Vi el otro día por segunda o tercera vez, la película de Román Polanski, “el Pianista”. Para quien no la haya visto, relata las peripecias de un joven pianista durante la segunda guerra mundial en el “güeto” de Varsovia.
De forma firme, incluso con crudeza, relata el director los asesinatos, robos y abusos de los nazis en la Polonia ocupada, presentando lo desvalido del individuo ante tal abuso de la fuerza.
Paso por alto el desarrollo de la película y quiero centrarme en la que considero la escena fundamental.
En una casa abandonada, relativamente conservada entre ruinas, desolación y despojos, cuando el protagonista, hambriento judío, se aplica a abrir una lata de pepinos en conserva que alborozadamente ha encontrado, es descubierto en tal menester por un oficial alemán. Este le conmina a que se identifique y el sorprendido se declara pianista, por lo que el alemán le pide que toque algo al piano, que al fondo se ve.
Y se produce la transtocacion que da sentido a la película. El oprimido, asustado, tembloroso y harapiento pianista Spilzmamn, conforme desarrolla su interpretación, se convierte en el personaje dominante, en el referente ético y estético, en el legitimado, en el poderoso no opresor, mientras que el oficial alemán pasa de figura dominante a ser mero espectador, quizás sensible, que posteriormente ayuda a sobrevivir al huido judío.
Se me antoja que equivalente, salvando las distancias, es la situación de los miles de militantes, simpatizantes, y votantes del Psoe, que comprobando lo que están haciendo estos “alemanes”, sencillamente se distancian, se alejan de la práctica política y dejan el campo libre a mediocres y desarrapados intelectuales que sin rubor alguno hacen y deshacen a su antojo y siempre “pro domo sua”.
Por ello la altura ética de la política y los políticos hoy, es la que es. Los mejores pasan de política, los más preparados desprecian la sinrazón de los mecanismos que mueven la política, y de forma casi exclusiva los más adinerados, en la derecha, y los más vasallos o más “asesinos” en la izquierda, compiten por beneficiarse de las canonjías que la vida, en la política, otorga.
De otro lado la normalidad ciudadana, el trabajo donde no siempre, pero si muchas veces triunfan los mejores, la familia con su conjunto de valores, sean clásicos o actuales, los amigos, con quienes se desarrollan los mas desinteresados afectos, contrastan con lo que debiera ser y no es la política, el trabajar por el bien de los demás, el respetar para ser respetado, la observancia de los valores que se supone cada uno de los que están en política representan, y tantas y tantas ausencias que empujan al común de los ciudadanos, y lo que es peor, a los más concienciados socialmente, a mantener alta su cabeza manteniéndose lejos de la política. Y esto, antes o después destroza al sistema.
Hay que reescribir la partitura que la mayoría de los ciudadanos quieren que se interprete. Y hay que obligarles a que nunca, como ahora, nos den “bacalao” por Beethoven.
De forma firme, incluso con crudeza, relata el director los asesinatos, robos y abusos de los nazis en la Polonia ocupada, presentando lo desvalido del individuo ante tal abuso de la fuerza.
Paso por alto el desarrollo de la película y quiero centrarme en la que considero la escena fundamental.
En una casa abandonada, relativamente conservada entre ruinas, desolación y despojos, cuando el protagonista, hambriento judío, se aplica a abrir una lata de pepinos en conserva que alborozadamente ha encontrado, es descubierto en tal menester por un oficial alemán. Este le conmina a que se identifique y el sorprendido se declara pianista, por lo que el alemán le pide que toque algo al piano, que al fondo se ve.
Y se produce la transtocacion que da sentido a la película. El oprimido, asustado, tembloroso y harapiento pianista Spilzmamn, conforme desarrolla su interpretación, se convierte en el personaje dominante, en el referente ético y estético, en el legitimado, en el poderoso no opresor, mientras que el oficial alemán pasa de figura dominante a ser mero espectador, quizás sensible, que posteriormente ayuda a sobrevivir al huido judío.
Se me antoja que equivalente, salvando las distancias, es la situación de los miles de militantes, simpatizantes, y votantes del Psoe, que comprobando lo que están haciendo estos “alemanes”, sencillamente se distancian, se alejan de la práctica política y dejan el campo libre a mediocres y desarrapados intelectuales que sin rubor alguno hacen y deshacen a su antojo y siempre “pro domo sua”.
Por ello la altura ética de la política y los políticos hoy, es la que es. Los mejores pasan de política, los más preparados desprecian la sinrazón de los mecanismos que mueven la política, y de forma casi exclusiva los más adinerados, en la derecha, y los más vasallos o más “asesinos” en la izquierda, compiten por beneficiarse de las canonjías que la vida, en la política, otorga.
De otro lado la normalidad ciudadana, el trabajo donde no siempre, pero si muchas veces triunfan los mejores, la familia con su conjunto de valores, sean clásicos o actuales, los amigos, con quienes se desarrollan los mas desinteresados afectos, contrastan con lo que debiera ser y no es la política, el trabajar por el bien de los demás, el respetar para ser respetado, la observancia de los valores que se supone cada uno de los que están en política representan, y tantas y tantas ausencias que empujan al común de los ciudadanos, y lo que es peor, a los más concienciados socialmente, a mantener alta su cabeza manteniéndose lejos de la política. Y esto, antes o después destroza al sistema.
Hay que reescribir la partitura que la mayoría de los ciudadanos quieren que se interprete. Y hay que obligarles a que nunca, como ahora, nos den “bacalao” por Beethoven.
1 comentario:
Has estao "cumbre" en esta ocasión. Dª Mari se emocionaria también. Besos.
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