Ya no se oye tanto aquello de que España cuenta con la generación de jóvenes mejor preparados de la historia. Quizás se deba a que como el desempleo se ceba preferentemente con la juventud, es un autentico despropósito reconocer oficialmente que estamos dilapidando el esfuerzo formativo y la potencialidad de esa generación.
Sea cual sea el motivo por el que los mismos que antes se ufanaban de tal circunstancia, ahora callan, lo cierto y verdad es que la juventud actual es la pagana directa y preferente de la mayoría de los abusos que el sistema de capitalismo de rapiña español ejercita con el beneplácito y la ayuda del poder político.
A los jóvenes que tras años de costosa formación, el llamado mercado de trabajo los condena a la desesperanza del desempleo, han de sumarse aquellos otros que sufren la necesidad de aceptar empleos precarios, esos empleos que bajo contratos a los que sin eufemismos, antaño, hubiésemos denominado como contratos de explotación esclavista, ven como no pueden conseguir ni su independencia familiar, ni su realización personal y profesional.
Otro grupo de jóvenes mas afortunados consiguen formar parte de los “mileuristas” que encadenando contratos temporales y uniendo afecto y trabajo con sus respectivas parejas, consiguen, de mala manera, independizarse de sus padres y, endeudándose de por vida, formar una nueva unidad familiar.
Los menos, aquellos que cuentan con apellido y fortuna, no tienen, ni tendrán nunca problemas parecidos. Son jóvenes pero no forman parte de la inmensa mayoría de la juventud a la que la situación política, social y económica española maltrata sistemáticamente. Son los escasos privilegiados que el sistema preserva para ocupar los puestos dirigentes de cada uno de sus sectores de actividad y así, perpetuar las diferencias sociales.
De esa situación de dependencia laboral y económica se derivan condicionantes que inciden en los posicionamientos anímicos, sociales y políticos de la juventud.
La total dependencia de los jóvenes respecto de los empleadores, el total sometimiento al capricho de los mismos, la feroz competencia laboral entre ellos mismos, las facilidades con las que cuentan los empleadores para despidiendo jóvenes generar ansiedad, incertidumbre y necesidad personal y familiar en el resto de ellos, el distanciamiento de los poderes públicos del conocimiento de tal problemática que específicamente afecta a los jóvenes, el desamparo social y la falta de alternativas laborales, inciden en que la disposición de esa juventud hacia lo que debiera ser consustancial a su edad, la rebeldía, brille por su ausencia.
Muy al contrario, el espíritu dominante en la juventud española, mas allá del lógico deseo de evasión temporal de los problemas que les atenazan, es la aceptación acrítica y sumisa del entorno.
Es rabiosamente indignante que se repita por doquier una frase que para mi resume el grado de rendición que muchos, si no todos los jóvenes, tienen respecto al sistema que les condiciona, …“Es lo que hay”, dicen.
Por su formación saben que es en el campo de la política en el único en que se pudieran dar las condiciones para cambiar, para destrozar esas losas que impiden su libertad personal, laboral, económica e incluso afectiva, pero desgraciadamente saben igual de bien que, tal y como está la política, nada o casi nada liberador pueden esperar de ella. De ahí su distanciamiento trufado de desprecio.
Y como es cierto que toda regla tiene su excepción, no negaré que hay una reducida franja de esa juventud que interesada por la política toma partido y diciendo estar interesados por lo publico, dicen comprometerse con unos u otros planteamientos y visiones sociales.
Lo lamentable es que asociados al compromiso partidario, la inmensa mayoría de los jóvenes socialistas a los que he conocido, llevan consigo un indisimulado apetito de lograr vivir de la política cual viven los que dicen ser sus referentes, apetito muy frecuentemente asociado a un irrefrenable afán de desclasamiento que por otras vías no han conseguido.
Así, en mi experiencia de casi treinta años de militancia en el PSOE he visto como los jóvenes que en él militaban pasaban de la mas furibunda rebeldía izquierdista, primeros años del “felipismo”, al mas acomodaticio oficialismo, tuviese este el tinte político o ideológico que tuviese.
Las últimas camadas de jóvenes progresistas, -y siempre aceptando tan escasas como nobles excepciones-, se han caracterizado por su idolatría a cualquier icono partidario, por su predisposición a no pensar, por su afán de progresar en lo político y en lo económico y por su aversión a cualquiera que plantease alternativa o critica alguna al dogma del estamento oficial.
De ambas situaciones, la laboral y económica, que a casi todos los jóvenes afecta, y la política, que a los voluntarios de los conventos partidarios les aplican, de ambas cabe extraer un denominador común que secciona, si no destruye a la principal virtud de la juventud, su ya citada rebeldía. Ese común denominador de la explotación, es la sumisión, sumisión que es directa derivada de las actitudes ejemplarizantes que los detentadores del poder les muestran todos los días.
Unos, los empleadores, despidiendo caprichosamente, y otros los que detentan el poder en los partidos, seleccionando a aquellos jóvenes que hayan destacado en fidelidad, -que no lealtad-, y en sumisión y aceptación del sistema, del injusto sistema que les aplican.
Cabe preguntarse si existe o existirá algún punto de ebullición juvenil, y que llegados a él, la juventud reaccione e imponga su propio camino, el que les conduzca al futuro que ellos desean; pero también puede ser que a cada minuto que pasa, envejezcan mucho más aquellos que con veinte o treinta años se quedan con eso de…”es lo que hay”, que aquellos otros, casi sesentones, que seguimos en aquello de…. “Oubliez tout ce que vous avez appris. Commencez par rêver”.
