Mientras unos se escandalizan por los casos de corrupción descubiertos, otros callan los aun ocultos. Mientras todos cargan contra los políticos corrompidos, nadie lo hace contra los corruptores de las empresas. Mientras los partidos piensan como protegerse de posibles terremotos electorales, los ciudadanos, presos de un sistema sin alternativas, parecen soportar el descrédito nacional con resignación infinita.
Unos, los de la extrema derecha descalifican el sistema y unos y otros callan las corrupciones que conocen y consienten. Los que disfrutan de tribunas públicas, todos, cargan contra los que con nombre y apellidos representan hoy a la corrupción española y ninguno señala la evidencia de que sin corruptores no habría corrompidos, ninguno dice lo que todos sabemos, que sin la codicia infinita del capital la degeneración del sistema no se hubiese dado.
Y así las cosas, nadie señala a la degeneración del pensamiento y la consecuente degeneración de la acción política como la causa primera de la cadena de corrupciones que nos asolan.
Cuando la debilidad conceptual de la izquierda, de todas ellas, ha conducido a que los intereses corporativos de los que de la política viven sean los que marquen orientación y metas de su diario quehacer político, es consustancial a tal proceder que los medios devengan en fines, y estos en lejanas utopías arrinconadas.
Alcanzar el poder político, sea intrapartidario o institucional, se convierte en la razón única y exclusiva de los que en el campo político pugnan, pasando a un remoto y lejano lugar aquella concepción por la cual el poder político era un mecanismo, una herramienta, un simple medio para avanzar en la consecución del bien común.
Hoy todos se rasgan las vestiduras por los generalizados atracos a los dineros públicos. Se lamentan del distanciamiento de la ciudadanía respecto a los que con más o menos benevolencia cobijan e incluso protegen a los ladrones, pero nadie se lamenta de que el juego de contrapoderes que habría de ser la democracia haya desaparecido al haberlo hecho el plato de la balanza que contenía todos los valores y todos los sueños de la izquierda. Ese plato, hoy vacío, era el contrapeso que equilibraba al sistema, el que permitía que los valores de unos impusiesen la existencia de valores contrapuestos o complementarios en el otro lado de la balanza democrática.
Habiendo desaparecido o degenerado los conceptos de libertad, de igualdad y de justicia social, es absolutamente natural y casi obligado que la corrupción ahogue a un sistema en el que sus actores principales se sienten como cerdos en lodazal, hozando al del al lado con el único fin de que el adversario resulte mas salpicado del hedor general.
Mientras, los ciudadanos, presos de las normas que regulan ese lodazal político no contamos con alternativas que impidan que su corrupción salpique a toda la sociedad, habiendo llegado al extremo de tener a una parte de esa sociedad infectada por el virus de la corrupción, el cual ya ha provocado que esos sectores sociales se sientan felizmente representados por esa piara en ese lodazal.
Seguro que hay más de uno y más de dos que están releyendo a Giuseppe Tomasi di Lampedusa a fin de cambiar algo para que nada cambie, aun sin que Garibaldi alguno haya desembarcado en esta Sicilia hispánica.
Unos, los de la extrema derecha descalifican el sistema y unos y otros callan las corrupciones que conocen y consienten. Los que disfrutan de tribunas públicas, todos, cargan contra los que con nombre y apellidos representan hoy a la corrupción española y ninguno señala la evidencia de que sin corruptores no habría corrompidos, ninguno dice lo que todos sabemos, que sin la codicia infinita del capital la degeneración del sistema no se hubiese dado.
Y así las cosas, nadie señala a la degeneración del pensamiento y la consecuente degeneración de la acción política como la causa primera de la cadena de corrupciones que nos asolan.
Cuando la debilidad conceptual de la izquierda, de todas ellas, ha conducido a que los intereses corporativos de los que de la política viven sean los que marquen orientación y metas de su diario quehacer político, es consustancial a tal proceder que los medios devengan en fines, y estos en lejanas utopías arrinconadas.
Alcanzar el poder político, sea intrapartidario o institucional, se convierte en la razón única y exclusiva de los que en el campo político pugnan, pasando a un remoto y lejano lugar aquella concepción por la cual el poder político era un mecanismo, una herramienta, un simple medio para avanzar en la consecución del bien común.
Hoy todos se rasgan las vestiduras por los generalizados atracos a los dineros públicos. Se lamentan del distanciamiento de la ciudadanía respecto a los que con más o menos benevolencia cobijan e incluso protegen a los ladrones, pero nadie se lamenta de que el juego de contrapoderes que habría de ser la democracia haya desaparecido al haberlo hecho el plato de la balanza que contenía todos los valores y todos los sueños de la izquierda. Ese plato, hoy vacío, era el contrapeso que equilibraba al sistema, el que permitía que los valores de unos impusiesen la existencia de valores contrapuestos o complementarios en el otro lado de la balanza democrática.
Habiendo desaparecido o degenerado los conceptos de libertad, de igualdad y de justicia social, es absolutamente natural y casi obligado que la corrupción ahogue a un sistema en el que sus actores principales se sienten como cerdos en lodazal, hozando al del al lado con el único fin de que el adversario resulte mas salpicado del hedor general.
Mientras, los ciudadanos, presos de las normas que regulan ese lodazal político no contamos con alternativas que impidan que su corrupción salpique a toda la sociedad, habiendo llegado al extremo de tener a una parte de esa sociedad infectada por el virus de la corrupción, el cual ya ha provocado que esos sectores sociales se sientan felizmente representados por esa piara en ese lodazal.
Seguro que hay más de uno y más de dos que están releyendo a Giuseppe Tomasi di Lampedusa a fin de cambiar algo para que nada cambie, aun sin que Garibaldi alguno haya desembarcado en esta Sicilia hispánica.
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