sábado, 4 de diciembre de 2010

AUTORITARISMO POPULISTA


En los últimos tiempos, y a la vista de los hechos que nos rodean, me ha asaltado más de una vez una pregunta de lo más impertinente. La pregunta que toda la derecha quiere que nos hagamos los que nos tenemos por gente que piensa y vive en la dificil observancia de los valores que siempre han identificado a la izquierda.
¿Para qué seguir luchando por la libertad, por la igualdad, por la justicia y por la solidaridad si los que menos libertad tienen reclaman más orden, si los que están hundidos en la desigualdad parecen defender a los que los mantienen en la miseria, si los que sufren la ley quisieran para sí la posición de los que se la aplican y aquellos que reclaman solidaridad cuando son discriminados, discriminan al resto cuando alcanzan posiciones de dominio?
Una y otra vez me respondo lo mismo. Una y otra vez me esfuerzo en responderme lo mismo. La lucha por la libertad de todos, por la igualdad entre semejantes, por la justicia como valor social, no como valor de ley y la lucha por la solidaridad es lo que puede dar sentido a una vida en un mundo totalmente desquiciado. Siempre y de forma consciente he querido creer esto. Sin ánimo redentor alguno, solo como justificación personal, solo cómo grano que pudiera acabar juntándose a otros iguales y construir un pequeño dique de contención contra opresiones e injusticias.
Pero hoy me está costando más de lo acostumbrado. Hoy, cuando estamos a punto de “celebrar” el trigésimo segundo aniversario de la Constitución española, compruebo que la democracia y los valores en ella contenidos no han calado a la sociedad española, no han impregnado el sentir y el pensar de una amplia capa de la ciudadanía que confunde deseos con derechos, poder con fuerza y libertad con discrecionalidad.
No creo estar en posesión de la verdad, no de esa verdad universal que todos parecen poseer en exclusiva para aplicársela a los demás, no, esa no la quiero, me refiero a esa verdad intima y subjetiva que nos permite seguir avanzando en un análisis o en un razonamiento, y como en estos momentos no estoy seguro sobre si la razón asiste a los controladores o al gobierno, -si es que la razón fuese algo indivisible que no pudiera cobijar a partes contrapuestas-, es por lo me cuesta responderme como de costumbre.
Me atormenta una cuestión. ¿Cómo es que ante una grave anomalía del funcionamiento del sistema de transporte aéreo el gobierno decreta la militarización del espacio aéreo y posteriormente declara el estado de alerta a fin de permitir que se pueda viajar sin restricción alguna a cientos de miles de personas, (entre ellas mi hijo), y no hace algo parecido cuando son cinco millones, no cientos de miles, los ciudadanos que no pueden ejercer su derecho al trabajo?
¿Por qué reacciona la ciudadanía demandando mano dura contra los chivos expiatorios que el poder ha señalado, -a pesar de saber que ha sido el gobierno quien ha roto el pacto suscrito en agosto entre gobierno, Aena y controladores-, y no reclama lo mismo para quienes despidiendo extienden inseguridad y miseria entre los trabajadores?
¿Qué impulsa a una ciudadanía a respaldar la restricción de derechos de otros conciudadanos o a disfrutar del maltrato a otros trabajadores, -caso funcionarios-, cuando la mayoría de esa capa social, envidiosa y vengativa, sufre a diario los abusos que ellos hoy respaldan?
¿Merecen esos esquiroles cívicos la preocupación, la dedicación, el esfuerzo, el trabajo y las contrapartidas negativas que sufrimos aquellos que propugnamos más libertad, más igualdad, más justicia y más solidaridad para todos?
Me cuesta seguir contestándome que sí, pero lo seguiré haciendo no tanto por ellos, como por salvar mis sesenta años de una cierta coherencia mental. Una lástima.
Me temo que durante mucho tiempo, muchos hemos cooperado a que el agua de la democracia no empape a la sociedad española y este es el resultado. Colectivamente hemos perdido treinta y dos años.

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