Que la huelga ha sido un éxito de los trabajadores queda probado por datos aplastantes y por detalles reveladores.
Es del todo irrebatible que el seguimiento de la huelga ha estado cercano al 70 % de los trabajadores ocupados de este país. Es incuestionable que los casi cinco millones de parados no forman parte del computo de trabajadores que se han quedado en casa. Es innegable que el consumo de energía eléctrica respalda la afirmación de que la industria nacional ha parado y el consumo domiciliario ha subido ligeramente. Ha sido claramente apabullante la asistencia a las manifestaciones que cerraban el día de huelga general contra el liberalismo económico y sus representantes políticos. Es y ha sido abrumador el despliegue policial que trataba de contrarrestar los efectos de la huelga protegiendo a los esquiroles. Es y ha sido llamativa la ínfima cantidad de detenciones y actos violentos ocurridos, las más de las veces provocados por los que no solo anularían el derecho a la huelga, sino que, de poder, anularían todos los derechos ciudadanos.
Pero junto a estos hechos cabe destacar dos aspectos importantes que pudiera ser que pesasen sobre los desconcertados zapateristas.
El primero es el bandazo estratégico de la derecha oficial española, que de un día para otro, pasa de alentar la huelga, reclamándola a los sindicatos traidores y autodenominándose el PP como el partido de los trabajadores, a maldecir la convocatoria, a denunciar su inutilidad, a descalificar y demonizar el ejercicio del derecho a la huelga, y finalmente negando lo evidente calificar como fracaso lo que a todas luces ha sido un éxito de los trabajadores, y observen que no digo de los sindicatos que solo han de tener, por el momento, el reconocimiento de su organización.
Hoy, la derecha resalta que España sigue funcionando porque el seguimiento de la huelga en la administración ha sido bajo, del mismo modo expone su manipuladora indecencia cuando dice que los colegios han estado abiertos pero que la afluencia de alumnos ha sido muy baja, ocultando que si esto hubiera sido así, los padres y madres que hayan ido a trabajar podrían ser acusados de haber abandonado a sus hijos. En fin, todo un compendio de estupideces que revela la catadura ética de todas las derechas que en España habemos.
El otro gran detalle es el casi total silencio de los corderos gubernamentales, que pillados entre dos fuegos, de un lado la derecha que quiere acabar con los sindicatos de clase, y de otro los votantes del PSOE, los trabajadores a quienes han traicionado, callan como muertos políticos que son y solo se atreven a lanzar al pin-pan-pun del día al ministro cadáver oficial del paro, el Celestino Corbacho.
Así las cosas, y con la legitimidad y la fuerza que otorga el éxito, hay que exigir la retirada de la reforma laboral y el retorno a la legislación laboral anterior a las efectuadas por los gobiernos de Aznar y Zp, hay que exigir la retirada total de los presupuestos generales del Estado para 2011 y las correspondientes reforma de las pensiones y las nuevas condiciones de acceso a esas prestaciones, hay que exigir la implantación de un nuevo sistema fiscal idéntico al reinante en aquellos países europeos a los que en otras cosas, lesivas para los trabajadores, dicen que hemos de asemejarnos.
Hay que ser inflexibles y exigir que, puesto que el trabajo es un derecho constitucional básico, se penalice fiscalmente a las empresas que con su actuación generen malestar social y gasto público, así como a los directivos que usan el despido como fórmula para incrementar sus beneficios.
Hoy, cuando los trabajadores han dado pruebas de no estar lo adocenados que pregonaban sus enemigos, han de imponer a los sindicatos de clase, con la misma determinación que los ejemplos anteriores a sus enemigos, la instauración de todos aquellos mecanismos organizativos y de funcionamiento que aseguren que esos sindicatos sean autentica y permanentemente los defensores de los intereses de los trabajadores.
Hoy, como tantas otras veces en las que la historia reta a los trabajadores a demostrar si son los depositarios centrales de la dignidad humana, se abre otra puerta en el camino hacia la justicia, hacia la solidaridad y hacia el bienestar social.
Se ha efectuado una contenida demostración de fuerza y si no entienden el mensaje, si no rectifican drásticamente, hay que hacerles saber que existen otros procedimientos para imponer la razón de la verdad, de la justicia, de la libertad y de la igualdad, y que esos procedimientos ya no admitirán negociación alguna ya que difícilmente podrán dialogar con quienes están pasando hambre, con aquellos a los que están arrebatando su futuro, con aquellos que ven como las conquistas sociales derivadas de sus luchas de antaño son corroídas por la codicia de unos y la traición de otros.
Con cinco millones de trabajadores a los que se les niega el derecho a tener un trabajo estable, acorde con su formación y capacidad, con una previsión de un millón más de parados en el cortísimo plazo, con ocho millones de pensionistas a los que se les congela la pensión pero no la incidencia de la inflación sobre sus paupérrimos ingresos, con un índice de pobreza y marginalidad que nos aproxima socialmente al tercer mundo, con más del 40 % de paro entre los jóvenes mejor preparados de la historia española, con más del 60 % de los trabajadores ocupados con empleos precarios, y tantos otros ejemplos que demuestran que estamos en un país socialmente roto, dividido, desigual, injusto y sin futuro avistable, aquellos que hablen de negociación, posibilismo, o peor aún, se nieguen a rectificar, lo que auténticamente estarán provocando será la revolución social que jamás hemos tenido en este país. Qué bien pensado, ya va siendo hora. ¿O preferimos seguir viviendo de rodillas?
