lunes, 4 de mayo de 2009

¿ADAPTACION O DEGENERACION? (I)

Lo que a continuación sigue puede ser tachado de negra visión del inmediato futuro, pero en un país con más de cuatro millones de parados, cualquiera que observe de forma crítica lo que a su alrededor sucede, entiendo que difícilmente podrá llegar a otra clase de apreciaciones, salvo que ese distinguido observador cuente con el divino don de generar futuro sin que este se vea condicionado por las circunstancias presentes.
No podía ser que, hablando de entornos, naturales y humanos, el sistema económico más persistente a lo largo del tiempo no actuase como cualquier otra especie en la naturaleza, y como todas ellas se adapte permanentemente a la realidad de lo rodea, bien es cierto que como todo lo creado y mantenido por el hombre, trate en su acción diaria de condicionarlo, por lo que en este caso, tratándose del capitalismo, caben pocas dudas sobre si lo que ha venido haciendo ha sido adaptarse al entorno o degenerarlo en su provecho.
Desde las más primitivas muestras del capitalismo medieval, aquel que convivió con el trueque y la economía de subsistencia, hasta los últimos experimentos del capitalismo globalizado y globalizador, un hilo conductor ha guiado su genética, el acaparamiento y la concentración de poder.
En cualquiera de las fases por las que el capitalismo y sus coetáneos han pasado, los avances en la consecución de sus objetivos estratégicos han estado siempre condicionados por la relación de fuerzas con el otro factor de la producción, la fuerza del trabajo.
En los pasados siglos esta relación de fuerzas era la que determinaba avances de uno u otro de los factores opuestos y complementarios de la economía y de la sociedad. Al avance de uno de ellos, le correspondía en la misma cuantía un retroceso del otro, y ambos, avances y retrocesos, estaban casi siempre relacionados con la implicación en ellos de la política.
Hasta no hace tantos años la ideología alimentaba políticamente a los ciudadanos de los países libres, y las determinaciones electorales incidían de forma más o menos intensa en los avances sociales o en los avances societarios, en los avances de los trabajadores o en los avances de los detentadores del poder económico.
Las ideologías, la liberal conservadora y la socialdemócrata, han sido las que en su alternancia y en su reciproco equilibrio han venido propiciando, con sus asumidas auto-limitaciones, periodos de estabilidad social y política en los llamados países libres, los opuestos a aquellos otros que con sistemas de economía centralizada, centralizaban también la libertad y con ello la impedían.
Fue de esta dualidad de concepciones sociales, capitalismo y comunismo, de su confrontación ideológica, social, económica y militar, de donde nació el duradero equilibrio del miedo, el que paradójicamente ayudó a mantener limitadas las desmesuradas apetencias de dominio del capital en los países que contaban con sociedades avanzadas y libres, en democracias burguesas. La llamada guerra fría, el equilibrio de terror entre el este y el oeste, permitió, entre otras cosas, que en esas sociedades se alcanzasen acuerdos políticos, económicos y sociales entre concepciones ideológicas diferentes.
Tanto los acuerdos de Breton´s Wood como los de Bad Godesberg de la socialdemocracia europea, fueron auténticos tratados de equilibrio para la coexistencia de las dos diferentes visiones ideológicas de las relaciones sociales libres en el mundo de post guerra.
Hasta que con una visión estratégica de futuro, -que nunca la izquierda ha tenido-, en la década de los años 80 coinciden al frente de los dos países imperialistas por antonomasia, USA y Gran Bretaña, dos conservadores decididos a cambiar el equilibrio mundial y las áreas de influencia que desde finales de la Segunda Guerra Mundial se daban, Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
(Continuará)

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