jueves, 14 de abril de 2011

14 DE ABRIL, ÍNTIMO.




Ochenta años. Lo que pudiera ser la vida de una persona. De una persona que si hace ochenta años hubiese nacido en plenitud de las capacidades mentales y sensoriales que con la edad, la mayoría, no todos, alcanza, hubiese participado del júbilo, de la ilusión ciudadana por la caída de una monarquía corrupta y enemiga de sus súbditos, que no ciudadanos, y con la llegada de un sistema auténticamente democrático en el que hasta la jefatura del estado estaba sometida al veredicto del pueblo.
Hubiese gozado ese jovencísimo ciudadano de los años fértiles, ilusionantes y comprometidos con los ciudadanos de ese nuevo sistema. Hubiese gozado de la entrega desinteresada de intelectuales y artistas que subordinaban su éxito al éxito de la alfabetización y la cultura popular, de una clase política volcada en cumplir con lo prometido y del increíble prestigio que en poco tiempo alcanzó esa España en el ámbito internacional.
Habría visto con temor los primeros atisbos de partidismos egocéntricos, los primeros desmanes de quienes querían alcanzar la utopía sin estaciones intermedias, y hubiese apreciado como la reacción eclesial, bancaria, militar y latifundista de aquella España comenzaba a organizarse para, primero, hacer frente a la caída del poder político que secularmente habían detentado manteniendo a la ciudadanía en otra edad media de oscuridad, injusticias y abusos, para, poco más tarde, ver como esa derecha fascista española, -aparentemente inmortal, pues hasta hoy nos asfixia-, se sublevaba y daba comienzo a una guerra civil cruel, innecesaria, retrograda y ruinosa cuyo resultado nos avergonzó durante más de cuarenta años a los ojos del mundo demócrata.
Hubiese visto y sufrido la represión de la posguerra, los asesinatos sin juicio justo, las sacas y los paseos hasta cunetas que aun hoy la derecha política y judicial franquista mantienen amuralladas con su odio. Hubiese sido testigo del institucionalizado saqueo de lo público para beneficio de los adictos al régimen. Hubiese visto como para comer, las familias, a las que hoy tanto dicen defender fascistas y eclesiásticos del antiguo régimen, se rompían por el exilio político o por el exilio económico.
Hubiese visto y llorado por la continuada represión hacia el libre ejercicio de derechos colectivos e individuales sin que nada desde el paraíso de las democracias europeas se hiciese por impedirlo.
Nuestro ciudadano protagonista, ya maduro, sintió como se abrían puertas a la esperanza de libertad cuando un 20 de noviembre de 1975, en su cama, desgraciadamente, moría el dictador. Vio como, con dificultades, el pueblo español conseguía, de la mano de un autentico transformador, Adolfo Suarez, una Constitución que en aquel momento era el desiderátum en que se podía soñar.
Vivió, entre el temor y la esperanza, el fracaso esperpéntico o puede que el éxito larvado el 23-F, y participó del triple salto mortal político que el 28 de octubre de 1982 los votantes dieron en las urnas al poner todo el poder del estado en manos del PSOE.
De entonces acá, junto a puntuales y muy tempranos motivos de alegría y satisfacción colectiva, nuestro ciudadano ha venido sumando a su acerbo personal decepción tras decepción, desencantos múltiples junto a traiciones inexplicadas. Ha ido almacenando en su disco duro biológico tantas penas negras como retrocesos ha sufrido la clase trabajadora en estos últimos años en los que la autentica democracia ni ha estado, ni está, ni se la espera.
Hoy, 14 de abril de 2011, a la edad de ochenta años ese lúcido ciudadano que, sin que se lo hayan tenido que contar, ha experimentado sucesivamente lo mejor de la II Republica Española, una guerra civil y lo peor de una larga y cruenta dictadura, la mayor de la esperanzas, la que compartió con sus conciudadanos al caer la dictadura y nacer la democracia, y el paulatino pero incesante declinar de los derechos ciudadanos en esta monarquía de las autonomías y políticos corruptos, hoy a sus ochenta años, nuestro experimentado ciudadano habría muerto de indignación cuando hubiese comprobado que los máximos reductores de la democracia, los que han traicionado a la historia de su centenario partido y a sus votantes, en la mayor de las muestras de hipocresía y falsedad, celebran, cual si fuera suya, como si añorasen aquel tiempo de florecimiento de libertades y extensión de derechos, el octogésimo aniversario de la proclamación de la II Republica Española.
A los que a algunos de esos ejemplares ciudadanos hemos conocido, por el respeto a sus vivencias, a sus convicciones, a sus principios y a sus sacrificios, nos sentimos obligados, gratamente obligados, a mantener en nuestro interior el espíritu de la II Republica Española, manteniéndonos alejados, muy alejados de los que hoy y solo los 14 de abril, se acuerdan de ese aniversario, haciéndolo sin memoria de su ausencia y con olvido, si no desprecio, hacia lo que esa fecha y sus consecuencias supusieron para todos los militantes del partido que entonces sí era socialista, sí era obrero, y fundamentalmente, era español.


P.S.: En memoria de Federico Fernández, Vicente Alonso, Paco Chica, Paquita García, Feliciano Páez, Gonzalo García Ojeda, Perfecta Aragón, Guillermo Cabanillas y tantos otros militantes socialistas de la Agrupación Socialista de Chamberi a los que, ya desaparecidos, con más desdicha que fortuna me digno en intentar imitar. ¡Salud y Republica compañeros!.

No hay comentarios: