Aunque la perfección y la verdad hubieran sido los hilos conductores del resto de las actividades que configuran la acción política del zapaterismo, estos dos factores, la política corruptora que han tenido para con los sindicatos de clase y el paro resultante de la corrupción conceptual y económica de la que el zapaterismo se ha nutrido al obsequiar al capital con sucesivas reformas laborales, han de ser, ambas dos, las más poderosas razones para expulsar al zapaterismo de la representación de la izquierda social española.
Adocenados como estaban los sindicatos, solo ocupados en mantener la apariencia de un tira y afloja con la patronal, -juego que ocultaba la defensa de sus intereses de empresa bajo el disfraz de sindicatos-, a la llegada del zapaterismo se produjo la gran compraventa sindical por la cual corruptores y corrompidos se aseguraban recíprocamente mantener unas apariencias de independencia por la cual unos defenderían los derechos de los trabajadores y otros se dedicarían a no sobrepasar determinados límites en la liberalización y desregulación de los derechos laborales.
En la ficción del cumplimiento de ese pacto miles de millones de euros de las arcas públicas han acabado durante estos años en manos de las cúpulas sindicales, millones que junto a los recibidos de las grandes empresas, -exclusivos centros de trabajo en los que el sindicalismo tiene intereses, ya que es en esas grandes empresas donde tienen una cierta implantación y donde la capacidad económica de las mismas les permite soportar unas transferencias económicas a los sindicatos que el resto de las medianas y pequeñas empresas no pueden-, son esos dinerales los que han incidido en la degeneración del sindicalismo reivindicativo hasta convertirlo en un sindicalismo de pactos con el capital en tiempos en los que, también con su entrega y traición, ellos han cooperado a fortalecer.
Una huelguita casi impuesta por la opinión pública fue convocada a regañadientes teniendo como resultado un fracaso inversamente proporcional al entusiasmo de los convocantes. Y esto fue todo lo que opusieron a una política de traiciones y explotación de los trabajadores.
Nada ha conmovido a los sindicalistas de avión privado y cruceros de lujo. Ni la precariedad laboral, ni el incremento de la siniestralidad, ni los abusos patronales respecto a salarios y condiciones de trabajo, ni el descenso en su nomina de afiliados, ni tan siquiera la continuada y permanente escalada de parados y el descenso del índice de cobertura de las prestaciones, nada les ha hecho reaccionar y cumplir con su deber.
Los cinco millones y medio de parados que suman los datos aportados por la EPA, mas los quinientos mil que el gobierno dice tener “ocupados” en cursos de formación absolutamente inéditos para los que cobran 426 euros, no son para los sindicatos causas suficientes como para que en su seno se produzca la rebelión que descabece a esas cúpulas pancistas y corruptas, permitiendo que los sindicatos de clase vuelvan a estar al servicio de la clase trabajadora.
Del otro lado, del lado de sus “hermanos progresistas”, poco se puede añadir a lo por todos conocido; reformas laborales lesivas para los derechos alcanzados, sucesivas rebajas en las indemnizaciones por despido, incremento de las ayudas para la creación de empleo que ni tan siquiera son sometidas a supervisión, favorecimiento por omisión del crecimiento de la economía sumergida, esa que beneficia tanto a los “emprendedores” mas bandoleros, cuanto perjudica los derechos de los trabajadores que se ven obligados a aceptar condiciones de trabajo próximas a la esclavitud.
En resumen, el zapaterismo ha conseguido que tres de las cuatro partes implicadas en el negocio del paro, patronal, gobierno y sindicatos, coincidan en beneficiarse indecentemente de la angustia, de la inseguridad, de la dependencia y de los dramas familiares y económicos que asfixian a los trabajadores.
Por esto, amables lectores, y aunque solo fuera por esta causa, han de plantearse Vds. si la esperanza de cambio para mejor en las condiciones de vida y de trabajo de los que menos tienen puede seguir estando en manos de los que han traicionado a la historia del socialismo español, a los principios y valores que lo identificaban, y a los que siguen diciendo en sus siglas que representan a los obreros y trabajadores de todo tipo, o bien si, por el contrario y en la forma que estimen oportuna, cooperan a generar la reacción de la ciudadanía que acabe con este régimen de corrupción, de codicia, opresión, injusticia y desigualdad.
