No tengo muchos recuerdos del contenido de aquella asignatura, la FEN, la Formación del Espíritu Nacional, obligatoria en el bachiller de quienes lo hicimos en los años sesenta. Sí recuerdo los libros de texto, grandotes, con portadas muy duras, -de cartón piedra como el Régimen-, y a unos profesores, activos militantes del Movimiento, llamado nacional, que por pedagogía entendían solo aquello de, la letra con sangre entra.
De sus contenidos “formativos” se me quedó para siempre aquello de que “España era una unidad de destino en lo universal”, lo cual inoculado a chavales de doce o trece años era casi tan traumático como aquello otro con lo que los curas nos amenazaban, el quedarnos ciegos por abusar del entonces llamado “vicio solitario”; afirmación que provocaba el efecto contrario al pretendido, ya que nos empujaba a comprobar por nosotros mismos si era falsa. Y les aseguro que si no lo hubiese sido, hoy, la ONCE sería a asociación más numerosa del mundo.
Pues bien, habiendo superado unos años más tarde ambos peligros, -confesaré que uno con mas dificultad que otro-, hoy, a los que aquello vivimos, nos resulta fácil establecer una odiosa comparación entre la situación política de entonces y la que los derroteros políticos, sociales y económicos nos imponen hoy día.
Antaño, el sistema de “representación” franquista estaba constituido por los tres tercios que según sus sostenedores daban unidad a “su” patria. La familia, el municipio y el sindicato eran los entes “naturales” que, decían, reflejaban el sentir nacional. De estas tres patas de banco se “extraían”, ya entonces de forma digital, a aquellos que la dictadura aprobaba como representantes para ocupar los diversos escalones en los que el partido único basaba su acción de asentimiento político a lo que el dictador paría.
Hoy, con los necesarios y convenientes maquillajes podemos ver, si queremos, el paralelismo existente entre las estructuras de ambos sistemas y el similar comportamiento de los que viven, ayer y hoy, del sistema político español
Cuando los partidos políticos de izquierda, PSOE e IU, desde el año 1981, en sumisa posición respecto a los incólumes poderes del franquismo, -ejercito, iglesia, y banca-, aceptaron de buen grado el consenso como fórmula de no tener más líos institucionales, -léase golpes o intentos de golpes de estado-, arrojaron por la borda del sistema la posibilidad de efectuar desde el gobierno acciones que conduzcan a cambios sociales, renunciaron a cambiar las relaciones de dependencia económica o mas genéricamente, y descubrieron que podían conceder más libertad, siempre y cuando esta no condujese a la igualdad y mucho menos a la igualdad social y económica.
Desde entonces, y cada día con más virulencia, el consenso político y los acuerdos sociales, hacen que tales avances sean imposibles, y baste como prueba de lo anterior el virginal estado en que se siguen encontrando el ejercicio de algunos derechos y mandatos constitucionales como son los referidos a vivienda, trabajo, fiscalidad etc. etc.
Desde entonces, esos tejemanejes de partidos políticos, sindicatos, -por su práctica, mal llamados de clase-, y los otros sindicatos, los de la patronal, han conducido al sistema al mismo esquema de funcionamiento que los tercios franquistas nos aplicaban en la dictadura.
Hoy nos permiten votar cada cuatro años, pero como antaño, ellos y solo ellos, los corporativistas del poder político, sindical y bancario-empresarial, navegando plácidamente en el mismo barco, se arrogan la capacidad de pensar y decidir por nosotros, y lo que es mucho peor, como los franquistas, han determinado que solo ellos son los que saben qué nos conviene, condicionando así vidas y haciendas de los que menos tienen, y supeditándolas con consensos y acuerdos anti-sociales a los intereses de los poderes del dinero y de la ideología conservadora tradicional española.
Nada ha cambiado en el fondo tras más de treinta años de apariencia democrática en las relaciones de dependencia económica y social de los trabajadores españoles respecto a patronos y banqueros. Y cuando como ahora lo ha hecho, ha sido para peor.
Es cierto que se ha generado una situación por la cual se ha podido acceder de forma generalizada a bienes de consumo, pero el coste de tal nivel de consumismo está siendo cobrado en libertad y en derechos básicos a los trabajadores.
Si en el pasado el mecanismo de “representación democrática” ponía de manifiesto por si mismo lo falso de su naturaleza, hoy los hechos de la clase política, sindical y bancario-empresarial revelan la coincidencia de intereses, la dejación de funciones, la cobardía de unos y la continuidad de los abusos históricos de todos.
Antaño era evidente la necesidad de denunciar a la dictadura y a su ridículo disfraz de orgánica democracia, hoy, a quienes seguimos albergando la utopía de la libertad, la justicia y la igualdad se nos puede hacer más difícil reconocer los perfiles de esta otra dictadura de apariencia democrática.
Cuando, de nuevo, el sistema impone a la ciudadanía la coincidencia de intereses y procedimientos entre los gobiernos, los supuestos representantes de los trabajadores y los genuinos representantes del capital, y todos ellos actúan en defensa de unos exclusivos intereses de permanencia y enriquecimiento recíprocamente pactados, y por lo tanto, contrarios a los intereses nacionales, opuestos a los intereses de los trabajadores y siempre complacientes con los intereses del capital, es que, de nuevo, estamos ante un sistema corporativista perfeccionado que para nada necesita a un Girón de Velasco, a un Carrero Blanco o a un March. Teniendo a Mendez, a Zp y a Botin, los jerarcas del franquismo son innecesarios. Estos son mejores actores, menos brutos y más eficaces para los intereses que defienden. Por eso los soportan.
