martes, 12 de mayo de 2009

LA POLITICA DE CARIDAD CRISTIANA

Está reunido el conclave político para aparentar que unos cardenales dirigen esta iglesia con mano firme y sabia, al tiempo que los otros cardenales afirman que los primeros conducen al desastre a tan santa iglesia democrática, y mientras, fuera del templo, los feligreses los ignoran en la seguridad de saberse por ellos ignorados. Saben los ciudadanos de la iglesia democrática española que para los que en el templo se aposentan solo son paganos, tanto por ser cada día mas descreídos de la fe cardenalicia, como por ser los que soportan el coste de sus privilegios, paganos a los que con las migajas del sistema hay que atraer a una fe democrática que cada vez lo es menos.
Desde mi más tierna infancia he tenido simbolizada a la caridad cristiana en la imagen de unas huchas con relucientes caras de negrito, de chinito y de indio cobrizo con las que en los muchos días del Domund, -que no se qué puñetas significa-, se recolectaba dinero de los que menos tenían para después de pasar por las “limpias” manos de sus eminencias acabar en forma de bendiciones para los “pobres” de varios continentes.
Tanto antaño como hoy la iglesia católica vende caridad cristiana entre sus adeptos, caridad que, allá donde a sus destinatarios llega en forma de bienes materiales, llega acompañada de una contraprestación ineludible, su alienante catequización.
Así, nunca afrontan el cambiar las condiciones que favorecen la miseria, la pobreza y la sumisión moral y social de los desfavorecidos del sistema. Nunca la iglesia católica ha cuestionado las raíces del sistema capitalista, ya que de cuestionarlas, de defender la igualdad y la justicia se derivaría su propio ocaso, pues en su éxito, les faltarían los candidatos, voluntarios o no, a integrar su gleba. Se quedarían sin feligreses.
Si del ámbito eclesial pasamos sin solución de continuidad al ámbito político, encontramos que se repite el esquema de actuación, de motivaciones y de contradicciones de aquellos que siendo iglesias laicas, -o no tanto-, entienden la acción protectora del estado solo como formulas paliativas de situaciones extremas de marginalidad, pobreza o desamparo social.
Hoy en España todos los informes, los provenientes de entes públicos o privados más o menos concienciados socialmente, y los procedentes de instancias económicamente poderosas, y por ello sin alma, todos, coinciden en respaldar una descripción de la sociedad española dramática. Con mas de cuatro millones de parados, con mas de cinco millones de personas aquejadas, según los estándares internacionales, de pobreza severa, con más de otros ocho millones en el borde de ese precipicio social, con mas de un millón de hogares en los que todos sus miembros están en el paro, con mas de ochocientos mil hogares en los que no entra ayuda económica alguna, en esta situación, lo que oferta la iglesia zapaterista es el mantenimiento de los raquíticos subsidios y en el mejor de los casos, la ampliación de los periodos de tales ayudas.
Hoy, en España, con la situación social descrita y con un gobierno que se dice progresista, -ni socialista, ni socialdemócrata-, la acción social del estado es idéntica a la que secularmente viene efectuando la iglesia católica, solo caridad que palie, que disimule temporalmente el desastre social, -les comienza a influir el miedo a las reacciones sociales-, y que permita mantener sin alteración alguna el control social por parte de los poderes establecidos y así mantener también las consecuentes dependencias que la detentación de tales poderes generan, estratos sociales cautivos y predispuestos a recibir tanto la caridad gubernamental como a ser instruidos en el catecismo, en este caso, zapaterista.
Antaño, en un movimiento aperturista la iglesia difundió aquello de “no le des un pez, enséñale a pescar”. Hoy el zapaterismo como máxima apertura obrerista pretende poner a estudiar a los parados para que se adecuen y sirvan a las nuevas necesidades del sistema de producción capitalista. Ni una sola idea de la que pudiera derivarse una disminución del grado de dependencia y opresión del sistema con los trabajadores. Nada que permita albergar esperanza en una transformación social orientada hacia la igualdad y la justicia social. Nada.
Ni lo de Lampedusa. Para que todo siga igual, lo mejor es no cambiar nada. Y en ello están, ganándose su cielo terrenal. Como los otros. Los de las sotanas.

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