Tan noble objetivo está en nuestras manos solo si previamente lo albergamos en nuestros corazones.
Adocenados como estaban los sindicatos, solo ocupados en mantener la apariencia de un tira y afloja con la patronal, -juego que ocultaba la defensa de sus intereses de empresa bajo el disfraz de sindicatos-, a la llegada del zapaterismo se produjo la gran compraventa sindical por la cual corruptores y corrompidos se aseguraban recíprocamente mantener unas apariencias de independencia por la cual unos defenderían los derechos de los trabajadores y otros se dedicarían a no sobrepasar determinados límites en la liberalización y desregulación de los derechos laborales.
En la ficción del cumplimiento de ese pacto miles de millones de euros de las arcas públicas han acabado durante estos años en manos de las cúpulas sindicales, millones que junto a los recibidos de las grandes empresas, -exclusivos centros de trabajo en los que el sindicalismo tiene intereses, ya que es en esas grandes empresas donde tienen una cierta implantación y donde la capacidad económica de las mismas les permite soportar unas transferencias económicas a los sindicatos que el resto de las medianas y pequeñas empresas no pueden-, son esos dinerales los que han incidido en la degeneración del sindicalismo reivindicativo hasta convertirlo en un sindicalismo de pactos con el capital en tiempos en los que, también con su entrega y traición, ellos han cooperado a fortalecer.
Una huelguita casi impuesta por la opinión pública fue convocada a regañadientes teniendo como resultado un fracaso inversamente proporcional al entusiasmo de los convocantes. Y esto fue todo lo que opusieron a una política de traiciones y explotación de los trabajadores.
Nada ha conmovido a los sindicalistas de avión privado y cruceros de lujo. Ni la precariedad laboral, ni el incremento de la siniestralidad, ni los abusos patronales respecto a salarios y condiciones de trabajo, ni el descenso en su nomina de afiliados, ni tan siquiera la continuada y permanente escalada de parados y el descenso del índice de cobertura de las prestaciones, nada les ha hecho reaccionar y cumplir con su deber.
Los cinco millones y medio de parados que suman los datos aportados por la EPA, mas los quinientos mil que el gobierno dice tener “ocupados” en cursos de formación absolutamente inéditos para los que cobran 426 euros, no son para los sindicatos causas suficientes como para que en su seno se produzca la rebelión que descabece a esas cúpulas pancistas y corruptas, permitiendo que los sindicatos de clase vuelvan a estar al servicio de la clase trabajadora.
Del otro lado, del lado de sus “hermanos progresistas”, poco se puede añadir a lo por todos conocido; reformas laborales lesivas para los derechos alcanzados, sucesivas rebajas en las indemnizaciones por despido, incremento de las ayudas para la creación de empleo que ni tan siquiera son sometidas a supervisión, favorecimiento por omisión del crecimiento de la economía sumergida, esa que beneficia tanto a los “emprendedores” mas bandoleros, cuanto perjudica los derechos de los trabajadores que se ven obligados a aceptar condiciones de trabajo próximas a la esclavitud.
En resumen, el zapaterismo ha conseguido que tres de las cuatro partes implicadas en el negocio del paro, patronal, gobierno y sindicatos, coincidan en beneficiarse indecentemente de la angustia, de la inseguridad, de la dependencia y de los dramas familiares y económicos que asfixian a los trabajadores.
Por esto, amables lectores, y aunque solo fuera por esta causa, han de plantearse Vds. si la esperanza de cambio para mejor en las condiciones de vida y de trabajo de los que menos tienen puede seguir estando en manos de los que han traicionado a la historia del socialismo español, a los principios y valores que lo identificaban, y a los que siguen diciendo en sus siglas que representan a los obreros y trabajadores de todo tipo, o bien si, por el contrario y en la forma que estimen oportuna, cooperan a generar la reacción de la ciudadanía que acabe con este régimen de corrupción, de codicia, opresión, injusticia y desigualdad.
Tan noble objetivo está en nuestras manos solo si previamente lo albergamos en nuestros corazones.
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