martes, 11 de septiembre de 2007

QUIEREN QUE NO PENSEMOS.

Ni recuerdo cuando fue, tanto hace, que oí por primera vez algo, que desde entonces es uno de mis paradigmas de la irreflexión, el borreguismo, el sectarismo, el corporativismo y la ausencia de talante y talento. Me refiero al grito de “¡a mí la legión, con razón o sin ella!”.
Aun así, reconozco que en el ámbito militar en el que este grito pudiera darse, podría tener connotaciones positivas. El peligro personal o colectivo ante el enemigo o agresor, el riesgo grave de herida o muerte, pueden dar a esta demanda de ayuda visos de solidaridad y entrega mutua, que solo en esos casos pudieran justificar tal abdicación de la sensatez, de la mesura, y de la inteligencia, cosa que dudo, ya que no en vano el fundador de este cuerpo, Millán Astray fue quien exclamó aquello de “¡muera la inteligencia!”.
Hoy día, lejos de situaciones cuartelarias civiles, se hace poco menos que insoportable que muchos de los que pasan por ser configuradores de opinión, referentes de la acción ciudadana, supuestos modelos a imitar, reclamen a sus mesnadas, militantes, simpatizantes, o simples, pero imprescindibles, votantes, un corporativismo supuestamente ideológico por el cual, con razón o sin ella, lo propio, incluidos desatinos y barbaridades, ha de ser objeto de numantina defensa ante el “enemigo”, antes que aceptar rectificación supuestamente debilitadora.
Viene derivada esta reflexión de la atenta lectura de una entrevista que el diario amigo hizo a Felipe González a principios de agosto.
Dado que está a disposición de cualquier lector en la red, omito la mayoría de ella y me centraré en lo que ha provocado esta reflexión.
Viene a decir González en esa entrevista que discrepa con Zapatero en más de un aspecto pero que en forma alguna expresará distancia o disconformidad ya que estas favorecerían a la derecha, y esta derecha, estando como está, no se merece nada.
Tengo por cierto que esto es una aplicación del “a mí la legión” trasladado al terreno político, y no lo comparto.
Puedo entender que no se quiera favorecer a un adversario desmadrado, montaraz, revanchista y recalcitrante, pero, si por corresponderles en sus formas les consideramos enemigos y así, mas voluntaria que inadvertidamente, cambiamos el terreno de la discrepancia democrática civilizada por el terreno de las trincheras y los obuses politicos, estaremos atentando contra muchos de los valores del sistema democrático, las formas, la verdad, la transparencia y el respeto mutuo. Y todos estos valores cívicos están muy por encima de la conveniencia de favorecer o torpedear la transitoria presencia de unos u otros al frente del poder.
Si ellos, los “gonzalez” y “zapateros”, (perdón Felipe por ponerte momentáneamente al mismo nivel), los “rajoys” y “zaplanas”, tienen para sí por mas importante el corporativismo de partido, que el perfeccionamiento del sistema y la pedagogía del ejemplo personal, el sistema se degrada, se corroe poco a poco, y esto, los ciudadanos más libres, más informados, más formados, lo aprecian, produciéndose, inevitablemente, el distanciamiento, si no el rechazo cívico que a todas luces el sistema político español presenta, que debiera ser preocupante, pero que la insensibilidad de esta clase política desprecia o cuando menos obvia.

Sé que lo que a continuación propondré es una candidez, pero no concibo hoy otro mecanismo que reconduzca la situación política a los terrenos de la verdad, la sensatez y el claro discernimiento entre acierto y error, tanto propio como ajeno, para desde aquí poder transitar con el adversario por sendas distintas, pero con destinos parecidos.
Consiste este mecanismo en filtrar individual y colectivamente todo lo que del campo de la política nos llega, a través de un único criterio que responde a la pregunta ¿y esto a quién beneficia?. Si la respuesta tiene multitud de nombres y apellidos de un lado y de otro, bien, en principio. Si los nombres son pocos, de un solo bando, o no hay respuesta, mal.
Pero no basta con lo anterior, y el segundo paso es duro; consiste en tener la valentía de expresarlo entre las propias filas, y llamar a la “legión” solo cuando haya razones para defender la verdad de los más, de aquí y de allá, no para defender mi verdad o su verdad.
Creo que esta es la antireceta a lo que hace ya algún tiempo expresó el Papa Rathzinger contra el relativismo. A él y a los “papas” políticos que disfrutamos, lo que les gustaría es tener prietas las filas de sus ejércitos de fanáticos, filas que al toque de corneta actuasen como un solo hombre contra el “enemigo”, ya que todos sabemos que la disciplina, en los ejércitos de fanáticos, es el sucedáneo del pensamiento.
Recuerden al servicio de quien estaba aquello de….”Lejos de mi la funesta manía de pensar”. Esto es lo que quieren que hagamos.
Pues va a ser que no.

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