En tiempos en los que aquellos que hasta el idioma quieren utilizar para confrontar, y hay quien se manifiesta haciendo manifiestos para defender el idioma, atacando a “manifiestazos” a quien no se sume a su algarada, no está de más reclamar, con mesura, que aquellos que están en la obligación de comunicar a la ciudadanía qué quieren, qué opinan, qué pretenden y qué hacen por nosotros, -los que están y viven de la política-, utilicen el lenguaje en la forma establecida por los que legítimamente determinan la significación de todas y cada una de las palabras que componen nuestra lengua castellana.
Esta demanda sí que debiera ser objeto de pacifico manifiesto, ya que son tantos y tan grandes los abusos y desviaciones degeneradas que el idioma está sufriendo por la mala e interesada utilización de los políticos, que me temo que ha llegado el día en el que dos y dos ya no son cuatro en la lengua de Cervantes.
Si a lo descrito se suma la cantidad de metáforas, excesos verbales y simples burradas que en los recientes tiempos se están amontonando en el haber del vocabulario practico, real, de la política, tendremos, como tenemos de forma oficial, que una crisis ya no es una crisis, es una desaceleración económica, que el incremento de parados no es tal, es freno en la creación de empleo, que la crisis de ladrillo, derivada de los abusos cometidos, es para ellos un ajuste temporal de la actividad, y finalmente, en algún punto hay que parar, las subidas gubernamentales de tarifas es una simple adecuación a los costes de producción.
Como se puede comprobar, el pan ya no se llama pan y por supuesto al vino habrá quien lo llame fermentado de la uva. Es mas que evidente que la molicie social, política y mediática de este país facilita la implantación de la degradación y degeneración no solo verbal, sino conceptual de las palabras y de las ideas que con ellas se transmiten, pero mientras haya a quien su modernidad nos resbale, nunca podrán conseguir que su metalenguaje nos confunda.
Los que queremos seguir respetando el lenguaje y las ideas que determinados conceptos contienen, libertad, solidaridad, igualdad, verdad y justicia, vamos a seguir llamando nepotismo a la práctica del amiguismo que en el acceso a cargos públicos y orgánicos se ejerce. Llamaremos mentirosos a los que usan la falsedad y el engaño como método para disfrazar la realidad. Llamaremos corruptos a los que usan su posición dominante o de poder delegado para trepar social y económicamente. Llamaremos dictadores a quienes usan resortes de poder para condicionar opiniones y actuaciones de terceros, a los que así limitan su libertad. Llamaremos traidores a quienes aireando señas de identidad tan añejas como respetables ocultan tras ellas metas y formas radicalmente opuestas a lo que manifiestan. Llamaremos mediocres a todos los que callan y ocultan o niegan capacidades a fin de no molestar a aquellos que, menos preparados aun, recelan de los eficientes.
Pero si quisiéramos economizar calificativos, al conjunto de todo lo anterior habría que denominarlo zapaterismo.
Esta demanda sí que debiera ser objeto de pacifico manifiesto, ya que son tantos y tan grandes los abusos y desviaciones degeneradas que el idioma está sufriendo por la mala e interesada utilización de los políticos, que me temo que ha llegado el día en el que dos y dos ya no son cuatro en la lengua de Cervantes.
Si a lo descrito se suma la cantidad de metáforas, excesos verbales y simples burradas que en los recientes tiempos se están amontonando en el haber del vocabulario practico, real, de la política, tendremos, como tenemos de forma oficial, que una crisis ya no es una crisis, es una desaceleración económica, que el incremento de parados no es tal, es freno en la creación de empleo, que la crisis de ladrillo, derivada de los abusos cometidos, es para ellos un ajuste temporal de la actividad, y finalmente, en algún punto hay que parar, las subidas gubernamentales de tarifas es una simple adecuación a los costes de producción.
Como se puede comprobar, el pan ya no se llama pan y por supuesto al vino habrá quien lo llame fermentado de la uva. Es mas que evidente que la molicie social, política y mediática de este país facilita la implantación de la degradación y degeneración no solo verbal, sino conceptual de las palabras y de las ideas que con ellas se transmiten, pero mientras haya a quien su modernidad nos resbale, nunca podrán conseguir que su metalenguaje nos confunda.
Los que queremos seguir respetando el lenguaje y las ideas que determinados conceptos contienen, libertad, solidaridad, igualdad, verdad y justicia, vamos a seguir llamando nepotismo a la práctica del amiguismo que en el acceso a cargos públicos y orgánicos se ejerce. Llamaremos mentirosos a los que usan la falsedad y el engaño como método para disfrazar la realidad. Llamaremos corruptos a los que usan su posición dominante o de poder delegado para trepar social y económicamente. Llamaremos dictadores a quienes usan resortes de poder para condicionar opiniones y actuaciones de terceros, a los que así limitan su libertad. Llamaremos traidores a quienes aireando señas de identidad tan añejas como respetables ocultan tras ellas metas y formas radicalmente opuestas a lo que manifiestan. Llamaremos mediocres a todos los que callan y ocultan o niegan capacidades a fin de no molestar a aquellos que, menos preparados aun, recelan de los eficientes.
Pero si quisiéramos economizar calificativos, al conjunto de todo lo anterior habría que denominarlo zapaterismo.
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