jueves, 10 de junio de 2010

TRISTE CENTENARIO

Hace ya algunos años tuve el privilegio de esparcir en las proximidades de las tumbas de Pablo Iglesias y de Francisco Largo Caballero las cenizas de un entrañable compañero. Un compañero que sufrió guerra y represión, cárcel y discriminación, y a partir de los ochenta, desengaño y frustración. Y con todo este bagaje, nunca calló.
Hoy, cuando se cumplen cien años de la llegada del primer representante de los trabajadores españoles al congreso de los diputados, podría ser un buen día para callar, un buen día para recordar, para añorar, para sentir nuestra orfandad, pero también es el día en que redoblar el hablar, el denunciar, el descalificar a todos aquellos que jamás leyeron a Quevedo, o peor aún, aquellos que habiéndolo leído, trocaron su libertad de expresión por su seguridad en los privilegios.
Hoy, en las celebraciones oficiales del centenario de la llegada de Pablo Iglesias al Congreso de los Diputados, nadie osará recitar lo que sigue:


No he de callar por más que con el dedo
ya tocando en tu boca o en tu frente
silencio avises o amenaces miedo.
¿Nunca ha de haber un espíritu valiente?
¿Nunca se ha de pensar lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Pues sepa quién lo niega o quién lo duda
que es lengua la verdad del Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.

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