martes, 6 de marzo de 2012

OTRO PASO HACIA EL SUICIDIO SOCIAL




En los años sesenta nadie de mi familia se vio en la necesidad de emigrar para poder mirar al futuro con un mínimo grado de seguridad. Hoy, tras estos años de “progreso y democracia”, mi hijo se ve obligado a hacerlo a fin de obtener no solo esa seguridad que presta el trabajo digno, sino también para alcanzar el grado de autoestima, respeto y reconocimiento que aquí la sociedad española le niega tras haber soportado parte del coste de una formación universitaria.
En aquellos años, los más débiles súbditos de la dictadura, los que ni acceso habían tenido a la formación y capacitación profesional, tenían que emigrar para poder mantener a la familia que aquí quedaba. Esos esforzados trabajadores consiguieron antes el reconocimiento y respeto de unas sociedades extrañas a sus costumbres que el que aquí sus paisanos, mucho mas tarde, les otorgaron.
Aquellos trabajadores no solo cooperaron a desarrollar la economía de los países a los que marcharon pues con sus regulares aportaciones económicas a sus familias, cooperaron igualmente a la activación de la economía española.
Hoy, cuando apenas hace unos meses nos decían que éramos el país en el que se miraba el resto de Europa, que habíamos alcanzado a Italia y que íbamos a por Francia en lo que a riqueza nacional se refería, hoy, la sociedad española aplaude que jóvenes universitarios con una preparación que al parecer envidian las empresas alemanas, francesas e inglesas, abandonen su país empobreciéndolo con su ausencia para enriquecer a otros que sí les ofrecen dignidad personal, profesional y con ellas respeto ciudadano.
Esta deplorable situación social y económica no es un punto de llegada, no es la meta final, pues todo evoluciona de forma imparable, pero la impronta con la que tal situación cala a la sociedad española no nos augura nada bueno para el futuro inmediato.
¿Qué se puede esperar de una sociedad que se autodenomina avanzada cuando tras soportar esfuerzos colectivos en educación y formación académica abona el camino por el cual se pierden las esperanza de avances futuros que solo esa la juventud puede aportar?
Hablan de austeridad para castigarnos con recortes de derechos que ellos no sufren y en la mayor de las contradicciones favorecen el mayor de los derroches que en un país de corruptores y corruptos se puede dar, regalar cerebros profesionalmente bien amueblados a aquellos otros países que nada han hecho por conseguirlos.
He tenido solo para mí que la moral es aquella norma de conducta individual que por serlo atañe exclusivamente al sujeto que la práctica y que a diferencia del sentido ético, por ser este de carácter social, es exigible a todo componente de la sociedad que a si misma se aplique una concepción ética en las normas que regulen sus relaciones. Es por ello que si una sociedad abandona o sobrepasa los límites que la ética marca, esa sociedad se verá indefectiblemente condenada a depurarse con dolor.
En España, según mi experiencia vital, se han trocado los sentidos de ética y de moral, haciendo de esta ultima concepción un conjunto de normas de carácter colectivo, hasta el punto, no se olvide, de haber sido impuesta por los poderes publicos, mientras que la ética ha sido arrinconada por esos mismos poderes en el voluntario haber del individuo.
Hoy cuando se habla de inmoralidad se habla de comportamientos sociales cuando habrían de referirse a comportamientos referenciados exclusivamente a las creencias religiosas de cada ciudadano. Es esta interesada confusión entre moral y ética lo que auténticamente influye en esta sociedad pues toda la estructura política y legal española está concebida desde las más fundamentalistas creencias religiosas, las cuales relegan y desprecian al que debiera ser único soporte del andamiaje social, la ética cívica.
El resultado que todos estamos comprobando en estos días de engaño y confusión no puede ser otro que la mentira, la corrupción, la interesada confusión entre política y negocios, el desprecio al interés general y a lo público, la defensa de lo individual y el ataque a lo colectivo, y como indignante guinda de la pestilente tarta que son las estructuras de poder en España, el abandono de la primera de las obligaciones de los que aquí y hoy se dicen representantes democráticos, el respeto a los derechos de los ciudadanos.
En la inmediata tristeza por la pérdida geográfica de un hijo, siento la alegría de saber que no hay mejor mirador para ver las miserias de la sociedad española que el que presta el vivir en una sociedad auténticamente avanzada en la que realmente el poder emana del pueblo y este puede ejercer en libertad y con el respaldo del poder político todos sus derechos.

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