Mientras la ultraderecha nacional se lleva las manos a la cabeza al ver que los trabajadores no incendian todas las sedes del Psoe acabando por Ferraz y la Moncloa, los sindicatos dicen que hay cuatro millones novecientas diez mil doscientas razones para salir a la calle a pesar de haber sido ellos los que suscribieron todas las reformas laborales, salariales, y de pensiones que nos han llevado a este desastre social y a ellos al descredito y al rechazo total de la ciudadanía.
Al mismo tiempo en la más infame de las relaciones entre política y justicieros,-que muy otra cosa es la justicia-, se decide, por el llamado tribunal supremo, por nueve votos contra seis, la ilegalización de las listas de los ex -batasunos que, al parecer, arrepentidos y contritos dicen renunciar y condenar la violencia.
De nada sirven las consideraciones de los seis supremos magistrados que han votado a favor de mantener la posibilidad de que los ex-amigos de ETA demuestren que en verdad convierten en hechos sus palabras de hoy, por el contrario pretenden convencernos que en el alto tribunal la democracia de los números es mejor que la democracia de la razón, por lo que aplican en el llamado terreno de la justicia unas matemáticas que aplicadas a la política podrán ser respetables, pero que es forma de decidir despreciable cuando nueve razones son o pueden ser tan buenas o tan malas como las seis discrepantes. Sobre todo si tenemos en cuenta que los políticos podrían haber legislado de tal forma que la Ley permitiera apartar de las instituciones a aquellos que no cumpliesen con la palabra empeñada.
Pero es ahí donde está el “quid” de la cuestión y la razón por la cual las derechas, PP y Psoe, pasan el embolado a sus amigos los justicieros, ya que si los políticos legislasen en ese sentido, el 99% de ellos, sean “Sortueros”, “Bilduitas”, o Peperos, Psoeteros y todo el etcétera parlamentario, autonómico y municipal, estarían a las pocas semanas de su toma de posesión en las listas del paro, pues ninguno cumple lo que prometen.
Si estas indecencias, fraudes y mentiras estuviesen limitadas a este desgraciado país nuestro, estaríamos, como estamos, perplejos y jodidos, pero nos cabría el consuelo, a los que aun defendemos la honradez y la decencia política, económica social y legal, de ver como el entorno internacional, antes o después nos podría obligar o al menos inducir a retornar al respeto de los mínimos valores que, hasta no hace mucho, identificaban a las democracias occidentales. Pero ni esa esperanza cabe.
Las guerras ya ni se declaran. En ellas no se respetan las reglas que cuando había dignidad y respeto por el enemigo se cumplían. Hoy se asesina a distancia aprovechando la superioridad tecnológica y económica. Hoy se manipulan, se compran las opiniones publicadas a fin de silenciar esos asesinatos que ni tan siquiera son como ellos dicen que son, selectivos.
La legalidad internacional es, no ya papel mojado, es filosofía humillada, arrinconada y aplastada por los intereses de los poderosos. Se encarcela sin juicio previo a quien es simplemente sospechoso de crímenes reales o supuestos o por difundir las verdades que les delatarían como simples asesinos, (Guantánamo y Wikileaks), las condenas son dictadas fuera del ámbito jurisdiccional que al o a los, de antemano, designados como culpables les correspondería, sin tan siquiera haberles comunicado de qué se les acusa.
Se les aísla en prisiones ajenas a cualquier control jurisdiccional nacional o internacional. Ya no se molestan en aparentar decencia como cuando enjuiciaron en Nurenberg a los jerifaltes nazis, hoy a los más débiles de los sospechosos se les utiliza para que se tornen en agentes al servicio de sus captores en países que, repentinamente, han pasado de ser aliados a ser enemigos de la “estabilidad internacional” en una nueva forma de conseguir inocular el síndrome de Estocolmo en los antes peligrosos terroristas que hoy son aliados al servicio de los intereses petrolíferos de occidente.
Se aplaude el asesinato de un terrorista al que la comunidad internacional, la civilizada comunidad internacional, debió despojar con nocturnidad y alevosía del derecho a un juicio justo que hasta los más desalmados terroristas, y este lo era, deben tener, cuando esa misma comunidad internacional, farisaica y corrupta, dice estar en contra de la pena de muerte.
Y para finalizar estos apuntes de desesperanza, y retornando a lo próximo, aun no entiendo como todos callan el indecente baboseo de este ¿nuestro? gobierno que felicita a un premio nobel de la paz cuando este se distingue hoy por entender que la vida de cualquier ciudadano del mundo es un bien del que se puede disponer libremente en tanto que el imperio del mal, -el imperio del dinero y sus brazos armados-, no decidan lo contrario.