Ilustración de Medina, publicada en "Publico"
De sus contenidos “formativos” se me quedó para siempre aquello de que “España era una unidad de destino en lo universal”, lo cual inoculado a chavales de doce o trece años era casi tan traumático como aquello otro con lo que los curas nos amenazaban, el quedarnos ciegos por abusar del entonces llamado “vicio solitario”; afirmación que provocaba el efecto contrario al pretendido, ya que nos empujaba a comprobar por nosotros mismos si era falsa. Y les aseguro que si no lo hubiese sido, hoy, la ONCE sería a asociación más numerosa del mundo.
Pues bien, habiendo superado unos años más tarde ambos peligros, -confesaré que uno con mas dificultad que otro-, hoy, a los que aquello vivimos, nos resulta fácil establecer una odiosa comparación entre la situación política de entonces y la que los derroteros políticos, sociales y económicos nos imponen hoy día.
Antaño, el sistema de “representación” franquista estaba constituido por los tres tercios que según sus sostenedores daban unidad a “su” patria. La familia, el municipio y el sindicato eran los entes “naturales” que, decían, reflejaban el sentir nacional. De estas tres patas de banco se “extraían”, ya entonces de forma digital, a aquellos que la dictadura aprobaba como representantes para ocupar los diversos escalones en los que el partido único basaba su acción de asentimiento político a lo que el dictador paría.
Hoy, con los necesarios y convenientes maquillajes podemos ver, si queremos, el paralelismo existente entre las estructuras de ambos sistemas y el similar comportamiento de los que viven, ayer y hoy, del sistema político español
Cuando los partidos políticos de izquierda, PSOE e IU, desde el año 1981, en sumisa posición respecto a los incólumes poderes del franquismo, -ejercito, iglesia, y banca-, aceptaron de buen grado el consenso como fórmula de no tener más líos institucionales, -léase golpes o intentos de golpes de estado-, arrojaron por la borda del sistema la posibilidad de efectuar desde el gobierno acciones que conduzcan a cambios sociales, renunciaron a cambiar las relaciones de dependencia económica o mas genéricamente, y descubrieron que podían conceder más libertad, siempre y cuando esta no condujese a la igualdad y mucho menos a la igualdad social y económica.
Desde entonces, y cada día con más virulencia, el consenso político y los acuerdos sociales, hacen que tales avances sean imposibles, y baste como prueba de lo anterior el virginal estado en que se siguen encontrando el ejercicio de algunos derechos y mandatos constitucionales como son los referidos a vivienda, trabajo, fiscalidad etc. etc.
Desde entonces, esos tejemanejes de partidos políticos, sindicatos, -por su práctica, mal llamados de clase-, y los otros sindicatos, los de la patronal, han conducido al sistema al mismo esquema de funcionamiento que los tercios franquistas nos aplicaban en la dictadura.
Hoy nos permiten votar cada cuatro años, pero como antaño, ellos y solo ellos, los corporativistas del poder político, sindical y bancario-empresarial, navegando plácidamente en el mismo barco, se arrogan la capacidad de pensar y decidir por nosotros, y lo que es mucho peor, como los franquistas, han determinado que solo ellos son los que saben qué nos conviene, condicionando así vidas y haciendas de los que menos tienen, y supeditándolas con consensos y acuerdos anti-sociales a los intereses de los poderes del dinero y de la ideología conservadora tradicional española.
Nada ha cambiado en el fondo tras más de treinta años de apariencia democrática en las relaciones de dependencia económica y social de los trabajadores españoles respecto a patronos y banqueros. Y cuando como ahora lo ha hecho, ha sido para peor.
Es cierto que se ha generado una situación por la cual se ha podido acceder de forma generalizada a bienes de consumo, pero el coste de tal nivel de consumismo está siendo cobrado en libertad y en derechos básicos a los trabajadores.
Si en el pasado el mecanismo de “representación democrática” ponía de manifiesto por si mismo lo falso de su naturaleza, hoy los hechos de la clase política, sindical y bancario-empresarial revelan la coincidencia de intereses, la dejación de funciones, la cobardía de unos y la continuidad de los abusos históricos de todos.
Antaño era evidente la necesidad de denunciar a la dictadura y a su ridículo disfraz de orgánica democracia, hoy, a quienes seguimos albergando la utopía de la libertad, la justicia y la igualdad se nos puede hacer más difícil reconocer los perfiles de esta otra dictadura de apariencia democrática.
Cuando, de nuevo, el sistema impone a la ciudadanía la coincidencia de intereses y procedimientos entre los gobiernos, los supuestos representantes de los trabajadores y los genuinos representantes del capital, y todos ellos actúan en defensa de unos exclusivos intereses de permanencia y enriquecimiento recíprocamente pactados, y por lo tanto, contrarios a los intereses nacionales, opuestos a los intereses de los trabajadores y siempre complacientes con los intereses del capital, es que, de nuevo, estamos ante un sistema corporativista perfeccionado que para nada necesita a un Girón de Velasco, a un Carrero Blanco o a un March. Teniendo a Mendez, a Zp y a Botin, los jerarcas del franquismo son innecesarios. Estos son mejores actores, menos brutos y más eficaces para los intereses que defienden. Por eso los soportan.
Ilustración de Medina, publicada en "Publico"
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