O se ponen a soñar o seguirán aplastados.
Sea cual sea el motivo por el que los mismos que antes se ufanaban de tal circunstancia, ahora callan, lo cierto y verdad es que la juventud actual es la pagana directa y preferente de la mayoría de los abusos que el sistema de capitalismo de rapiña español ejercita con el beneplácito y la ayuda del poder político.
A los jóvenes que tras años de costosa formación, el llamado mercado de trabajo los condena a la desesperanza del desempleo, han de sumarse aquellos otros que sufren la necesidad de aceptar empleos precarios, esos empleos que bajo contratos a los que sin eufemismos, antaño, hubiésemos denominado como contratos de explotación esclavista, ven como no pueden conseguir ni su independencia familiar, ni su realización personal y profesional.
Otro grupo de jóvenes mas afortunados consiguen formar parte de los “mileuristas” que encadenando contratos temporales y uniendo afecto y trabajo con sus respectivas parejas, consiguen, de mala manera, independizarse de sus padres y, endeudándose de por vida, formar una nueva unidad familiar.
Los menos, aquellos que cuentan con apellido y fortuna, no tienen, ni tendrán nunca problemas parecidos. Son jóvenes pero no forman parte de la inmensa mayoría de la juventud a la que la situación política, social y económica española maltrata sistemáticamente. Son los escasos privilegiados que el sistema preserva para ocupar los puestos dirigentes de cada uno de sus sectores de actividad y así, perpetuar las diferencias sociales.
De esa situación de dependencia laboral y económica se derivan condicionantes que inciden en los posicionamientos anímicos, sociales y políticos de la juventud.
La total dependencia de los jóvenes respecto de los empleadores, el total sometimiento al capricho de los mismos, la feroz competencia laboral entre ellos mismos, las facilidades con las que cuentan los empleadores para despidiendo jóvenes generar ansiedad, incertidumbre y necesidad personal y familiar en el resto de ellos, el distanciamiento de los poderes públicos del conocimiento de tal problemática que específicamente afecta a los jóvenes, el desamparo social y la falta de alternativas laborales, inciden en que la disposición de esa juventud hacia lo que debiera ser consustancial a su edad, la rebeldía, brille por su ausencia.
Muy al contrario, el espíritu dominante en la juventud española, mas allá del lógico deseo de evasión temporal de los problemas que les atenazan, es la aceptación acrítica y sumisa del entorno.
Es rabiosamente indignante que se repita por doquier una frase que para mi resume el grado de rendición que muchos, si no todos los jóvenes, tienen respecto al sistema que les condiciona, …“Es lo que hay”, dicen.
Por su formación saben que es en el campo de la política en el único en que se pudieran dar las condiciones para cambiar, para destrozar esas losas que impiden su libertad personal, laboral, económica e incluso afectiva, pero desgraciadamente saben igual de bien que, tal y como está la política, nada o casi nada liberador pueden esperar de ella. De ahí su distanciamiento trufado de desprecio.
Y como es cierto que toda regla tiene su excepción, no negaré que hay una reducida franja de esa juventud que interesada por la política toma partido y diciendo estar interesados por lo publico, dicen comprometerse con unos u otros planteamientos y visiones sociales.
Lo lamentable es que asociados al compromiso partidario, la inmensa mayoría de los jóvenes socialistas a los que he conocido, llevan consigo un indisimulado apetito de lograr vivir de la política cual viven los que dicen ser sus referentes, apetito muy frecuentemente asociado a un irrefrenable afán de desclasamiento que por otras vías no han conseguido.
Así, en mi experiencia de casi treinta años de militancia en el PSOE he visto como los jóvenes que en él militaban pasaban de la mas furibunda rebeldía izquierdista, primeros años del “felipismo”, al mas acomodaticio oficialismo, tuviese este el tinte político o ideológico que tuviese.
Las últimas camadas de jóvenes progresistas, -y siempre aceptando tan escasas como nobles excepciones-, se han caracterizado por su idolatría a cualquier icono partidario, por su predisposición a no pensar, por su afán de progresar en lo político y en lo económico y por su aversión a cualquiera que plantease alternativa o critica alguna al dogma del estamento oficial.
De ambas situaciones, la laboral y económica, que a casi todos los jóvenes afecta, y la política, que a los voluntarios de los conventos partidarios les aplican, de ambas cabe extraer un denominador común que secciona, si no destruye a la principal virtud de la juventud, su ya citada rebeldía. Ese común denominador de la explotación, es la sumisión, sumisión que es directa derivada de las actitudes ejemplarizantes que los detentadores del poder les muestran todos los días.
Unos, los empleadores, despidiendo caprichosamente, y otros los que detentan el poder en los partidos, seleccionando a aquellos jóvenes que hayan destacado en fidelidad, -que no lealtad-, y en sumisión y aceptación del sistema, del injusto sistema que les aplican.
Cabe preguntarse si existe o existirá algún punto de ebullición juvenil, y que llegados a él, la juventud reaccione e imponga su propio camino, el que les conduzca al futuro que ellos desean; pero también puede ser que a cada minuto que pasa, envejezcan mucho más aquellos que con veinte o treinta años se quedan con eso de…”es lo que hay”, que aquellos otros, casi sesentones, que seguimos en aquello de…. “Oubliez tout ce que vous avez appris. Commencez par rêver”.
O se ponen a soñar o seguirán aplastados.
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