de una honrada y rotunda puta, que toda la anoréxica moda fashion y el diseño culinario.

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