Con toda la cara del mundo y sin rubor alguno, a través de la prensa, don Luís Barcenas, el supuesto L.B. o Luís “el cabrón”, en la terminología Gurtel, nos relata hoy las razones por las que ha decidido renunciar a su acta de senador.
Supongo que a sus colegas del PP les habrá parecido tal gesto el que corresponde a alguien en quien todos hasta hace muy poco tenían de su total confianza por lo que no tardarán en loar tan caballeroso proceder.
Supongo que del otro lado, se centrarán en resaltar lo mucho que ha tardado el ex tesorero del PP en renunciar a su acta y que finalmente lo ha hecho presionado, si no amenazado por sus propios compañeros.
Para mi lo más significativo que en sus explicaciones pone de manifiesto quien es y como concibe su estatus en la política, es cuando el ya ex senador dice alegrarse por volver a ser un ciudadano normal.
Puede que muchos hayan reparado en tal particularidad, y puede que estos hayan sentido algo de repulsa por comprobar como este individuo, durante el tiempo en que ha sido dueño del acta de senador, se ha sentido, no como un ciudadano normal de los que vivimos y trabajamos sin privilegios ni ventajas específicamente establecidas para distanciar a la clase política española del común de los ciudadanos. Don Luis B., al igual que el resto de sus colegas de privilegios, se ha sentido merecedor de tales ventajas por sus propios meritos y por la gracia de dios, llámese este Rajoy o Zp, que son quienes les confieren el privilegio de solo responder de sus hechos ante ellos, no ante quienes los elijen.
Pero dada la situación social y política española, estoy absolutamente seguro de que para la inmensa mayoría de los españoles y para la totalidad de la clase política ha pasado desapercibido el detalle consistente en que aquellos que de los privilegios de la política disfrutan, confunden el ser con el estar.
En todo el tiempo pasado en el que estuve muy cerca de muchos de los beneficiarios de la política, -y yo mismo fui uno de ellos durante tres larguísimos años-, nunca, ni una sola vez oí a alguno de los concejales con los que compartí corporación, ni a uno solo de los diputados autonómicos o nacionales con los que de vez en cuando coincidía, jamás les oí decir que estaban de concejal, que estaban de diputado o que estaban de cualquier cargo de la administración.
Siempre, absolutamente siempre, todos ellos, al ser interrogados sobre su ocupación siempre contestaban afirmando que eran concejales, que eran diputados, que eran directores generales, etc. etc. Puestos que, tanto si eran de elección como si eran de designación, a todos esos detentadores de privilegios les inducía, y por lo que se ve les sigue induciendo a ser, que no estar, de…..
Es evidente que para la clase política española estar de concejal, estar de diputado, o de cualquiera otro cargo de los muchos que en el sistema democrático han proliferado, catapulta al beneficiario a las más altas cotas de injustificada auto estima, y consiguientemente, les distancia de aquellos que pudieran legítimamente alardear de ser titulares del único título que auténticamente puede asociarse a la naturaleza política mas elevada del ser humano, ser solo, nada más y nada menos que un ciudadano libre, porque todo lo demás, les guste o no a los engolados “representantes del pueblo” es transitorio, es temporal, es o debiera ser pasajero, de ahí que, debiera ser el verbo estar el que utilizasen con profusión si concibiesen su ocupación desde la mas elemental ética ciudadana.
Mas como estas sutilezas no han de ser objeto de su atención, ya que su elevada posición les impide atender a lo que a ras del suelo a los mortales nos interesa y nos ocupa, mantendrán su altivez y con ella nos seguirán demostrando cuan simples nos conceptúan, ya que cuando se caen o los arrojan del olimpo de la política, entonces y solo entonces, ni un segundo antes del cese o la dimisión, dicen reconocerse como simples ciudadanos.
Para contento de mis lectores les diré que he comprobado que todos aquellos que según ellos mismos han pasado, de forma tan sorprendente como errónea, de vivir sin dar palo al agua en la política a tener que ganarse las habichuelas como el resto de sus conciudadanos, lo llevan fatal. Tanto, que parecen almas en pena, que sin ser capaces de reconocer su presente contemplan su futuro añorando su pasado y renegando de los que les sustituyeron.
A ninguno de ellos, si se los encuentran, les digan aquello de “Sic transit gloria mundi”, que el que lo entienda, se les cabreará.
Supongo que a sus colegas del PP les habrá parecido tal gesto el que corresponde a alguien en quien todos hasta hace muy poco tenían de su total confianza por lo que no tardarán en loar tan caballeroso proceder.