Se autodenominan progresistas cuando únicamente son cómplices, pequeños y rastreros cómplices de asesinos, a quienes, además, como antaño en Roma, tampoco les pagarán su traición al progreso de la decencia humana.
Así los hechos¿No nos estaremos encaminando hacia un odioso tiempo que creíamos superado?
Al mismo tiempo en la más infame de las relaciones entre política y justicieros,-que muy otra cosa es la justicia-, se decide, por el llamado tribunal supremo, por nueve votos contra seis, la ilegalización de las listas de los ex -batasunos que, al parecer, arrepentidos y contritos dicen renunciar y condenar la violencia.
De nada sirven las consideraciones de los seis supremos magistrados que han votado a favor de mantener la posibilidad de que los ex-amigos de ETA demuestren que en verdad convierten en hechos sus palabras de hoy, por el contrario pretenden convencernos que en el alto tribunal la democracia de los números es mejor que la democracia de la razón, por lo que aplican en el llamado terreno de la justicia unas matemáticas que aplicadas a la política podrán ser respetables, pero que es forma de decidir despreciable cuando nueve razones son o pueden ser tan buenas o tan malas como las seis discrepantes. Sobre todo si tenemos en cuenta que los políticos podrían haber legislado de tal forma que la Ley permitiera apartar de las instituciones a aquellos que no cumpliesen con la palabra empeñada.
Pero es ahí donde está el “quid” de la cuestión y la razón por la cual las derechas, PP y Psoe, pasan el embolado a sus amigos los justicieros, ya que si los políticos legislasen en ese sentido, el 99% de ellos, sean “Sortueros”, “Bilduitas”, o Peperos, Psoeteros y todo el etcétera parlamentario, autonómico y municipal, estarían a las pocas semanas de su toma de posesión en las listas del paro, pues ninguno cumple lo que prometen.
Si estas indecencias, fraudes y mentiras estuviesen limitadas a este desgraciado país nuestro, estaríamos, como estamos, perplejos y jodidos, pero nos cabría el consuelo, a los que aun defendemos la honradez y la decencia política, económica social y legal, de ver como el entorno internacional, antes o después nos podría obligar o al menos inducir a retornar al respeto de los mínimos valores que, hasta no hace mucho, identificaban a las democracias occidentales. Pero ni esa esperanza cabe.
Las guerras ya ni se declaran. En ellas no se respetan las reglas que cuando había dignidad y respeto por el enemigo se cumplían. Hoy se asesina a distancia aprovechando la superioridad tecnológica y económica. Hoy se manipulan, se compran las opiniones publicadas a fin de silenciar esos asesinatos que ni tan siquiera son como ellos dicen que son, selectivos.
La legalidad internacional es, no ya papel mojado, es filosofía humillada, arrinconada y aplastada por los intereses de los poderosos. Se encarcela sin juicio previo a quien es simplemente sospechoso de crímenes reales o supuestos o por difundir las verdades que les delatarían como simples asesinos, (Guantánamo y Wikileaks), las condenas son dictadas fuera del ámbito jurisdiccional que al o a los, de antemano, designados como culpables les correspondería, sin tan siquiera haberles comunicado de qué se les acusa.
Se les aísla en prisiones ajenas a cualquier control jurisdiccional nacional o internacional. Ya no se molestan en aparentar decencia como cuando enjuiciaron en Nurenberg a los jerifaltes nazis, hoy a los más débiles de los sospechosos se les utiliza para que se tornen en agentes al servicio de sus captores en países que, repentinamente, han pasado de ser aliados a ser enemigos de la “estabilidad internacional” en una nueva forma de conseguir inocular el síndrome de Estocolmo en los antes peligrosos terroristas que hoy son aliados al servicio de los intereses petrolíferos de occidente.
Se aplaude el asesinato de un terrorista al que la comunidad internacional, la civilizada comunidad internacional, debió despojar con nocturnidad y alevosía del derecho a un juicio justo que hasta los más desalmados terroristas, y este lo era, deben tener, cuando esa misma comunidad internacional, farisaica y corrupta, dice estar en contra de la pena de muerte.
Y para finalizar estos apuntes de desesperanza, y retornando a lo próximo, aun no entiendo como todos callan el indecente baboseo de este ¿nuestro? gobierno que felicita a un premio nobel de la paz cuando este se distingue hoy por entender que la vida de cualquier ciudadano del mundo es un bien del que se puede disponer libremente en tanto que el imperio del mal, -el imperio del dinero y sus brazos armados-, no decidan lo contrario.
Se autodenominan progresistas cuando únicamente son cómplices, pequeños y rastreros cómplices de asesinos, a quienes, además, como antaño en Roma, tampoco les pagarán su traición al progreso de la decencia humana.
Así los hechos¿No nos estaremos encaminando hacia un odioso tiempo que creíamos superado?
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