viernes, 14 de octubre de 2011

PEPIÑO, EL CREYENTE “CAMPEON”.

Dice don José Blanco, ese al que antes de disponer de poder y presupuesto todos llamaban Pepiño, que como creyente no tiene nada de qué arrepentirse, y miren por dónde, por una sola vez un servidor de Vds. le cree a pie juntillas.
Tengo para mí, y al alcance de cualquiera están las evidencias, que para hacer determinadas cosas sin que estas acarreen cargo de conciencia alguno se ha de ser creyente y no un creyente cualquiera. Se ha de ser un fiel creyente de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
Si hacen Vds. un repaso a los hechos de algunos de los más conocidos creyentes españoles de todos los tiempos, podrán constatar que para matar, robar, abusar de la fuerza, mentir y violar las propias leyes, los más de esos creyentes lo hicieron bajo palio, con la cruz como cachiporra, blandiendo lo que llaman sagradas escrituras y con curas que a hisopazos bendecían tales desmanes.
Desde Hernán Cortés al Gran Capitán, desde Isabel de Aragón, llamada la Católica por no temblarle la mano,-a esta tampoco-, cuando sus tropas clericales pasaban a cuchillo a moros y judíos, hasta los miles de asesinos profesionales que a sus tropas mandaban a la muerte en el nombre de dios con tal de conseguir una medalla más.
Creyentes eran Millán Astray y Carrero Blanco, el propio Franco y todos los que en su consejo de ministros firmaban penas de muerte por disentir de su fe política y religiosa. Creyentes eran Arias Navarro, alias “carnicerito de Málaga” y Girón de Velasco, creyentes eran todos los obispos que respaldaron asesinatos y represión, creyentes son los Botín, los Pérez y las Koploviz, los Alierta y los González, los Rivero y los Fainé, Aznar y su Botella, Zaplana, Camps, Fabra, Bárcenas, el “Albondiguilla”, Correa y el “Bigotes”.
Creyente es Bono, Sebastián y tantos otros de su propia nómina, quienes junto al que le introdujo en la “sociedad” madrileña y en el mundo de los pelotazos, José Luis Balbás, y sus matarifes Eduardo Tamayo y Teresa Sáez, todos estos y los anteriores, no solo comparten creencias, sino que también, a distinto nivel, comparten hechos que agotarían los calificativos peyorativos y unas conciencias que por estar basadas en esas precisas creencias religiosas les impide a cada uno de ellos arrepentirse del mal causado ya que o no diferencian el bien del mal, o diferenciándolos, su desvergüenza les lleva a envolver sus fechorías en la capa de creencias que en otros, decentes y honrados, son absolutamente respetables.

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