martes, 16 de octubre de 2007

EL PIE EN LA PARED.

Cada día es más evidente que el sistema democrático no ofrece a todos los ciudadanos el cumplimiento de las promesas que por sí mismo, desde su nacimiento, expresaba.
Libertad, igualdad, solidaridad, justicia eran y son los valores que cualquier sistema que se diga democrático ha de llevar en su ADN, y si hoy día los ciudadanos saben que hay quien es más libre que otros, si los ciudadanos comprueban en sus propios usos diarios que los hay más iguales que otros, que la solidaridad se asocia a la caridad y para muchos es un negocio, y que la justicia es solo un mecanismo dentro de una maquina que la engloba, este sistema está en peligro por estar enfermo, ya que no cumple lo prometido.
No basta, como hace un par de días sustentaba Joan Subirats, que las formas democráticas reinen sobre los valores que la propia democracia ha de impulsar, no es aceptable que las promesas del sistema disminuyan tanto cuanto crecen los formulismos y maquinarias democráticas, no es aceptable que una concepción predominantemente desigual, injusta, insolidaria y reacia a la libertad como es el capitalismo y su brazo armado, el mercado, dominen, controlen e impongan formulas y limites a la única esperanza de avance social, en los valores antes enunciados, que es la democracia.
Por ello es necesario que la izquierda se replantee no solo quién es y qué métodos son los que puede o debe aplicar para el avance social, sino que, más fundamental, ha de plantearse si está dispuesta a recuperar para todos un sistema al cual, por acción y por omisión, está cooperando a desarmar.
Es absolutamente cierto que el mercado es un sistema de asignación de recursos que, no por justo, sino por ausencia de alternativa, se ha de aceptar como mal menor en la convivencia democrática de conceptos y objetivos contrapuestos, pero esto no puede en forma alguna suponer cesión en las metas que la ciudadanía, no solo la izquierda, ha de conseguir, y estamos en una situación por la cual ya nadie cree que en el panorama político europeo, y menos si el panorama es de otro ámbito geográfico, haya fuerza política con identidad, tradición, fuerza y sobre todo voluntad, para cuestionar lo establecido por la actual deriva política y social del sistema y recuperar el pulso y el aprecio por los valores clásicos de la democracia.
Los partidos que históricamente han sido referencia por su capacidad de emitir análisis y propuestas están inanes, si no perdidos o desfigurados. Así el PSF se ha “modernizado”, y ahí están los resultados, el SPD sencillamente se ha rendido a las moquetas de la derecha alemana, y los “labours” ha tiempo se hicieron liberales, con lo que la situación ideológica de la izquierda europea está, en el mejor de los casos, latente.
Ni que decir tiene que los partidos socialistas o social-demócratas del sur de Europa, ni ayer ni hoy han sido faro ideológico de nada, por lo que no cabe razonablemente esperar que de ellos surjan iniciativas ideológicas vigorizantes, más bien lo contrario, ya que siempre han sido esponjas de lo centroeuropeo y hoy han adoptado el enmascaramiento ideológico como seña de modernidad apresurada, ocultando en ese supuesto “aggiornamiento” la vacuidad de sus cerebros políticos, y la abdicación de luchar por el avance de valores sociales universales.
Habrá quien se ocupe de buscar las razones, los orígenes que han llevado a esa izquierda al lamentable estado en que se encuentra, y estaría bien que por fin lo acordasen, y puesto que el sistema peligra, ya que los ciudadanos cada vez se sienten menos representados en él y en los partidos que dicen representarlos, apresurarse a apuntalarlo con compromiso, verdad, transparencia y participación.
Hace mucho que llegó el momento de poner el pie en la pared y establecer un nuevo contrato social, y ese nuevo contrato social ha de basarse en la delimitación de los terrenos que pudieran serles propios al mercado, los que son propios y exclusivos del sistema democrático y aquellos otros terrenos que pudiendo ser de conjunta competencia, han de someterse, en caso de discrepancia, al veredicto de la mayor legitimidad de la democracia. Nunca un derecho social, individual o colectivo, ha de estar sometido al albur del mercado y menos aun de los mercaderes. Me pregunto ¿estamos aun a tiempo?
Tan solo recuperando la firmeza en la defensa y aplicación de los valores y promesas que el sistema democrático lleva consigo, podrá recuperar la izquierda, credibilidad, respeto y apoyo ciudadano, lo demás es teatralidad política, engaños y ficciones, se llamen modernidad o adaptación, y ni tan siquiera estos ademanes seguirán siéndolo mucho tiempo, ya que los adversarios conceptuales, por el momento vencedores en esta lucha, se encargaran de ello.
La izquierda que afronte los problemas de hoy mirando al futuro no puede quedarse en una mera declaración de intenciones más o menos perfilada, hay que aceptar los retos del presente con la personalidad que secularmente la ha identificado y defender el sistema democrático, para lo cual es imprescindible definir para qué crecer, como repartir el crecimiento, por quien y como se determinarán los costes de producción y los costes sociales, como se reparten los beneficios, que representa optar por una u otra alternativa económica, hasta que punto puede la actividad económica incidir en el entorno natural, como se es solidario a nivel mundial y cual es el papel social de las empresas en un mundo globalizado económicamente pero atomizado en cuanto a derechos sociales.
Estos son los retos que, parece, no quieren afrontar. El “dolce far niente”, la molicie, atrae mas que la lucha y el trabajo por la implantación de valores sociales en los que muchos de los que se dicen de izquierda, sencillamente, no creen.

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