Pocos son los que, sin ser fanáticos de partido alguno, aun no compartirán que esto no es una crisis sino una estafa del capital, quizá la batalla decisiva del sistema “democrático” capitalista contra los trabajadores, sistema que atisba la consecución de su último objetivo, la neutralización efectiva del sistema de derechos y libertades iguales para todos.
Esos pocos que aun creen vivir en un sistema que solo está en crisis, pudieran ser junto a los partidos políticos, sus partidarios y todo el resto de vividores a cuenta del sistema, -sindicatos, patronales, iglesia, medios de comunicación, la gran pléyade de subvencionados por nada y el ejercito de corruptos y corruptores-, los que necesitasen tener encima de la mesa un número de muertos indeterminado producido por la represión de quienes llaman orden a lo que es injusticia, paz a lo que es imposición y mesura a lo que es miedo.
Hay quien aun mantiene que la democracia, que esta democracia, está dotada de mecanismos que permiten a la ciudadanía imponer el poder que la ley y la razón les confiere, y lo mantienen a pesar de comprobar día a día que es falso, que ni con unos ni con otros las razones del pueblo son las razones del sistema, que las necesidades de la ciudadanía no son las necesidades de los que lo dirigen y sus acólitos, y que la respuesta del sistema a la mínima contestación ciudadana es la imposición, por la fuerza, de los intereses de los poderosos.
Con unos, el pueblo de Madrid fue masacrado por expresar su rechazo a una iglesia machista y totalitaria, con estos otros, los jóvenes valencianos son aporreados por reclamar el derecho constitucional a una educación igualitaria y de calidad.
Me temo que no falte mucho para que el actual nuevo falangismo del capital provoque la salida a la calle de miles de desesperados, quienes junto a los que solo estamos indignados, desahuciados, parados y/o cabreados llegásemos a una conclusión, por la cual, la justa violencia y el correspondiente ejercicio de la fuerza corresponde a quienes detentan y ostentan la legitimidad que confiere el ser nada más y nada menos que ciudadanos en plenitud de sus derechos y sus obligaciones, ciudadanos sabedores que ni entre las obligaciones, ni entre los derechos, se encuentra la sumisión a unos poderes que se han deslegitimado por su perversión, por su corrupción y por el abuso en la utilización de una fuerza que solo es una delegación de poder que la ciudadanía hace a quienes mantienen la dignidad de ser merecedores de ella.
Que nadie se engañe. El camino que nos están obligando a recorrer lleva inevitablemente a la confrontación social, pues el dolor y la desesperación ante la injusticia solo son desterrables por el poder de la fuerza del pueblo. Los poderosos, los que siempre han soñado con el aplastamiento del pueblo, jamás han cedido ante la razón, solo ante la fuerza. Véase si no, la historia, reciente o remota, de la humanidad.
Esos pocos que aun creen vivir en un sistema que solo está en crisis, pudieran ser junto a los partidos políticos, sus partidarios y todo el resto de vividores a cuenta del sistema, -sindicatos, patronales, iglesia, medios de comunicación, la gran pléyade de subvencionados por nada y el ejercito de corruptos y corruptores-, los que necesitasen tener encima de la mesa un número de muertos indeterminado producido por la represión de quienes llaman orden a lo que es injusticia, paz a lo que es imposición y mesura a lo que es miedo.
Hay quien aun mantiene que la democracia, que esta democracia, está dotada de mecanismos que permiten a la ciudadanía imponer el poder que la ley y la razón les confiere, y lo mantienen a pesar de comprobar día a día que es falso, que ni con unos ni con otros las razones del pueblo son las razones del sistema, que las necesidades de la ciudadanía no son las necesidades de los que lo dirigen y sus acólitos, y que la respuesta del sistema a la mínima contestación ciudadana es la imposición, por la fuerza, de los intereses de los poderosos.
Con unos, el pueblo de Madrid fue masacrado por expresar su rechazo a una iglesia machista y totalitaria, con estos otros, los jóvenes valencianos son aporreados por reclamar el derecho constitucional a una educación igualitaria y de calidad.
Me temo que no falte mucho para que el actual nuevo falangismo del capital provoque la salida a la calle de miles de desesperados, quienes junto a los que solo estamos indignados, desahuciados, parados y/o cabreados llegásemos a una conclusión, por la cual, la justa violencia y el correspondiente ejercicio de la fuerza corresponde a quienes detentan y ostentan la legitimidad que confiere el ser nada más y nada menos que ciudadanos en plenitud de sus derechos y sus obligaciones, ciudadanos sabedores que ni entre las obligaciones, ni entre los derechos, se encuentra la sumisión a unos poderes que se han deslegitimado por su perversión, por su corrupción y por el abuso en la utilización de una fuerza que solo es una delegación de poder que la ciudadanía hace a quienes mantienen la dignidad de ser merecedores de ella.
Que nadie se engañe. El camino que nos están obligando a recorrer lleva inevitablemente a la confrontación social, pues el dolor y la desesperación ante la injusticia solo son desterrables por el poder de la fuerza del pueblo. Los poderosos, los que siempre han soñado con el aplastamiento del pueblo, jamás han cedido ante la razón, solo ante la fuerza. Véase si no, la historia, reciente o remota, de la humanidad.
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