viernes, 13 de junio de 2008

EL RAPTO DE EUROPA (I)

Al hilo de lo de la nueva directiva europea sobre horarios de trabajo y viendo la deriva que la política toma a todos los niveles, he recordado el laborioso parto de la Carta Social Europea. La Carta comunitaria de los derechos sociales fundamentales de los trabajadores que fue aprobada en 1989 por los Jefes de Estado y de Gobierno, con excepción de Gran Bretaña, que lo hizo en 1998.
En ella se recogen doce principios: derecho a elegir el Estado miembro en que se desea trabajar; derecho a una remuneración justa; derecho a mejores condiciones de vida y trabajo; derecho a la protección social con arreglo a la realidad de cada Estado miembro; libertad de asociación sindical y derecho a la negociación colectiva; derecho a la formación profesional; derecho a la igualdad de trato de hombres y mujeres; derecho de información, consulta y colaboración de los trabajadores; derecho a la protección de la salud y a la seguridad en el puesto de trabajo; protección de la infancia y la juventud; derecho de las personas mayores a disfrutar de un nivel de vida adecuado; promoción de la integración social y profesional de los minusválidos.
Desde 1996 la "directiva de la jornada laboral" establece para toda la UE que la mayoría de los trabajadores tienen derecho a: once horas de descanso diario; descanso de más de seis horas por cada jornada laboral; descanso mínimo semanal de 35 horas consecutivas; jornada laboral máxima semanal media de 48 horas; vacaciones anuales mínimas pagadas de cuatro semanas, turno de noche de ocho horas diarias.
Como se puede apreciar se trataba de conjugar los ya muy avanzados logros que el liberalismo económico había implantado en el ADN de la Comunidad Económica Europea con unas bases mínimas y hasta timoratas de derechos sociales comunes para los trabajadores europeos de la entonces razonable Europa de los quince, y para el mantenimiento de los avances logrados en protección social, todo ello en un momento en el que la socialdemocracia era mayoritaria en los estados miembros de más peso político y económico, excepción hecha de la Gran Bretaña de Thatcher y Mayor.
Es el posterior Tratado de Maastricht de 1992 el que, aun incluyendo los aspectos mínimos de protección social y laboral establecidos en la carta de derechos sociales, el que favorece la implantación de los criterios economicistas que emanados más allá del atlántico tuvieron y tendrán siempre un escudero fiel en los gobiernos de las islas, sean estos del color que sean.
En este punto es en el que produce el acelerón definitivo del capitalismo hacia la globalización del mismo, eufemismo que oculta el muy añejo y si se quiere desprestigiado sustantivo en el que una generación de gente de izquierda nos veníamos reconociendo, el imperialismo capitalista.
Huelga detenerse en los “porqués” de la evolución de ese imperialismo, desde las actuaciones intervencionistas directas en época de la guerra fría a intervenciones indirectas vía conmilitones autóctonos al servicio del imperio. Lo cierto y verdad es que los más finos analistas al servicio del capital determinaron que era posible la dominación sin necesidad de conflictos directos y “calientes”. Determinaron que con hacer viable la libre circulación de capitales se acabaría estableciendo una barrera infranqueable a alternativa social o política alguna.
Y llevaban razón, por el momento. En el devenir de su éxito la globalización capitalista ha conseguido no solo hacer inviable cualquier alternativa, y ahí están los éxitos capitalistas mas brutales habidos en los antiguos regimenes comunistas, que han pasado sin solución de continuidad alguna del mas aherrojante estado centralista a los mas libérrimos y desestructurados estados capitalistas actuales.
Podría entenderse y explicarse tal vaivén político, social y económico en los llamados países de este europeo por la inexistencia previa de redes sociales intermedias, sean sindicatos, sean partidos políticos, sean organizaciones sociales sectoriales, pero lo que no tiene explicación es que sociedades estructuradas, con sólidas formas de organización política y social, no solo hayan sucumbido al ataque de un concepto y una practica social ajena y extraña, el individualismo socialmente agresivo que no solo niega y reniega del papel equilibrador del estado, sino lo que es peor de cara al futuro, que los mas vergonzantes cómplices de tal degeneración social hayan sido los que antaño se afanaban en poner limites a la codicia del capital, esas termitas de la socialdemocracia han sido los propios socialdemócratas europeos.
En una actitud tan traidora con sus antecesores como complaciente con sus antiguos adversarios, los neosocialistas europeos, de los laboristas británicos, a la SPD, pasando por el PSF de Segolene y acabando en el PSOE de Zp, todos, sin prisas pero sin pausa alguna han caminado a dar algo mas que la mano a ese capitalismo global, para lo que han puesto de su parte un lento pero decidido desmantelamiento del estado de bienestar que en diverso grado de implantación los países europeos occidentales habían ido construyendo desde el final de la segunda guerra mundial.
Hoy son estos reconvertidos “socialistas”, los voceros de la supuesta izquierda, los que, vendiendo lealtad al nuevo sistema, dicen luchar por los derechos de los más desmontando y disminuyendo los contrafuertes del único sistema que establecía cautelas para la defensa de los más desfavorecidos y para la construcción de diques de seguridad social.
Estos conversos, se desgañitan en exponer, en sus vergonzosas argumentaciones, que dado que hay países en los que la producción se realiza en condiciones sociales y económicas más ventajosas para el capital, hay aquí que tender a la igualación con aquellos para ser competitivos, y lo mas sorprendente es que nadie cuestiona esa precisa situación de dumping social en la producción de bienes y servicios, nadie plantea que lo conveniente es igualar al alza las condiciones laborales y sociales de esos países semi-esclavistas que favorecen no solo la deslocalización, sino la pérdida de derechos sociales y laborales efectivos, y actuando en contra de toda lógica social, con su abulia política, nuestros próceres aceptan a quienes plantean un futuro con estados anoréxicos y corporaciones privadas elefantiásicas. Nadie se molesta en afirmar y demostrar que a menos estado le corresponde menos garantías de justicia y de igualdad ciudadana.
Nadie parece interesado en mantener sus principios, sus convicciones, todos parecen querer alistarse a los beneficios particulares que el sistema globalizado otorga a los gestores y promotores que en el campo de la política y de los movimientos sociales, pasan de ser representantes de la voluntad popular a ser representantes comerciales de la voluntad de este capital depredador que poco a poco va carcomiendo el ultimo refugio de los ciudadanos, el estado.
Así las cosas, va a ser necesario plantear alternativas. Por que haberlas, las hay.

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