Supongo que del otro lado, se centrarán en resaltar lo mucho que ha tardado el ex tesorero del PP en renunciar a su acta y que finalmente lo ha hecho presionado, si no amenazado por sus propios compañeros.
Para mi lo más significativo que en sus explicaciones pone de manifiesto quien es y como concibe su estatus en la política, es cuando el ya ex senador dice alegrarse por volver a ser un ciudadano normal.
Puede que muchos hayan reparado en tal particularidad, y puede que estos hayan sentido algo de repulsa por comprobar como este individuo, durante el tiempo en que ha sido dueño del acta de senador, se ha sentido, no como un ciudadano normal de los que vivimos y trabajamos sin privilegios ni ventajas específicamente establecidas para distanciar a la clase política española del común de los ciudadanos. Don Luis B., al igual que el resto de sus colegas de privilegios, se ha sentido merecedor de tales ventajas por sus propios meritos y por la gracia de dios, llámese este Rajoy o Zp, que son quienes les confieren el privilegio de solo responder de sus hechos ante ellos, no ante quienes los elijen.
Pero dada la situación social y política española, estoy absolutamente seguro de que para la inmensa mayoría de los españoles y para la totalidad de la clase política ha pasado desapercibido el detalle consistente en que aquellos que de los privilegios de la política disfrutan, confunden el ser con el estar.
En todo el tiempo pasado en el que estuve muy cerca de muchos de los beneficiarios de la política, -y yo mismo fui uno de ellos durante tres larguísimos años-, nunca, ni una sola vez oí a alguno de los concejales con los que compartí corporación, ni a uno solo de los diputados autonómicos o nacionales con los que de vez en cuando coincidía, jamás les oí decir que estaban de concejal, que estaban de diputado o que estaban de cualquier cargo de la administración.
Siempre, absolutamente siempre, todos ellos, al ser interrogados sobre su ocupación siempre contestaban afirmando que eran concejales, que eran diputados, que eran directores generales, etc. etc. Puestos que, tanto si eran de elección como si eran de designación, a todos esos detentadores de privilegios les inducía, y por lo que se ve les sigue induciendo a ser, que no estar, de…..
Es evidente que para la clase política española estar de concejal, estar de diputado, o de cualquiera otro cargo de los muchos que en el sistema democrático han proliferado, catapulta al beneficiario a las más altas cotas de injustificada auto estima, y consiguientemente, les distancia de aquellos que pudieran legítimamente alardear de ser titulares del único título que auténticamente puede asociarse a la naturaleza política mas elevada del ser humano, ser solo, nada más y nada menos que un ciudadano libre, porque todo lo demás, les guste o no a los engolados “representantes del pueblo” es transitorio, es temporal, es o debiera ser pasajero, de ahí que, debiera ser el verbo estar el que utilizasen con profusión si concibiesen su ocupación desde la mas elemental ética ciudadana.
Mas como estas sutilezas no han de ser objeto de su atención, ya que su elevada posición les impide atender a lo que a ras del suelo a los mortales nos interesa y nos ocupa, mantendrán su altivez y con ella nos seguirán demostrando cuan simples nos conceptúan, ya que cuando se caen o los arrojan del olimpo de la política, entonces y solo entonces, ni un segundo antes del cese o la dimisión, dicen reconocerse como simples ciudadanos.
Para contento de mis lectores les diré que he comprobado que todos aquellos que según ellos mismos han pasado, de forma tan sorprendente como errónea, de vivir sin dar palo al agua en la política a tener que ganarse las habichuelas como el resto de sus conciudadanos, lo llevan fatal. Tanto, que parecen almas en pena, que sin ser capaces de reconocer su presente contemplan su futuro añorando su pasado y renegando de los que les sustituyeron.
A ninguno de ellos, si se los encuentran, les digan aquello de “Sic transit gloria mundi”, que el que lo entienda, se les cabreará.
1 comentario:
Yo tambien estuve de cargo público, aunque de eso hace la friolera de 23 años. En el 92 deje la política de primera línea. Cierto es eso del ser y el estar, cierto es lo del alejamiento, cierto es lo de la frivolidad en gran parte de los cargos, independientemente del partido, la situación de la política en España, la vitola de prestigio subjetivo para el que la ejerce es un problema y si añadimos lo del vivir de la política y pasar luego directamente al paro es lo que hace que haya tantas y tanta cuchilladas y tantos y tanto servilismo que impide que el aire fresco entre por las ventanas de los partidos.
saludos,
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