Bajo el titulo que antecede, el periodista de ABC, Ignacio Camacho, suscribe hoy un acertado artículo respecto a la mal llamada concertación social a la que describe y califica.
Tan certero como sabroso.
“El felipismo, que era una socialdemocracia populista, inventó la concertación social para recomponer la ruptura con los sindicatos que desembocó en la huelga general del 88, cuando la UGT se descolgó abruptamente de la fraternidad socialista. El invento consistía en comprar la paz social con fondos públicos, actualizando el sindicalismo vertical franquista en una mesa a tres bandas: Gobierno, patronal y centrales. El poder ponía el dinero y los llamados agentes sociales se avenían a estarse razonablemente quietecitos a cambio de generosas derramas de subvenciones para cursos de formación y otras excusas que en realidad servían para dotar de estabilidad financiera a sus hipercefálicos aparatos clientelares. La fórmula funcionó razonablemente, y Manuel Chaves, que era el ministro de Trabajo, la importó con gran éxito a Andalucía para construirse el cómodo virreinato en el que lleva aposentado casi dos décadas, con la sociedad civil comiéndole literalmente en la mano pese a las tercas estadísticas de estancamiento, desempleo y baja competitividad.
Inquieto ante los preocupantes datos de una crisis que, aunque oficialmente siga negando, amenaza con meterlo en serios apuros, Zapatero parece decidido a retomar el método de engrase, que ahora se llama «diálogo social» y viene envuelto, según la retórica de ingeniería política al uso, en el celofán de «un nuevo modelo de productividad». En realidad es un sistema tan viejo como la compraventa de favores: se trata de preguntarle a patronos y sindicatos cuánto cuesta su anuencia en los delicados momentos que se avecinan en forma de tormenta económica. Ayer tuvo lugar el primer paso, en forma de solemne reunión monclovita, y a juzgar por la satisfacción de los asistentes cabe colegir que Solbes mostró buena disposición presupuestaria; eso es lo que significa la voluntad de convertirse en amistosos interlocutores del Ejecutivo.
Si el Gobierno afloja la tela necesaria, este método de anestesia social promete réditos satisfactorios: los empresarios se limitarán a formular vagas objeciones de corte liberalizador mientras hacen cola en los concursos, y los sindicalistas prestarán su asentimiento a la política absentista de ninguneo de la crisis. Todo ello a cambio de sustanciosos fondos para reforzar su financiación corporativa y de la presencia en cuantas plataformas de diálogo sean menester para ofrecer la sensación de estar haciendo algo útil. Las pocas medidas que se hayan de tomar pasarán por el papel privilegiado de los agentes sociales en su desarrollo, con la garantía de convertirse en los primeros intermediarios de cualquier posible beneficio. El sistema tiene la ventaja añadida, largamente testada en Andalucía, de dejar fuera de juego a la oposición, que se topa en sus críticas con una clase empresarial acomodada y un sindicalismo domesticado. Si cuaja el «nuevo modelo de productividad» será, efectivamente, muy productivo para sus suscriptores: les garantiza a ellos y a su clientela el amparo del paraguas presupuestario bajo la lluvia helada de la incertidumbre general”.
Inquieto ante los preocupantes datos de una crisis que, aunque oficialmente siga negando, amenaza con meterlo en serios apuros, Zapatero parece decidido a retomar el método de engrase, que ahora se llama «diálogo social» y viene envuelto, según la retórica de ingeniería política al uso, en el celofán de «un nuevo modelo de productividad». En realidad es un sistema tan viejo como la compraventa de favores: se trata de preguntarle a patronos y sindicatos cuánto cuesta su anuencia en los delicados momentos que se avecinan en forma de tormenta económica. Ayer tuvo lugar el primer paso, en forma de solemne reunión monclovita, y a juzgar por la satisfacción de los asistentes cabe colegir que Solbes mostró buena disposición presupuestaria; eso es lo que significa la voluntad de convertirse en amistosos interlocutores del Ejecutivo.
Si el Gobierno afloja la tela necesaria, este método de anestesia social promete réditos satisfactorios: los empresarios se limitarán a formular vagas objeciones de corte liberalizador mientras hacen cola en los concursos, y los sindicalistas prestarán su asentimiento a la política absentista de ninguneo de la crisis. Todo ello a cambio de sustanciosos fondos para reforzar su financiación corporativa y de la presencia en cuantas plataformas de diálogo sean menester para ofrecer la sensación de estar haciendo algo útil. Las pocas medidas que se hayan de tomar pasarán por el papel privilegiado de los agentes sociales en su desarrollo, con la garantía de convertirse en los primeros intermediarios de cualquier posible beneficio. El sistema tiene la ventaja añadida, largamente testada en Andalucía, de dejar fuera de juego a la oposición, que se topa en sus críticas con una clase empresarial acomodada y un sindicalismo domesticado. Si cuaja el «nuevo modelo de productividad» será, efectivamente, muy productivo para sus suscriptores: les garantiza a ellos y a su clientela el amparo del paraguas presupuestario bajo la lluvia helada de la incertidumbre general”.
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