De la misma forma en que la herencia del ladrillo y el pelotazo urbanístico fueron legados que con total agrado acogieron los zapateristas afanándose más tarde su engorde y potenciación, estamos en los momentos previos a la redacción del testamento político, económico y social que Zp y sus chicos legarán a sus compadres del PP.
Como hay quien dice que la bilis mitinera inunda mis verdades del barquero, me limitaré por los venideros días a exponer y denunciar aquellos legados del zapaterismo que considero más escandalosos desde mi personal óptica política.
El legado que considero más cancerígeno, más extendido y más irrecuperable para la sensatez, la razón y la igualdad en España, es el legado de la desestructuración administrativa, política, económica, social y jurídica de esta antigua nación.
Los unos y los otros, pero más estos que aquellos, han convertido las antiguas y saludables apetencias de autonomía administrativa y política en un cantonalismo que, por variopinto y cateto, y sin multiplicador común alguno, ha devenido en ego centrista, por lo que hemos pasado de una centralidad unipolar y excluyente, Madrid y el gobierno central, a diez y siete centralidades, diez y siete gobiernos, diez y siete parlamentos, tan excluyentes y sectarios como amantes de la confrontación entre los restantes participes de la fragmentación.
El resultado no puede ser más negativo. Ni los ciudadanos de cada uno de esos cantones han obtenido más poder de decisión ni de participación, ni la aplicación de supuestas potencialidades basadas en la proximidad a la ciudadanía y el conocimiento exacto de las particularidades regionales han sumado nada al conjunto nacional. Mucho peor.
Desde los nacionalismos históricos se ha esparcido el virus de la diferencia y la confrontación hasta tal punto que regiones sin sentimiento alguno de diferencia o distancia con la adyacente han entrado en la dinámica generar artificialmente identidades colectivas falsas con el único animo de afrontar al estado nacional con la misma virulencia que aquellos otros, maestros de la sedición, que de su victimismo hicieron su razón de ser política.
Hoy, de todas las autonomías el enemigo es el Estado, cuando Estado son todas las administraciones. Hoy a resultas del disparate zapaterista, la revisión al alza de los niveles de competencias autonómicas, se ha derivado la anorexia competencial del gobierno central, obteniendo por añadidura, por maldita añadidura, la propina de la ineficacia, los sobrecostes y unos servicios publicos con decreciente calidad.
Si antes hablaba de añadidura, no calificaré como tal a otro de los males que el cantonalismo nos ha aportado y me temo que no de forma casual sino deseado por la clase política, la desigualdad ante las leyes que los ciudadanos españoles soportan según el lugar del territorio cantonal en el que uno se encuentre o malviva.
Los ciudadanos españoles son desiguales en la atención sanitaria según sean atendidos en Navarra o en Valencia, en Andalucía o en Galicia. Tienen diferentes derechos a la hora de jubilarse según lo hagan en Madrid o en Andalucía, ya que este ultimo cantón socialista, llevado por un autonomismo tan cateto como diferenciador, “complementa” pensiones sin importar coste económico ni ofensa infringida al resto de los españoles.
En cada uno de estos cantones autónomos, los jóvenes estudian una historia de España que responde a la tendencia política de quienes en cada momento rigen ese cantón. En otros lugares de esta ex-nación los ciudadanos con algún grado de dependencia, pueden ejercer o no el derecho a percibir ayudas legales atendiendo al color político de sus respectivos gobiernillos, y hasta los más básicos derechos, los de libre circulación y expresión se pueden ejercitar en diverso grado según el humor político de sus caciques regionales.
El estrambote último es el referido a los servidores publicos, a los funcionarios de las autonomías, a esos trabajadores que con muy diferentes regulaciones se saben sometidos y vigilados por los sátrapas locales, de ahí que se hayan multiplicado los contratados e interinos como fórmula practicada por el poder para someter a los trabajadores publicos.
Así la multiplicidad de policías regionales y sus diferentes regulaciones, junto a las correspondientes judicaturas regionales, también servidoras de intereses parciales, hacen de la inseguridad física y jurídica de los ciudadanos una de las características de este estado certeramente llamado plurinacional, denominación que hace honor a la no reconocida pero evidente desaparición, a efectos legales y prácticos, de la nación española.
Y díganme Vds. si esta situación, así, o de cualquier otra forma descrita, es recuperable para la justicia y para la igualdad ante la ley de sus ciudadanos. Y si su respuesta fuese negativa, sépase que se está conculcando uno de los principios básicos de todo estado de derecho democrático.
