Hace ya algunos años, creo recordar que por el 2001, fue preguntado José Saramago acerca del, entonces emergente, nuevo socialismo. Su contestación no dejó lugar a las dudas. Ni a las gramaticales, ni a las conceptuales.
De las primeras, no se puede decir más con menos palabras, y de las segundas baste recordar su respuesta, “todo sustantivo que necesite calificarse como nuevo, ni es tal, ni tampoco lo será lo calificado”. Desde ese preciso momento, Saramago fue estigmatizado por el zapaterismo. No se imaginaban entonces que hasta los del sindicato de la ceja los iban a abandonar.
Hoy cuando se cumplen quince días de su muerte hay que constatar la ruindad de quienes, hasta el momento de esa descalificación ideológica, desearon su proximidad y el empaque personal e intelectual que el Nobel afincado en Lanzarote les prestaba.
No hay mayor ruindad que aquella que conjunta displicencia y disimulo, y displicentes y con mal disimulo han actuado los zapateristas con uno de los pocos elegidos para la gloria de la humanidad.
Algunos se han escudado en su nacionalidad portuguesa, otros en la distancia, y si se quiere, su animadversión hacia el nuevo socialismo, y todos los del gobierno de España han sido especialmente cicateros en el homenaje y funeral a tan gran figura, con lo que han evidenciado, una vez más, que la grandeza de un gobierno, de una idea, de un sentir se pueden demostrar en contadas ocasiones, y esta, la muerte de Saramago ha sido una de las ocasiones en las que se ha revelado en toda su miseria la ruindad de quienes jamás serán grandes como humanos, ya que para ellos ha habido más distancia de Madrid a Lisboa que al Vaticano. Y es que los sectarismos unen mucho.
Con su actitud, estos bobos ruines vienen a su pesar a dar razón al escritor. Ni nuevos, ni socialistas. La prueba es que ellos mismos se denominan progresistas mientras hacen que todo lo relacionado con el socialismo democrático retroceda.
Mucho más tiempo habitará el recuerdo de José Saramago en la memoria de los hombres que la pesadilla de estos progresistas sectarios en los anales de la historia española.
De las primeras, no se puede decir más con menos palabras, y de las segundas baste recordar su respuesta, “todo sustantivo que necesite calificarse como nuevo, ni es tal, ni tampoco lo será lo calificado”. Desde ese preciso momento, Saramago fue estigmatizado por el zapaterismo. No se imaginaban entonces que hasta los del sindicato de la ceja los iban a abandonar.
Hoy cuando se cumplen quince días de su muerte hay que constatar la ruindad de quienes, hasta el momento de esa descalificación ideológica, desearon su proximidad y el empaque personal e intelectual que el Nobel afincado en Lanzarote les prestaba.
No hay mayor ruindad que aquella que conjunta displicencia y disimulo, y displicentes y con mal disimulo han actuado los zapateristas con uno de los pocos elegidos para la gloria de la humanidad.
Algunos se han escudado en su nacionalidad portuguesa, otros en la distancia, y si se quiere, su animadversión hacia el nuevo socialismo, y todos los del gobierno de España han sido especialmente cicateros en el homenaje y funeral a tan gran figura, con lo que han evidenciado, una vez más, que la grandeza de un gobierno, de una idea, de un sentir se pueden demostrar en contadas ocasiones, y esta, la muerte de Saramago ha sido una de las ocasiones en las que se ha revelado en toda su miseria la ruindad de quienes jamás serán grandes como humanos, ya que para ellos ha habido más distancia de Madrid a Lisboa que al Vaticano. Y es que los sectarismos unen mucho.
Con su actitud, estos bobos ruines vienen a su pesar a dar razón al escritor. Ni nuevos, ni socialistas. La prueba es que ellos mismos se denominan progresistas mientras hacen que todo lo relacionado con el socialismo democrático retroceda.
Mucho más tiempo habitará el recuerdo de José Saramago en la memoria de los hombres que la pesadilla de estos progresistas sectarios en los anales de la historia española.
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