lunes, 9 de mayo de 2011

LO QUE DICE....ANDRES VILLENA



¿Los mercados son de izquierdas?

Conforme los recortes sociales se hacen sentir en España, y en la medida en que vamos sabiendo que el agujero de la banca es bastante mayor de lo públicamente revelado –lo que supondrá nuevas reformas–, comienzan a aparecer opiniones que reivindican el libre mercado como un valor o incluso una “conquista de la izquierda”. Según este tipo de argumentaciones, una de las cuales fue expuesta hace unos días por el profesor Daniel Innerarity en el diario El País (22-04-11), la libre competencia bien entendida (sin monopolios) representaría un motor fundamental, no sólo para la eficiencia, sino también para la eliminación de privilegios y para “la lucha contra las desigualdades”.
En este sentido, una adecuada política de izquierdas debería tener la finalidad de reformar el mercado para que este funcionara al servicio de los intereses públicos. El razonamiento de Innerarity –claro, ordenado y respetuoso– sitúa a los defensores del Estado del bienestar (tal y como lo hemos conocido) como obstáculos para que la economía española consiga sortear el “riesgo sistémico”, objetivo que pasaría a ser prioritario para todo gobernante responsable en medio de una crisis como esta y en un mundo globalizado.
Estas ideas no son precisamente nuevas, pero quizá no se habían expuesto antes con tanta crudeza desde las filas progresistas. Hace unos diez años, Zygmunt Bauman claudicaba con cierta ironía en La posmodernidad y sus descontentos: “No sólo es que no nos podamos permitir el Estado del bienestar debido a que el número de desempleados inempleables ha aumentado considerablemente, es que no tenemos razón moral para hacerlo”. En Un nuevo mundo feliz, otro referente intelectual de la izquierda, Ulrich Beck, proponía dejar de “financiar el desempleo” y utilizar el dinero de los subsidios para hacer posible que todo el mundo ejerciese un “trabajo cívico”, creativo, familiar o doméstico, que se remuneraría a base de bonos o pensiones. Ambos creían totalmente desfasado el objetivo de volver a una economía con pleno empleo y, por tanto, con una importante redistribución de los ingresos.
Lo que ni Beck ni Bauman nos cuentan profundamente son las principales razones por las que hemos llegado a una situación como la actual, en la que pensar en un Estado social más generoso se ha convertido en una especie de blasfemia, y en la cual intelectuales como Daniel Innerarity pretenden hacer virtud de lo que en realidad representa una terrible debilidad: el retroceso forzado, durante más de tres décadas, de las políticas progresistas basadas en los servicios públicos y en el reparto de la riqueza. Una involución social que resumía hace poco el multimillonario Warren Buffet con una frase lapidaria: “Hay una lucha de clases, por supuesto, pero es mi clase la que la dirige”.
La recuperación del mercado como uno de los valores centrales de nuestra civilización se produce a finales de los años setenta y no precisamente tras un debate entre expertos progresistas sobre lo más conveniente para nuestras sociedades. Los gobiernos socialdemócratas que hicieron frente por la izquierda a la crisis del keynesianismo –laboristas en el Reino Unido, socialistas y comunistas en Francia, etc.– tuvieron finalmente que recular y aplicar una serie de medidas muy parecidas a las actuales: políticas deflacionistas, privatizaciones, recortes sociales… Es importante partir del hecho de que no fue la izquierda la que escogió el mercado a finales del siglo pasado, sino que los cada vez menos regulados flujos financieros tuvieron un enorme peso en el perfil de la nueva socialdemocracia: los Demócratas liderados por Clinton, la Tercera Vía de Blair, el Nuevo Centro de Schroeder o Nueva Vía, para el caso español, todavía en el Ejecutivo.
No representa una casualidad, por tanto, que, en el momento en el que la economía real es la que está suministrando fondos a los negocios financieros privados
–rescate a la banca vía pensiones públicas y fondos de los contribuyentes, rebaja de salarios y protección social, etc.– aparezcan pensadores de izquierdas que realzan las virtudes del laissez faire. ¿Cómo puede ser progresista la defensa del mercado si ha sido su descomunal protagonismo estos 30 años lo que ha multiplicado las desigualdades y la generación de crisis económicas recurrentes?
Parece difícil ignorar la relación existente entre desigualdad, financiarización de la economía y crisis sistémicas. En este sentido, las mencionadas reflexiones nos sugieren aceptar estos fenómenos como inevitables y adaptar las siglas al escaso margen que nos queda. ¿Saldremos del neoliberalismo cambiándole simplemente el nombre, o tenemos alternativas reales para que no sean las finanzas las que dicten las prioridades de cada sociedad?
El viento no sopla precisamente a favor. En Francia, el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, parece tenerlo relativamente fácil para pilotar al principal partido progresista: se trata del dirigente que mejor ha gestionado mundialmente los intereses de los mercados financieros. El debate interno ha llegado, con las primarias del PSOE, a España. Los socialistas se juegan mucho más que elegir al candidato con mayor carisma o mejor posición en las encuestas. El vencedor deberá explicar a los ciudadanos que somos nosotros los que decidimos lo que nos conviene, y no unos intereses que no rinden cuentas ante nadie. En esta encrucijada ideológica debe quedar claro que la democracia no es un medio subordinado a los intereses de la libre concurrencia empresarial. No nos merecemos un Gobierno que se crea esta patraña.

Andrés Villena es economista e investigador en Ciencias Sociales por la Universidad de Málaga. Ilustración de Mikel Casal

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