martes, 11 de enero de 2011

CHALANEANDO

Que son malos tiempos los que corren para la lírica es más que evidente y cuando hay que subrayar lo obvio pocas dudas deberían caber.
Ayer me ocupaba en subrayar la evidente falta de legitimidad de los sindicatos como representantes de los pensionistas en la negociación que sobre la rebaja de las pensiones están manteniendo con el gobierno de Zp. Son sus acciones pasadas y no mis opiniones las que los descalifican.
De pasada mencioné el primer cebo que en un primer momento todos nos tragamos cuando en el sedal del liberalismo felipista se aceptó la conveniencia de separar las fuentes de financiación del sistema de protección social y más específicamente del sistema de pensiones públicas. Consistió en determinar qué pensiones y bajo qué condiciones y circunstancias eran atendidas económicamente con fondos de la propia seguridad social y qué otras pensiones habrían de ser pagadas con fondos provenientes de los presupuestos generales del estado.
Confieso que entonces no alcancé a valorar lo que se ocultaba en esa maniobra y que solo cuando se combinaron dos hechos, la lentitud del proceso de separación efectiva y el comienzo de las campañas de amedrentamiento de los trabajadores con las que se ponía en supuesto peligro el futuro del sistema, fue cuando comprendí qué pretendían con eso de la separación de las fuentes de financiación.
Pretendían, y han conseguido, inculcar en el consciente colectivo que si se vislumbrase, real o de forma imaginaría, un futuro incierto del sistema de financiación de pensiones público, al haberse determinado que las pensiones contributivas las ha de pagar la Seguridad social con sus propios fondos, no quedaría otra opción que rebajarlas y/o, quien pudiera, complementarlas con pensiones privadas, ya que en sí misma, la separación de las fuentes de financiación suponía la exención de la responsabilidad solidaria del Estado que hasta entonces había venido teniendo con su propio sistema de protección social, responsabilidad que obligaba, como no podía ser de otra forma, a aportar los fondos necesarios a la seguridad social para que esta hiciese frente a sus gastos.
Ni que decir tiene que la historia económica y financiera de la seguridad social es una sucesión de ejercicios económicos deficitarios solo nivelados por las aportaciones del Estado. Hoy, aun con esta reciente realidad, nadie osa recuperar la lógica económica y financiera que tenía el sistema, y fundamentalmente por dos razones. La primera, que los que conmigo o yo con ellos, picamos el cebo felipista no tienen la gallardía de reconocer su error y reclamar para lo público lo que en privado se practica, la responsabilidad solidaria en la consecución de un objetivo común, el bienestar colectivo, ya que no otra cosa ha de ser fin primordial, si no único fin de la acción de todo gobierno. Y la segunda, que a la vista del maginifico negocio, -expuesto de nuevo ayer-, que estan haciendo con los últimos superavits de las cuentas de la S. Social, superavits de los que todos disfrutan, todos han puesto en común aquello de no matar a la gallina de esos huevos de oro.
Así las cosas, en la actual negociación nadie se plantea recuperar lo perdido. La anemia sindical derivada de su permanente huelga de acción reivindicativa y de su monocultivo del pragmatismo sindical han llevado a las organizaciones que debieran ser la vanguardia de los trabajadores a tal punto de laxitud que solo parecen buscar justificaciones que les permitan salvar la cara y los sillones de los adocenados dirigentes sindicales.
Esa búsqueda de justificaciones es la que les está llevando a la práctica de maniobras tan chuscas como la de representar a los pensionistas, presentes o futuros, cuando ni tan siquiera son capaces de representar decentemente a los trabajadores en activo que es, o debiera ser, su ámbito natural de actuación.
Los sindicatos, en su degenerada necesidad de combinar legitimación e ingresos, han decidido que en vez de rechazar la agresiva posición del zapaterismo sobre el futuro de las pensiones, han ofertado ocultar su abdicación ante el poder político y ante el capital en un más amplio pacto social al que se sumarán los empresarios. Así, disfrazando de “pactos de la Moncloa 2” lo que solo será ataque y reducción de derechos de los trabajadores y pensionistas, los enemigos de los trabajadores, todos ellos, nos dirán en unos días que en su esfuerzo y sacrificio han demostrado su gran sentido de la responsabilidad, cediendo todos ante sus respectivos oponentes a fin de conseguir que la estabilidad y el progreso tengan firmes soportes de cara al futuro.
Mientras, el paro seguirá subiendo, la capacidad adquisitiva de prestaciones sociales y salarios, bajando, extendiéndose la inseguridad y la miseria, emigrando la generación mejor preparada y creciendo la animadversión ciudadana a un sistema pseudo-democratico corrompido en el que nadie cumple con su obligación.
Si hace algo más de un mes se hizo el primer ensayo de descapitalización de la banca europea con gran nerviosismo por parte del capitalismo mundial, hoy y aquí es necesario descabezar a la casta dirigente sindical que amarrada a los privilegios de sus cargos, lleva décadas renunciando a ejercer el papel constitucional que corresponde a los sindicatos de clase. Son las dos únicas armas con las que contamos los trabajadores, nuestras cuentas corrientes y unos sindicatos que hay que regenerar si no queremos que el “palote” del siglo XXI se sitúe delante de las dos X.

Ruego a mis lectores que sean creyentes que pidan al cielo que me equivoque. Mas que nada por aquello de tener la "fiesta" en paz.

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