viernes, 23 de marzo de 2012

VERGÜENZA NACIONAL



Tan solo pueden ser el miedo y la opresión que el sistema ejerce descaradamente sobre los ciudadanos españoles las razones por las que la rebelión y el estallido social aun no se han producido.
Embarcados en una crisis estudiada de antemano y aplicada a todos aquellos que no la han generado, con una sociedad que se encuentra a un solo paso de tener más de seis millones de trabajadores en paro, con más de millón y medio de hogares en los que todos sus componentes en edad de trabajar no tienen donde hacerlo y con más del veinte por ciento de la ciudadanía por debajo del umbral de pobreza, la clase política española no se recata lo mas mínimo en la diaria ostentación de su corrupción.
Como digo, quiero creer que es el miedo y la opresión lo que retiene la justa indignación ciudadana, pero me temo que también pudiera ser que el individualismo, -ese veneno social que durante todos estos años de pseudodemocracia han sembrado y han abonado desde el poder-, sea lo que retrae de la reacción a este pueblo español que jamás ha hecho su cada vez mas imprescindible revolución burguesa.
No quiero aceptar la evidencia que día a día se nos muestra como demostración de la inanidad social española. No acepto que se pueda seguir descendiendo colectivamente los escalones que nos dirigen al esclavismo democrático global. Rechazo frontalmente el desprecio displicente con que nos obsequian todos esos corruptos que, tras vender su alma y su cuerpo a las tentaciones del dinero poniendo nuestra representación a los pies de los poderosos, ni tan siquiera tratan de ocultarse cuando estos retribuyen a familiares y amigos, a terceros interpuestos que sirven de vasos comunicantes para la compra-venta en el zoco de la política española.
Lo que no acabo de entender es como aquellos que nos declaramos enemigos de esas empresas que con sus acciones corrompen a la clase política española, seguimos siendo clientes de sus servicios y por lo tanto cooperamos a que mantengan su posición de dominio sobre los que según la constitución solo debieran servir a los intereses del pueblo.
González, Aznar, Solbes, Taguas, Zaplana, de Paz, Sebastián, Camps, Matas, Boyer, Urralburu, Roldan, López Viejo, últimamente Cospedal, Madina y Sáez de Santamaría, los que se me quedan en el tintero y los que están por llegar, son pestilentes ejemplos de la “normalidad” a la que la indecencia política y ética ha llegado en este injusto país.
Mientras el pueblo español sufre las consecuencias de la codicia y las traiciones de los políticos y todos los estamentos publicos se ven corroídos por el acido de la irresponsabilidad y de la insolidaridad, nuestro más alto representante confiesa perder ocasionalmente, solo el sueño, por la situación de la juventud española.
Estoy convencido de que cada día que pasa hay más vergüenza e indignación popular que, antes o después, acabará estallando, tan convencido como que ni uno solo de esos representantes siente la más ligera vergüenza sobre su comportamiento o el de sus colegas corruptos.

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