miércoles, 27 de julio de 2011

A SUELDO DEL PODER




En mayo, cuando aun no se habían celebrado las elecciones y todos los infames sonreían forzadamente a los indignados, alcanzaron cierta notoriedad las palabras de un madero, -creo recordar que “mosso de escuadra”-, para quien fue una autentica decepción el haberse pasado toda una semana con los llamados “perroflautas” a sus pies y no haberles podido deslomar a patadas, ya que sus superiores, a decir de ese vocacional asesino legal, no habían tenido los cojones suficientes como para echarlos de la plaza de Cataluña al mar de las pateras.
Hoy, cuando los nuevos atracadores de ayuntamientos y comunidades ya han tomado posesión de sus privilegios, nada limita su apetencia por darle gusto a la porra y ordenar a sus ejércitos de matones a sueldo que desalojen por la fuerza a los mismos que hace dos meses eran tratados con tanto miedo como aparente simpatía.
La fotografía que ilustra estas letras es más que elocuente para quien quiera o pueda leer lo que en ella se transmite.
Un trabajador de la porra y del bíceps, nunca de la conciencia y de las neuronas, -que lo mismo por la noches es matón de discoteca-, trata con la delicadeza que solo ellos saben aplicar a la peligrosa indignada que quizás haya cometido el delito de exigir su derecho a circular libremente hasta las puertas del Congreso de los imputados.
Se me antoja que esa fotografía es uno de los paradigmas de lo que hoy es el sistema para cualquiera de los ciudadanos de este país, siempre y cuando no se sea banquero, político, juez, o policía. Se oculta la cara del defraudador, del evasor, del delincuente de despacho, del malversador de fondos publicos y, cómo no, del maltratador uniformado, mientras que se revela sin tapujo alguno el rostro de los ciudadanos que sencillamente ejercen su derecho a la libre circulación, asociando así, mediante repetidas y reiteradas imágenes ya grabadas en la memoria de todos, a estos ciudadanos indignados con aquellos otros delincuentes que en el país vasco obligaban a los policías a cubrir su rostro ante el temor de represalias por parte de los terroristas.
Hoy, aparentemente anestesiado y, ojalá, desaparecido, el terrorismo etarra, les conviene señalar a estos otros peligrosos delincuentes, los ciudadanos que osan poner en cuestión la degenerada actitud de aquellos que usan el poder, cualquier clase de poder, para así mantener el miedo y la provocada inseguridad en los más reaccionarios elementos de esta sociedad cobarde y pancista.

Por eso los medios de comunicación del sistema siguen difuminando la faz de los que agreden a los ciudadanos en vez de exponer diáfanamente a la vergüenza pública unas caras que venden su conciencia cívica, -si es que la tienen-, por un mísero salario al servicio de quienes corrompen la paz social, la justicia, la igualdad y todas las leyes que a su discrecional criterio permitan el libre ejercicio de los derechos ciudadanos.
Y mientras unos son aporreados, a escasos metros de donde la fuerza del sistema golpea y acogota a los ciudadanos, otros, los que ya no les representan, siguen llamando democracia a este estado de cosas.

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