Es del todo irrebatible que el seguimiento de la huelga ha estado cercano al 70 % de los trabajadores ocupados de este país. Es incuestionable que los casi cinco millones de parados no forman parte del computo de trabajadores que se han quedado en casa. Es innegable que el consumo de energía eléctrica respalda la afirmación de que la industria nacional ha parado y el consumo domiciliario ha subido ligeramente. Ha sido claramente apabullante la asistencia a las manifestaciones que cerraban el día de huelga general contra el liberalismo económico y sus representantes políticos. Es y ha sido abrumador el despliegue policial que trataba de contrarrestar los efectos de la huelga protegiendo a los esquiroles. Es y ha sido llamativa la ínfima cantidad de detenciones y actos violentos ocurridos, las más de las veces provocados por los que no solo anularían el derecho a la huelga, sino que, de poder, anularían todos los derechos ciudadanos.
Pero junto a estos hechos cabe destacar dos aspectos importantes que pudiera ser que pesasen sobre los desconcertados zapateristas.
El primero es el bandazo estratégico de la derecha oficial española, que de un día para otro, pasa de alentar la huelga, reclamándola a los sindicatos traidores y autodenominándose el PP como el partido de los trabajadores, a maldecir la convocatoria, a denunciar su inutilidad, a descalificar y demonizar el ejercicio del derecho a la huelga, y finalmente negando lo evidente calificar como fracaso lo que a todas luces ha sido un éxito de los trabajadores, y observen que no digo de los sindicatos que solo han de tener, por el momento, el reconocimiento de su organización.
Hoy, la derecha resalta que España sigue funcionando porque el seguimiento de la huelga en la administración ha sido bajo, del mismo modo expone su manipuladora indecencia cuando dice que los colegios han estado abiertos pero que la afluencia de alumnos ha sido muy baja, ocultando que si esto hubiera sido así, los padres y madres que hayan ido a trabajar podrían ser acusados de haber abandonado a sus hijos. En fin, todo un compendio de estupideces que revela la catadura ética de todas las derechas que en España habemos.
El otro gran detalle es el casi total silencio de los corderos gubernamentales, que pillados entre dos fuegos, de un lado la derecha que quiere acabar con los sindicatos de clase, y de otro los votantes del PSOE, los trabajadores a quienes han traicionado, callan como muertos políticos que son y solo se atreven a lanzar al pin-pan-pun del día al ministro cadáver oficial del paro, el Celestino Corbacho.
Así las cosas, y con la legitimidad y la fuerza que otorga el éxito, hay que exigir la retirada de la reforma laboral y el retorno a la legislación laboral anterior a las efectuadas por los gobiernos de Aznar y Zp, hay que exigir la retirada total de los presupuestos generales del Estado para 2011 y las correspondientes reforma de las pensiones y las nuevas condiciones de acceso a esas prestaciones, hay que exigir la implantación de un nuevo sistema fiscal idéntico al reinante en aquellos países europeos a los que en otras cosas, lesivas para los trabajadores, dicen que hemos de asemejarnos.
Hay que ser inflexibles y exigir que, puesto que el trabajo es un derecho constitucional básico, se penalice fiscalmente a las empresas que con su actuación generen malestar social y gasto público, así como a los directivos que usan el despido como fórmula para incrementar sus beneficios.
Hoy, cuando los trabajadores han dado pruebas de no estar lo adocenados que pregonaban sus enemigos, han de imponer a los sindicatos de clase, con la misma determinación que los ejemplos anteriores a sus enemigos, la instauración de todos aquellos mecanismos organizativos y de funcionamiento que aseguren que esos sindicatos sean autentica y permanentemente los defensores de los intereses de los trabajadores.
Hoy, como tantas otras veces en las que la historia reta a los trabajadores a demostrar si son los depositarios centrales de la dignidad humana, se abre otra puerta en el camino hacia la justicia, hacia la solidaridad y hacia el bienestar social.
Se ha efectuado una contenida demostración de fuerza y si no entienden el mensaje, si no rectifican drásticamente, hay que hacerles saber que existen otros procedimientos para imponer la razón de la verdad, de la justicia, de la libertad y de la igualdad, y que esos procedimientos ya no admitirán negociación alguna ya que difícilmente podrán dialogar con quienes están pasando hambre, con aquellos a los que están arrebatando su futuro, con aquellos que ven como las conquistas sociales derivadas de sus luchas de antaño son corroídas por la codicia de unos y la traición de otros.
Con cinco millones de trabajadores a los que se les niega el derecho a tener un trabajo estable, acorde con su formación y capacidad, con una previsión de un millón más de parados en el cortísimo plazo, con ocho millones de pensionistas a los que se les congela la pensión pero no la incidencia de la inflación sobre sus paupérrimos ingresos, con un índice de pobreza y marginalidad que nos aproxima socialmente al tercer mundo, con más del 40 % de paro entre los jóvenes mejor preparados de la historia española, con más del 60 % de los trabajadores ocupados con empleos precarios, y tantos otros ejemplos que demuestran que estamos en un país socialmente roto, dividido, desigual, injusto y sin futuro avistable, aquellos que hablen de negociación, posibilismo, o peor aún, se nieguen a rectificar, lo que auténticamente estarán provocando será la revolución social que jamás hemos tenido en este país. Qué bien pensado, ya va siendo hora. ¿O preferimos seguir viviendo de rodillas?
1 comentario:
Estoy de acuerdo contigo. No podemos consentir el retroceso en derechos y conquistas sociales. He hecho huelga y vengo de la manifestación porque no puedo soportar que mis hijos vayan a tener menos derechos laborales que sus padres.
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