Allá por finales de marzo publicó Vidal Beneyto un artículo titulado “La democracia bajo sospecha” del cual extracto entrecomillado su punto de partida, la evolución y la conclusión a la que llega el autor que no es otra que el achicamiento del espacio democrático.
“A la democracia la ha contaminado de desconfianza nuestra sociedad. Una sociedad en la que lo único que cuenta es ganar dinero, tener poder, ser famoso, a cualquier precio, a golpe de lo que sea, engaños, timos, trampas. Una sociedad del chanchullo generalizado en la que nadie se fía de nadie, en la que nada se da por bueno.”
“Lo que mejor ilustra la situación actual es la absoluta falta de ejemplaridad de la inmensa mayoría de los líderes políticos, que acompañan su mediocridad con una bien retribuida y visible circulación entre el poder político y el poder económico. Nombres tantos, en la España de hoy, que dan cuerpo cotidiano a la sospecha y fragilizan el régimen democrático”.
Prosigue el autor exponiendo el devenir del sistema. “Gracias al sufragio accede a la condición de liberalismo democrático y aprovechando el triunfo de éste frente a los totalitarismos fascista y estalinista, así como la consagración de los derechos sociales en el Estado providencia instala a la democracia en un horizonte sin más allá. Pero a partir de la década de los años ochenta la pujanza del individualismo y el primado de las iniciativas individuales sobre la creatividad de la sociedad civil, la impotencia parlamentaria y la economización de la gran mayoría de los procesos sociales acaban con la vigencia de las clases sociales, arrinconan al mundo del trabajo, reducen la importancia de los grupos y re-instituyen al derecho individual en motor de la historia. Lo que equivale a un adelgazamiento considerable del contenido democrático, que prescinde de todo lo no referido directamente a los individuos”.
Y concluye: “La soberanía del pueblo desaparece engullida por la soberanía del individuo y la comunidad en su doble dimensión de pública y de lo público es sustituida por la sociedad política del mercado y por la sociedad del mercado político.”
Es lo anterior, evidentes hechos, que no opiniones, lo que pone de manifiesto la necesidad social, colectiva e individual, de clase y del propio sistema, de acelerar el paso o si se quiere recuperar los espacios perdidos por aquellos que en movimientos tan tácticos como interesados, han abandonado la identidad primera y última de la izquierda, la unión indisoluble entre el ejercicio de las libertades individuales y colectivas y la aplicación, extensión y mantenimiento de la igualdad en su más transformadora versión, la económica.
De ninguna otra forma entiendo que se puede recuperar el aprecio ciudadano hacia las casi inertes siglas de la hoy mal llamada izquierda socialdemócrata, y lo que es más importante, la recuperación del respeto por un sistema que hoy por hoy se desentiende de los problemas de los mas a beneficio de los intereses de los menos. No queda otra opción que la denuncia permanente sobre el maridaje entre liberalismo y socialismo, matrimonio en el que la personalidad del primero se acabó imponiendo a la abulia y la pereza intelectual de los que proviniendo de la cultura socialdemócrata trocaron convicciones por comodidad y molicie. Como dice Vidal Beneyto, hay que refugiarse en la resistencia crítica.
Mientras, en lugares con más acerbo democrático y de pensamiento y análisis social, los acomodados al sistema se están empezando a tentar la ropa ante la aparición de fenómenos políticos tan llamativos como el que en la Francia de Sarkozy apareció en el 2002 y después, en mayo de 2007 cosechó nada menos que un millón ochocientos mil votos en la primera vuelta de la presidenciales. Olivier Besancenot, líder de la LCR y “alumno” de Alain Krivine, quien con un lenguaje claro, directo, cálido y próximo a los que quiere representar, asalariados y dependientes económicos, habla de nueva fiscalidad, no solo mas progresiva sino más justa, habla de prohibir el despido sin costes empresariales, habla de requisar viviendas vacías, habla de socializar las empresas poniéndolas en manos de sus gestores, de sus trabajadores y de sus consumidores. Habla, en resumen, de objetivos tan lejanos como deseables y tan identificadores como auténticos de la izquierda, ya que lo que a la postre propone es, cuando menos, alterar hacia la igualdad el sistema capitalista, liberando a los que día a día son aplastados por una maquinaria que ni sirve a los hombres, ni al planeta al que está destrozando.
