Llevo dos días conteniendo la rabia que las declaraciones del ministro de trabajo me ha producido y espero que ese sentir no guíe estas letras.
Por algún sitio de este blog ya me he preguntado sobre la actitud y la correspondiente decisión que tomarían los accionistas de Coca-Cola si su presidente recomendase públicamente que sus clientes tomasen Pepsi-Cola. Seguro que su permanencia en el cargo a partir de entonces se mediría en minutos. Lo normal cuando las reglas de juego están claras.
Por el contrario en esto que por aquí llaman la política no solo las reglas no están claras, es que se han esforzado en enturbiar tanto los principios que deberían regir la acción política en democracia, que se acepta como normal, como aceptable, incluso como una forma abnegada de cumplir con su deber que el mas alto encargado gubernativo de proteger, defender y en lo posible ampliar el sistema de pensiones público nos recomiende a todos los trabajadores que nos hagamos un plan de pensiones privado. ¡Con dos coj…s!.
No hace mucho tiempo, el llamado presidente de la patronal, el sr. Díaz Ferran, nos dijo sin rubor alguno que él, siendo dueño de la compañía de aviación Air Comet, nunca le compraría un billete a pesar de que en aquel entonces esa compañía estaba en trance de quebrar. Ni que decir tiene que el escándalo mediático y social que tal declaración produjo fue la adecuada respuesta a tan cínico proceder.
Como se puede apreciar en la comparación de ambos casos, las reacciones mediáticas y sociales son bien distintas. En el primer caso, los periodistas, en lugar de resaltar la corrupción en las funciones en que incurre el ministro de trabajo, se han dedicado a indagar sobre quienes de los jerifaltes de la política tienen planes de pensiones privados, mientras que en el segundo ejemplo, al tratarse de un cínico y arribista empresario, amigo y beneficiario de Aznar, y admirador de la lideresa madrileña, esa que según el patrón de la CEOE es cojonuda, entonces leña al mono, que para los plumillas está justificado, entre otras cosas porque el presupuesto del Ministerio de Trabajo es mucho mayor que el de la CEOE.
Ante estos hechos pareciera que nadie se extraña, que nadie se escandaliza, que todo se admite y se considera normal, que las tragaderas de la ciudadanía no tienen limite y aguantan todos los desmanes con que los poderosos nos obsequian. Y no. Estoy convencido que todo tiene un limite, que existe un punto en el cual las sociedades reaccionan, que el cántaro de la corrupción y sus portadores acaban obteniendo el trato que merecen, como poco desprecio, si no cárcel.
La única duda que tengo es hasta cuando. Hasta cuando soportaremos la acumulación inmundicias. Hasta cuando la revisión al alza de las tarifas eléctricas irán asociadas a intermediaciones bursátiles concretas. Hasta cuando la compra multimillonaria de vacunas para pandemias inexistentes se disociará de una interesada gestión ante los laboratorios farmacéuticos nacionales e internacionales. Hasta cuando todo un consejo de ministros va a seguir legislando para que dos ladrilleros dominen en dos grandes empresas publicas privatizadas. Hasta cuando se aceptará que alguien extraído de la dirección de la SGAE legisle a favor de la misma. Hasta cuando se aceptará que los gobiernos utilicen los dineros públicos para dotarse de grupos de comunicación que les respalden desde la mentira y la confrontación con el discrepante.
Hasta cuando aguantaremos que la política en España sea impermeable a la decencia.
Menos mal que contamos con una institución que se bate duramente contra todo tipo de corrupción, el Defensor del Pueblo.
Por algún sitio de este blog ya me he preguntado sobre la actitud y la correspondiente decisión que tomarían los accionistas de Coca-Cola si su presidente recomendase públicamente que sus clientes tomasen Pepsi-Cola. Seguro que su permanencia en el cargo a partir de entonces se mediría en minutos. Lo normal cuando las reglas de juego están claras.
Por el contrario en esto que por aquí llaman la política no solo las reglas no están claras, es que se han esforzado en enturbiar tanto los principios que deberían regir la acción política en democracia, que se acepta como normal, como aceptable, incluso como una forma abnegada de cumplir con su deber que el mas alto encargado gubernativo de proteger, defender y en lo posible ampliar el sistema de pensiones público nos recomiende a todos los trabajadores que nos hagamos un plan de pensiones privado. ¡Con dos coj…s!.
No hace mucho tiempo, el llamado presidente de la patronal, el sr. Díaz Ferran, nos dijo sin rubor alguno que él, siendo dueño de la compañía de aviación Air Comet, nunca le compraría un billete a pesar de que en aquel entonces esa compañía estaba en trance de quebrar. Ni que decir tiene que el escándalo mediático y social que tal declaración produjo fue la adecuada respuesta a tan cínico proceder.
Como se puede apreciar en la comparación de ambos casos, las reacciones mediáticas y sociales son bien distintas. En el primer caso, los periodistas, en lugar de resaltar la corrupción en las funciones en que incurre el ministro de trabajo, se han dedicado a indagar sobre quienes de los jerifaltes de la política tienen planes de pensiones privados, mientras que en el segundo ejemplo, al tratarse de un cínico y arribista empresario, amigo y beneficiario de Aznar, y admirador de la lideresa madrileña, esa que según el patrón de la CEOE es cojonuda, entonces leña al mono, que para los plumillas está justificado, entre otras cosas porque el presupuesto del Ministerio de Trabajo es mucho mayor que el de la CEOE.
Ante estos hechos pareciera que nadie se extraña, que nadie se escandaliza, que todo se admite y se considera normal, que las tragaderas de la ciudadanía no tienen limite y aguantan todos los desmanes con que los poderosos nos obsequian. Y no. Estoy convencido que todo tiene un limite, que existe un punto en el cual las sociedades reaccionan, que el cántaro de la corrupción y sus portadores acaban obteniendo el trato que merecen, como poco desprecio, si no cárcel.
La única duda que tengo es hasta cuando. Hasta cuando soportaremos la acumulación inmundicias. Hasta cuando la revisión al alza de las tarifas eléctricas irán asociadas a intermediaciones bursátiles concretas. Hasta cuando la compra multimillonaria de vacunas para pandemias inexistentes se disociará de una interesada gestión ante los laboratorios farmacéuticos nacionales e internacionales. Hasta cuando todo un consejo de ministros va a seguir legislando para que dos ladrilleros dominen en dos grandes empresas publicas privatizadas. Hasta cuando se aceptará que alguien extraído de la dirección de la SGAE legisle a favor de la misma. Hasta cuando se aceptará que los gobiernos utilicen los dineros públicos para dotarse de grupos de comunicación que les respalden desde la mentira y la confrontación con el discrepante.
Hasta cuando aguantaremos que la política en España sea impermeable a la decencia.
Menos mal que contamos con una institución que se bate duramente contra todo tipo de corrupción, el Defensor del Pueblo.
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