Tenían suerte los daneses cuando, siglos atrás, un cómico inglés puso en boca de su príncipe una afirmación que ha llegado hasta nosotros pero que no nos es de aplicación, ya que su número, gramaticalmente, sería incorrecto. Decía Hamlet que algo olía a podrido en Dinamarca. Hoy si Don Felipe hubiera de olfato, y aun sin fantasma real que venganza pidiera, debiera interrogarse sobre si hay algo que no huela a podrido en España.
Los derechos constitucionales, inalcanzables para muchos ciudadanos, así, el trabajo es escaso y corrompido por la opresión y avaricia de desalmados “emprendedores”. La vivienda cayendo en manos de los prestamistas. La sanidad privatizándose y a punto de ser cobrada al usuario. La educación como dicen los sucesivos informes PISA, de desastre. La ayudas a la dependencia, recortadas y limitadas en sus formas. Los derechos laborales y sindicales atropellados por patronos y gobierno.
Pareciera que los únicos que tienen obligaciones son los trabajadores. Los banqueros no prestan. Las empresas no invierten. Los gobiernos no gobiernan para sus ciudadanos. Los políticos, en su conjunto, solo se interesan por su casta y su particular bienestar.
Ya no hay respeto por los valores cívicos ni por los derechos de los demás. Ni se respetan las leyes y acuerdos firmados. Se ha impuesto la selva del dinero y es el interés de los poderosos el que se impone al de la comunidad.
En esta vorágine salvaje la lucha por lo individual ha arrasado a toda norma y a toda práctica de conducta o normativa social. El enriquecimiento, el consumismo, la acumulación material de bienes son los únicos objetivos, tótems adorados a alcanzar y a respetar.
El resultado es la corrupción generalizada. Desde el banquero que rechaza el papel de servicio público que originariamente había de cumplir, al último concejal que contempla su servicio público como fórmula de enriquecimiento personal, pasando por aquellos profesionales que abusan de una ciudadanía indefensa en sus derechos como consumidores, llegando a los que en las instituciones cobran por defender a los que necesitan defensa jurídica y solo obtienen de ellas distancia, desprecio y abultadas facturas y finalizando por todos los que envidian a los que de ellos abusan, todo, o casi todo, huele a podrido en esta España corrupta.
Desde la corrupción ladrillera, que ha ahogado en dinero e inmundicia a todas las instituciones públicas, hasta la corrupción de los medios de comunicación que callan los escándalos de corrupción que afectarían a determinados apellidos o que por el contrario vocean insignificancias para ocultar otros aspectos dignos de ser difundidos.
Desde las tramas de corrupción organizadas que a todos los partidos políticos involucran, hasta la podredumbre de otras actividades como el deporte que, directamente regido por el líder de la conjunción planetaria, está corroído por la avaricia, por la apariencia, por el afán de protagonismo social y las mieles económicas y sociales a él asociadas.
Desde la corrupción de la mentira como forma exclusiva de estar en la política, hasta la artificial y provocada generación de situaciones que permitan el enriquecimiento y/o el dispendio de los dineros publicos. Desde aquello de “no consentiré que la crisis la paguen los que no la han generado” hasta la destrucción de más de seis millones de dosis de vacunas contra la gripe A valoradas en más de cuarenta millones de euros.
Todo es corrupción, todo está podrido, todo huele mal. A no ser que recordemos a un inteligente y atrevido fascista que desde la revista más audaz para el lector más inteligente, La Codorniz, y desde sus hilarantes libros nos hizo notar “¡Qué bien huelen las señoras!”. Pero es lo único.
Los derechos constitucionales, inalcanzables para muchos ciudadanos, así, el trabajo es escaso y corrompido por la opresión y avaricia de desalmados “emprendedores”. La vivienda cayendo en manos de los prestamistas. La sanidad privatizándose y a punto de ser cobrada al usuario. La educación como dicen los sucesivos informes PISA, de desastre. La ayudas a la dependencia, recortadas y limitadas en sus formas. Los derechos laborales y sindicales atropellados por patronos y gobierno.
Pareciera que los únicos que tienen obligaciones son los trabajadores. Los banqueros no prestan. Las empresas no invierten. Los gobiernos no gobiernan para sus ciudadanos. Los políticos, en su conjunto, solo se interesan por su casta y su particular bienestar.
Ya no hay respeto por los valores cívicos ni por los derechos de los demás. Ni se respetan las leyes y acuerdos firmados. Se ha impuesto la selva del dinero y es el interés de los poderosos el que se impone al de la comunidad.
En esta vorágine salvaje la lucha por lo individual ha arrasado a toda norma y a toda práctica de conducta o normativa social. El enriquecimiento, el consumismo, la acumulación material de bienes son los únicos objetivos, tótems adorados a alcanzar y a respetar.
El resultado es la corrupción generalizada. Desde el banquero que rechaza el papel de servicio público que originariamente había de cumplir, al último concejal que contempla su servicio público como fórmula de enriquecimiento personal, pasando por aquellos profesionales que abusan de una ciudadanía indefensa en sus derechos como consumidores, llegando a los que en las instituciones cobran por defender a los que necesitan defensa jurídica y solo obtienen de ellas distancia, desprecio y abultadas facturas y finalizando por todos los que envidian a los que de ellos abusan, todo, o casi todo, huele a podrido en esta España corrupta.
Desde la corrupción ladrillera, que ha ahogado en dinero e inmundicia a todas las instituciones públicas, hasta la corrupción de los medios de comunicación que callan los escándalos de corrupción que afectarían a determinados apellidos o que por el contrario vocean insignificancias para ocultar otros aspectos dignos de ser difundidos.
Desde las tramas de corrupción organizadas que a todos los partidos políticos involucran, hasta la podredumbre de otras actividades como el deporte que, directamente regido por el líder de la conjunción planetaria, está corroído por la avaricia, por la apariencia, por el afán de protagonismo social y las mieles económicas y sociales a él asociadas.
Desde la corrupción de la mentira como forma exclusiva de estar en la política, hasta la artificial y provocada generación de situaciones que permitan el enriquecimiento y/o el dispendio de los dineros publicos. Desde aquello de “no consentiré que la crisis la paguen los que no la han generado” hasta la destrucción de más de seis millones de dosis de vacunas contra la gripe A valoradas en más de cuarenta millones de euros.
Todo es corrupción, todo está podrido, todo huele mal. A no ser que recordemos a un inteligente y atrevido fascista que desde la revista más audaz para el lector más inteligente, La Codorniz, y desde sus hilarantes libros nos hizo notar “¡Qué bien huelen las señoras!”. Pero es lo único.
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