jueves, 21 de julio de 2011

HACIA LA REBELION

Creo que la palabra indignación está perdiendo la carga de rebeldía y de contenida ira que siempre ha albergado.
No acepto que los que se dicen indignados, tras su meritoria oposición a algunos desahucios acepten la realidad que la fuerza del poder político, judicial y económico impone y orgullosos de sí mismos retornen a sus plazas o a sus caminatas tan orgullosos como ineficaces.
Porque no es aceptable que el poder político mantenga leyes tan injustas y expoliadoras como la ley general hipotecaria. No es aceptable que todo el sistema judicial español acate sin reparo o acento alguno la aplicación de una ley sustancialmente injusta. Y no es aceptable que las fuerzas de seguridad del estado estén solo al servicio del poder económico que es quien controla el resto de poderes subsidiarios.
Nos están expropiando todos nuestros derechos ciudadanos, desde el derecho al trabajo y a una retribución justa y suficiente, hasta el derecho a una educación apropiada, gratuita e igualitaria, desde el derecho a la salud y a una sanidad también igual para todos, hasta el derecho a tener un techo que resguarde intimidad y seguridad. Nada nos están dejando. Pensiones a la baja y con horizontes tenebrosos. Impuestos al alza, tanto como el fraude fiscal, y se afanan en vendernos que lo que hacen es lo mejor que se puede hacer en nuestro favor.
Por el contrario, los poderosos, como la iglesia nombrando a sus santos, (ver artículo de Viçent Navarro en Publico), son los únicos merecedores de atención y respeto por parte de los poderes del estado.
El político, mientras la ciudadanía española se desangra pagando una crisis que no ha provocado, se ocupa de exigir llevar corbata en el Congreso a fin de no ofender a los ujieres, cuando a esos trabajadores lo que les ofende es el estar sometidos al servicio de gente a quien por conocerla directamente, desprecian.
La juez que decreta el desahucio, se resguarda en la simple aplicación de la ley sin el mas mínimo atisbo de humanidad hacia el desheredado de la fortuna que, no pudiendo pagar los 600 o mil euros de letra, ve como se queda sin casa sufriendo el recochineo de ver cómo le “respetan” la obligación de tener que seguir pagando al banco como si siguiese disfrutando de ella.
La policía, impertérrita cual corresponde a robots más o menos matones que, de grado o a la fuerza, toman su oficio como un medio de ganarse la vida, y se la pasan en él sin tan siquiera dedicar un solo momento a pensar al servicio de qué injustas causas están, ya que aun siendo un cuerpo civil, tienen para ellos la lobotomizadora justificación militar de la obediencia debida.
Y tras todos ellos, a la sombra de su mansión, en el diario amasamiento de los millones lícitamente ganados pero injustamente amasados, los banqueros son los que mueven los hilos de esta indecente democracia que, llamada España, se ha especializado en maltratar a la mayoría de los españoles, es esa corrupta democracia que, cuando por obra y gracia de un tercero, saca al sol informaciones sobre como y cuanto defraudan y evaden los ladrones de guante blanco o camisa con caballino rampante, el sistema y el estado se deshacen en dulzura y sensibilidad con aquellos que solo son delincuentes al por mayor.
Ahora que se cumplen los 75 años del inicio del golpe de estado fascista ¿no deberíamos plantearnos que quizás solo nos quede la revuelta popular como forma de defender nuestros derechos? ¿O es que la injusticia y el abuso de poder solo merece nuestra indignación?.
Hace 75 años hubo muchos ciudadanos que consideraron que el abuso y la injusticia merecían, si era necesario, dar la vida. Y hubo quien la dio. Hoy, en nuestra abulia, no les estamos haciendo honor a su heroísmo.

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