Hace cuarenta años, por este mayo que ahora acaba, en París se dio la ultima de las muestras de coincidencia social, más aun, de solidaridad social, tan interclasista como la que se produjo entre estudiantes y obreros.
Los primeros eran presa de un estado que les coartaba y un sistema social que les limitaba su horizonte, y los segundos, en muchos casos padres de los anteriores, veían como su esfuerzo y su sacrificio, continuo y sostenido desde el inicio de la 2ª Guerra Mundial, no obtenía recompensa, en una sociedad, cada vez mas autoritaria, que concentraba los beneficios en manos de unos pocos.
Los primeros eran presa de un estado que les coartaba y un sistema social que les limitaba su horizonte, y los segundos, en muchos casos padres de los anteriores, veían como su esfuerzo y su sacrificio, continuo y sostenido desde el inicio de la 2ª Guerra Mundial, no obtenía recompensa, en una sociedad, cada vez mas autoritaria, que concentraba los beneficios en manos de unos pocos.
De aquella unión, de aquella puesta en común de problemas sociales surgió una esperanza de lucha que, sin haber triunfado, logró introducir suficientes elementos de cambio en lo que hasta entonces eran principios inalterables de la sociedad francesa, y por añadidura, a pesar de los análisis que ahora se hacen desde poltronas oficiales o redacciones apesebradas, consiguieron que hoy, a esos ya largos cuarenta años de distancia, se tenga la solidaridad como el valor, el sentimiento y la practica mas revolucionaria y que mas temen.
Hoy se está dando en España el primer movimiento de los que espero y deseo sean una riada que acabe sacando de su corrupción, de su letargo y de su engorde a los que están en la política por el negocio, a los que en la política callan su disconformidad y a los que todo lo califican en función del aumento de su patrimonio.
Hoy la huelga de los pescadores, a la que habrá de seguir la de transportistas y la de funcionarios, todas a espaldas de los podridos sindicatos mayoritarios, han de ser objeto de solidaridad, pero no solo de solidaridad emocional que nada o casi nada aporta, sino de solidaridad en la movilización, en la protesta y en la exigencia de soluciones, no solo para los afectados por la carestía de un factor de sus costes como es la energía, sino lo que es mas importante, se han de exigir soluciones para que la dependencia económica de los débiles, todos, no vuelva nunca mas a traducirse en dependencia social y en dependencia política.
No se trata solo de que los niveles de bienestar, de capacidad de compra se mantengan o mejoren, se trata que el sistema se adapte a las necesidades de las personas no a las conveniencias de la propia maquinaria de la economía, que a la postre esconde a un reducido grupo de oligarcas, y estos, todos, son de derechas aunque militen en la izquierda, poderosos, que son los que detentan el poder y determinan qué y cómo han de ser de nuestras vidas.
En un mundo en el que se está cuestionando la supervivencia de cientos de millones de personas a las cuales se les pone cada vez mas difícil acceder a los mas básicos alimentos, en una Europa en la que la OCDE preve que este año pasen hambre 40 millones de sus habitantes, de los cuales 1,5 millones la sufrirán en España, no es aceptable que este degenerado sistema y los vampiros que le defienden, traten de nuevo de imponer parches, ya que lo mas que conseguirían es paliar temporalmente el daño, y si así lo hacen, no es por convicciones de que así deba hacerse, sino que lo hacen por no tener mayores problemas que les puedan impedir seguir disfrutando de su posición dominante.
Se acercan días en los que se decidirá si esta crisis, tan artificial como deseada por ellos, será el detonante de la lucha de los más, los que no decidimos sobre nuestras vidas, para que de una vez por todas la justicia social, el equilibrio, la igualdad y la verdad se abran camino en estos sistemas de democracia tan consentida como limitada y manipulada.
Si alguna esperanza cabe albergar de cara al futuro es, como siempre, mediante la lucha por la emancipación y la liberación.
En todas las épocas ha habido momentos en los que las generaciones pasadas tuvieron ocasión de demostrar su amor al futuro de los suyos, en los últimos veinte años se ha caminado en sentido contrario, por esto hay que decir basta a la expoliación y al nuevo esclavismo, hay que rebelarse contra los pocos que disfrutan de las mieles que la explotación democrática les regala.
El sistema está demostrando, por enésima vez, que su objetivo no es el bienestar colectivo, su objetivo es la acumulación concentrada, una acumulación basada en el esquilmamiento del planeta, la condena a la muerte y la miseria para millones de seres humanos y el reparto de migajas para los que, con la suerte de vivir en el primer mundo, pueden tener la tripa tan llena como cerrada la boca y negra la conciencia.
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