Aire fresco para los que seguimos necesitando de la izquierda como referente vital.
“A la democracia la ha contaminado de desconfianza nuestra sociedad. Una sociedad en la que lo único que cuenta es ganar dinero, tener poder, ser famoso, a cualquier precio, a golpe de lo que sea, engaños, timos, trampas. Una sociedad del chanchullo generalizado en la que nadie se fía de nadie, en la que nada se da por bueno.”
“Lo que mejor ilustra la situación actual es la absoluta falta de ejemplaridad de la inmensa mayoría de los líderes políticos, que acompañan su mediocridad con una bien retribuida y visible circulación entre el poder político y el poder económico. Nombres tantos, en la España de hoy, que dan cuerpo cotidiano a la sospecha y fragilizan el régimen democrático”.
Prosigue el autor exponiendo el devenir del sistema. “Gracias al sufragio accede a la condición de liberalismo democrático y aprovechando el triunfo de éste frente a los totalitarismos fascista y estalinista, así como la consagración de los derechos sociales en el Estado providencia instala a la democracia en un horizonte sin más allá. Pero a partir de la década de los años ochenta la pujanza del individualismo y el primado de las iniciativas individuales sobre la creatividad de la sociedad civil, la impotencia parlamentaria y la economización de la gran mayoría de los procesos sociales acaban con la vigencia de las clases sociales, arrinconan al mundo del trabajo, reducen la importancia de los grupos y re-instituyen al derecho individual en motor de la historia. Lo que equivale a un adelgazamiento considerable del contenido democrático, que prescinde de todo lo no referido directamente a los individuos”.
Y concluye: “La soberanía del pueblo desaparece engullida por la soberanía del individuo y la comunidad en su doble dimensión de pública y de lo público es sustituida por la sociedad política del mercado y por la sociedad del mercado político.”
Es lo anterior, evidentes hechos, que no opiniones, lo que pone de manifiesto la necesidad social, colectiva e individual, de clase y del propio sistema, de acelerar el paso o si se quiere recuperar los espacios perdidos por aquellos que en movimientos tan tácticos como interesados, han abandonado la identidad primera y última de la izquierda, la unión indisoluble entre el ejercicio de las libertades individuales y colectivas y la aplicación, extensión y mantenimiento de la igualdad en su más transformadora versión, la económica.
De ninguna otra forma entiendo que se puede recuperar el aprecio ciudadano hacia las casi inertes siglas de la hoy mal llamada izquierda socialdemócrata, y lo que es más importante, la recuperación del respeto por un sistema que hoy por hoy se desentiende de los problemas de los mas a beneficio de los intereses de los menos. No queda otra opción que la denuncia permanente sobre el maridaje entre liberalismo y socialismo, matrimonio en el que la personalidad del primero se acabó imponiendo a la abulia y la pereza intelectual de los que proviniendo de la cultura socialdemócrata trocaron convicciones por comodidad y molicie. Como dice Vidal Beneyto, hay que refugiarse en la resistencia crítica.
Mientras, en lugares con más acerbo democrático y de pensamiento y análisis social, los acomodados al sistema se están empezando a tentar la ropa ante la aparición de fenómenos políticos tan llamativos como el que en la Francia de Sarkozy apareció en el 2002 y después, en mayo de 2007 cosechó nada menos que un millón ochocientos mil votos en la primera vuelta de la presidenciales. Olivier Besancenot, líder de la LCR y “alumno” de Alain Krivine, quien con un lenguaje claro, directo, cálido y próximo a los que quiere representar, asalariados y dependientes económicos, habla de nueva fiscalidad, no solo mas progresiva sino más justa, habla de prohibir el despido sin costes empresariales, habla de requisar viviendas vacías, habla de socializar las empresas poniéndolas en manos de sus gestores, de sus trabajadores y de sus consumidores. Habla, en resumen, de objetivos tan lejanos como deseables y tan identificadores como auténticos de la izquierda, ya que lo que a la postre propone es, cuando menos, alterar hacia la igualdad el sistema capitalista, liberando a los que día a día son aplastados por una maquinaria que ni sirve a los hombres, ni al planeta al que está destrozando.
Aire fresco para los que seguimos necesitando de la izquierda como referente vital.
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