miércoles, 1 de agosto de 2007

COMO MAC ARTHUR, VOLVERÉ

A las puertas de las vacaciones, y solo como aperitivo de lo que en septiembre profundizaré, me permito, a modo de despedida temporal, poner un solo ejemplo de lo que para mí es el más grave problema que, junto con la corrupción política, se da en el sistema democrático español.
Este ejemplo es la demostración de ineficacia, derroche, y abandono de los ciudadanos y de sus derechos por la atomización, dispersión y duplicidad de competencias en que el sistema autonómico ha sumido a la sociedad española.
Los incendios de Canarias, como antaño los de Galicia o el de Guadalajara, ponen de manifiesto que las necesidades ciudadanas van por un lado y las conveniencias de la clase política van por otro muy distinto.
¿Como es posible que contando el estado español con medios para atajar y controlar y sofocar estos incendios, estén ociosos, ya que la titularidad de aviones y helicópteros no corresponde a la autonomía que se quema?
¿Como es posible que no exista mecanismo político y administrativo que automáticamente coordine a nivel nacional estos medios y posibilite respuestas inmediatas y eficaces?
¿Cómo es posible que estén de vacaciones los responsables de tales competencias y solo se presenten en las áreas afectadas diez días después de comenzar a arder?
Que yo sepa ningún político se ha quemado en un incendio, pero si, por no haber hecho lo posible por extinguirlo a tiempo.

Lo trascendente es que por esta ineptitud colectiva, que el sistema favorece, miles de ciudadanos están afectados en bienes y almas, y mientras, la clase política reclamando y defendiendo que las autonomías engorden mientras el gobierno central pace satisfecho de quitarse de encima competencias que pudieran, dada su ineptitud, dejarlos en evidencia.
Lo que está claro, y nadie quiere decir, es que mientras la administración del estado, ayuntamientos, comunidades autónomas y la general del estado, engordan, el ejercicio de los derechos ciudadanos adelgaza de forma inversamente proporcional.

A fin de no engañar a nadie, y dado que, como he dicho antes, volveré sobre este tema, ya mismo me declaro francófilo, que es una forma bastante conocida de decirse centralista, por igualitario y pragmático.
Antiguo que es uno, pero no anti-autonomico.
Como todo, esto también es cuestión de prioridades y equilibrios.

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