Pues eso. Y mientras, las ratas abandonan el “Titanic” zapaterista a la busca de nuevas bodegas donde seguir royendo de lo común.
Como hay quien dice que la bilis mitinera inunda mis verdades del barquero, me limitaré por los venideros días a exponer y denunciar aquellos legados del zapaterismo que considero más escandalosos desde mi personal óptica política.
El legado que considero más cancerígeno, más extendido y más irrecuperable para la sensatez, la razón y la igualdad en España, es el legado de la desestructuración administrativa, política, económica, social y jurídica de esta antigua nación.
Los unos y los otros, pero más estos que aquellos, han convertido las antiguas y saludables apetencias de autonomía administrativa y política en un cantonalismo que, por variopinto y cateto, y sin multiplicador común alguno, ha devenido en ego centrista, por lo que hemos pasado de una centralidad unipolar y excluyente, Madrid y el gobierno central, a diez y siete centralidades, diez y siete gobiernos, diez y siete parlamentos, tan excluyentes y sectarios como amantes de la confrontación entre los restantes participes de la fragmentación.
El resultado no puede ser más negativo. Ni los ciudadanos de cada uno de esos cantones han obtenido más poder de decisión ni de participación, ni la aplicación de supuestas potencialidades basadas en la proximidad a la ciudadanía y el conocimiento exacto de las particularidades regionales han sumado nada al conjunto nacional. Mucho peor.
Desde los nacionalismos históricos se ha esparcido el virus de la diferencia y la confrontación hasta tal punto que regiones sin sentimiento alguno de diferencia o distancia con la adyacente han entrado en la dinámica generar artificialmente identidades colectivas falsas con el único animo de afrontar al estado nacional con la misma virulencia que aquellos otros, maestros de la sedición, que de su victimismo hicieron su razón de ser política.
Hoy, de todas las autonomías el enemigo es el Estado, cuando Estado son todas las administraciones. Hoy a resultas del disparate zapaterista, la revisión al alza de los niveles de competencias autonómicas, se ha derivado la anorexia competencial del gobierno central, obteniendo por añadidura, por maldita añadidura, la propina de la ineficacia, los sobrecostes y unos servicios publicos con decreciente calidad.
Si antes hablaba de añadidura, no calificaré como tal a otro de los males que el cantonalismo nos ha aportado y me temo que no de forma casual sino deseado por la clase política, la desigualdad ante las leyes que los ciudadanos españoles soportan según el lugar del territorio cantonal en el que uno se encuentre o malviva.
Los ciudadanos españoles son desiguales en la atención sanitaria según sean atendidos en Navarra o en Valencia, en Andalucía o en Galicia. Tienen diferentes derechos a la hora de jubilarse según lo hagan en Madrid o en Andalucía, ya que este ultimo cantón socialista, llevado por un autonomismo tan cateto como diferenciador, “complementa” pensiones sin importar coste económico ni ofensa infringida al resto de los españoles.
En cada uno de estos cantones autónomos, los jóvenes estudian una historia de España que responde a la tendencia política de quienes en cada momento rigen ese cantón. En otros lugares de esta ex-nación los ciudadanos con algún grado de dependencia, pueden ejercer o no el derecho a percibir ayudas legales atendiendo al color político de sus respectivos gobiernillos, y hasta los más básicos derechos, los de libre circulación y expresión se pueden ejercitar en diverso grado según el humor político de sus caciques regionales.
El estrambote último es el referido a los servidores publicos, a los funcionarios de las autonomías, a esos trabajadores que con muy diferentes regulaciones se saben sometidos y vigilados por los sátrapas locales, de ahí que se hayan multiplicado los contratados e interinos como fórmula practicada por el poder para someter a los trabajadores publicos.
Así la multiplicidad de policías regionales y sus diferentes regulaciones, junto a las correspondientes judicaturas regionales, también servidoras de intereses parciales, hacen de la inseguridad física y jurídica de los ciudadanos una de las características de este estado certeramente llamado plurinacional, denominación que hace honor a la no reconocida pero evidente desaparición, a efectos legales y prácticos, de la nación española.
Y díganme Vds. si esta situación, así, o de cualquier otra forma descrita, es recuperable para la justicia y para la igualdad ante la ley de sus ciudadanos. Y si su respuesta fuese negativa, sépase que se está conculcando uno de los principios básicos de todo estado de derecho democrático.
Pues eso. Y mientras, las ratas abandonan el “Titanic” zapaterista a la busca de nuevas bodegas donde seguir royendo de lo común.
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