Este es el inequívoco título del libro póstumo de José Vidal Beneyto que ayer se presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Para mí sigue siendo su autor, junto a Saramago y pocos más, uno de los pocos pensadores comprometidos con la verdad, con los valores sociales más transcendentes, con la utopía de la democracia plena y con su apoyo y proximidad al pueblo, a esa concepción del pueblo como cuerpo colectivo que siente y trabaja por la igualdad, la libertad y la justicia. Sigue y seguirá siendo Vidal Beneyto una permanente brújula en mi personal camino hacia la realización del ideal socialista.
No he leído el libro ayer presentado, pero puesto que se trata de un recopilatorio de artículos en los que el autor refleja su preocupación y denuncia por la corrupción sistémica, por el matrimonio contra natura de democracia y corrupción, tengo por leídos al menos algunos de ellos.
Es por lo anterior que me sorprende que intervinientes en la presentación y plumillas que en los medios dan cuenta de ella centren su argumentación en la corrupción económica que ha anegado al sistema, y disparen, -ilusos o vendidos-, contra la permeabilidad existente entre política y políticos y negocios y dinero, confundiendo otra vez mas efecto con causa.
Para mí el núcleo no fisionable de la denuncia de Vidal Beneyto es la corrupta estructura sobre la que se asienta el sistema democrático español, cuya prueba del algodón es nuestra propia historia reciente y parte de la legislación emanada de los pilares del sistema.
Dejo a un lado, por simple inseguridad y miedo, el hablar de la corona, sus contactos y negocios, sus intereses y el proceder de su ralea, pero aun con la inseguridad sobre si será el lechero quien a altas horas de la madrugada llame a mi puerta repasaré los otros pilares del sistema y del estado corrompido.
De la justicia española cabe decir poco que sea novedoso. Intocada e intocable desde el franquismo, está al servicio de los poderosos, se sigue nutriendo de forma endogámica, el cuerpo judicial no responde de responsabilidad alguna ante quien la Constitución dice que emana el poder del que abusan, y tan solo el corporativismo franquista, tan querido de ellos, les permite dar alguna ligera colleja al propio que yerra y masacrar al díscolo que de entre ellos mee fuera del tiesto de corrupción conceptual en que se desenvuelven.
Son el poder omnímodo por excelencia, interpretan las leyes, las aplican a su criterio, no rinden cuentas ante nadie y, capaces de condicionar a los partidos políticos, se aseguran que el sistema responda a sus intereses hasta el punto de haber conseguido que sin verdura alguna la ley de leyes sea agua de borrajas en cuanto a la práctica de los derechos individuales y colectivos que de carácter social en ella se pudren.
Así, allí donde un sistema judicial como el nuestro se limita a aplicar, inconexa y contradictoriamente su interpretación de la legalidad, nunca podrá hablarse de Justicia y por lo tanto, exiliada la Justicia, nadie debiera hablar de democracia. ¿O acaso es posible la pervivencia de un sistema democrático sin que uno de los corazones que impulsan su sangre, la Justicia igual para todos, solo sea un recurso dialéctico de los engolados que, con toga o sin ella, se ocupan de infartarla.
Para mí sigue siendo su autor, junto a Saramago y pocos más, uno de los pocos pensadores comprometidos con la verdad, con los valores sociales más transcendentes, con la utopía de la democracia plena y con su apoyo y proximidad al pueblo, a esa concepción del pueblo como cuerpo colectivo que siente y trabaja por la igualdad, la libertad y la justicia. Sigue y seguirá siendo Vidal Beneyto una permanente brújula en mi personal camino hacia la realización del ideal socialista.
No he leído el libro ayer presentado, pero puesto que se trata de un recopilatorio de artículos en los que el autor refleja su preocupación y denuncia por la corrupción sistémica, por el matrimonio contra natura de democracia y corrupción, tengo por leídos al menos algunos de ellos.
Es por lo anterior que me sorprende que intervinientes en la presentación y plumillas que en los medios dan cuenta de ella centren su argumentación en la corrupción económica que ha anegado al sistema, y disparen, -ilusos o vendidos-, contra la permeabilidad existente entre política y políticos y negocios y dinero, confundiendo otra vez mas efecto con causa.
Para mí el núcleo no fisionable de la denuncia de Vidal Beneyto es la corrupta estructura sobre la que se asienta el sistema democrático español, cuya prueba del algodón es nuestra propia historia reciente y parte de la legislación emanada de los pilares del sistema.
Dejo a un lado, por simple inseguridad y miedo, el hablar de la corona, sus contactos y negocios, sus intereses y el proceder de su ralea, pero aun con la inseguridad sobre si será el lechero quien a altas horas de la madrugada llame a mi puerta repasaré los otros pilares del sistema y del estado corrompido.
De la justicia española cabe decir poco que sea novedoso. Intocada e intocable desde el franquismo, está al servicio de los poderosos, se sigue nutriendo de forma endogámica, el cuerpo judicial no responde de responsabilidad alguna ante quien la Constitución dice que emana el poder del que abusan, y tan solo el corporativismo franquista, tan querido de ellos, les permite dar alguna ligera colleja al propio que yerra y masacrar al díscolo que de entre ellos mee fuera del tiesto de corrupción conceptual en que se desenvuelven.
Son el poder omnímodo por excelencia, interpretan las leyes, las aplican a su criterio, no rinden cuentas ante nadie y, capaces de condicionar a los partidos políticos, se aseguran que el sistema responda a sus intereses hasta el punto de haber conseguido que sin verdura alguna la ley de leyes sea agua de borrajas en cuanto a la práctica de los derechos individuales y colectivos que de carácter social en ella se pudren.
Así, allí donde un sistema judicial como el nuestro se limita a aplicar, inconexa y contradictoriamente su interpretación de la legalidad, nunca podrá hablarse de Justicia y por lo tanto, exiliada la Justicia, nadie debiera hablar de democracia. ¿O acaso es posible la pervivencia de un sistema democrático sin que uno de los corazones que impulsan su sangre, la Justicia igual para todos, solo sea un recurso dialéctico de los engolados que, con toga o sin ella, se ocupan de infartarla.
Siempre han querido confundirnos interesadamente asociando sistema judicial con Justicia, siguen haciéndolo e ignorando que el pueblo sabe desde siempre que mas vale un mal acuerdo que un buen juicio. No nos sirven, y al no servir a los intereses del pueblo se convierten en una prueba mas del tumor que son para la democracia, que no para su sistema del que viven.
¿Que hay honrosas excepciones?, por supuesto que si, pero estoy seguro que en un hipotético juicio del pueblo, el único dios verdadero de la democracia, este, al igual que el dios bíblico, lanzaría fuego sobre la Sodoma que hoy es el sistema judicial español
P.E.: Obsérvese lo que preside el texto oficial de la Constitución Española de 1978 y que desde entonces no ha sido modificado. Próxima entrega, el legislativo y el ejecutivo
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